8.1. La aritmética legal

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El debate del presupuesto pierde, poco a poco, su solemnidad.
         Antes, como lo ha recordado con apenada voz el señor Salazar y Oyarzábal, el presupuesto era el eje de grandes batallas parlamentarias. Los miembros de la minoría lo criticaban globalmente en largos discursos altisonantes. Y los ministros de Estado y los miembros de la mayoría lo defendían colectivamente. Pasados los cinco primeros días venía la guillotina. La guillotina provocaba clamores, carpetazos y muecas. Algún orador oposicionista, resuelto heroicamente a hablar una semana entera, aseguraba a grito herido que la mayoría lo amordazaba. Y todavía no se acababa el espectáculo. Terminado el examen general del presupuesto se entraba en el examen parcial de sus pliegos y partidas. Se sucedían las sumas, las restas, las multiplicaciones, los incidentes, las controversias y los desbordes retóricos.
         Ahora todo esto ha cambiado mucho. El debate del presupuesto no saca ya a la gente de sus casillas. No solivianta la pasión de las oposiciones. No pone en cuitas a los ministros. No abruma a los taquígrafos. No arrebata a los periodistas. Es, más bien, un debate que hace bostezar al gobierno, al parlamento, a la prensa y al pueblo.
         El ministro de Hacienda manda a la cámara su proyecto. La comisión de presupuesto lo compone y lo retoca. Y comienza una tertulia lánguida, y fría entre el ministro de hacienda y los representantes. Esa cifra no es exacta. Esta cifra es preferible. Aquella cifra es imprudente.
         El debate actual tiene tales características. Apenas si lo anima la presencia del señor Maúrtua en el Ministerio de Hacienda. El señor Maúrtua ha puesto en su proyecto algunas señales de su espíritu renovador y reformista. Y ha ido a la cámara a sostenerlo con la palabra sagaz y elegante y el pensamiento sustancioso y altísimo de todos sus discursos parlamentarios.
         El señor Morán, por ser probablemente el más joven de los diputados de la minoría, ha acometido con entusiasmo la empresa de agitar y calentar el debate. Ha hecho uso de la palabra muchas veces. Y se ha empeñado en que la discusión del presupuesto tenga el tono grave y ruidoso de otros tiempos.
         Pero es en vano.
         El señor Salazar y Oyarzábal, impresionado por el apasionamiento fervoroso del señor Morán, ha acudido en su auxilio.
         Y ha exclamado:
         —¡Oh, los antiguos debates del presupuesto! ¡Cuán distintos eran señores diputados!
         Todo inútilmente.
         El debate se desenvuelve sin estruendo y sin emoción, como si también en él se hubiese enseñoreado el desgano, la pereza y el escepticismo que a todos se nos va metiendo en el alma.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de octubre de 1918. ↩︎