7.8. Forfait se llama…
- José Carlos Mariátegui
1Hemos estado a punto de poner un aviso preguntando por la suerte de la candidatura del señor Aspíllaga. Pero nos ha sujetado la mucha estimación que le profesamos al señor Aspíllaga por sus merecimientos y virtudes de gentleman, de caballero y de político. Gentes malignas, además, habrían mirado malevolencia en nuestra curiosidad. Y la ciudad entera no nos habría creído, por nada de este mundo, que realmente no queríamos sino conocer el estado, paradero y dirección de la candidatura del señor Aspíllaga.
Pero, en verdad, ya es hora de preguntar qué es de la candidatura del señor Aspíllaga. Se ha apagado, soplada por el aire frío de la cordillera, la tea revolucionaria. El mayor Patiño Zamudio ha entregado hidalgamente su espada de militar. Han concluido las jornadas universitarias, las aclamaciones al maestro de la juventud doctor Pardo y Ugarteche y las mataperradas contra el señor don Manuel Bernardino Pérez. Hemos vuelto a gozar de las garantías individuales que la constitución nos acuerda. Y, sin embargo, de que ha pasado todo, absolutamente todo, definitivamente todo, no ha comenzado a sonar de nuevo, siquiera como un síntoma inequívoco de tranquilidad y calma chicha, la candidatura del señor Aspíllaga a la presidencia de la República.
El público tiene de sobra para estar alarmado.
Y para exclamar:
—¿Cómo es esto? ¿Por qué no vuelve en sí la candidatura del señor Aspíllaga? ¿Este silencio es la muerte o es un síncope no más?
Y nosotros, aunque somos buenos y humildes admiradores del señor Aspíllaga, no podemos dejar de convenir, con el público, en que es indispensable que su candidatura le proporcione tema y comentario al humorismo criollo mientras llega la convención y sale de ella otra candidatura adornada de los atributos de candidatura nacional y resuelta a recorrer las calles sobre un carro alegórico en medio de una apoteosis de quitasueños, gorros frigios, cadenetas, gallardetes y escarapelas.
Pensamos, sinceramente, que esto es muy natural.
Todos necesitamos aquí que no nos falte una candidatura explícita como la del señor Aspíllaga, mientras la convención nos trae una candidatura nacional que puede ser, si Dios no dispone otra cosa, la del señor Aspíllaga. Todos necesitamos aquí que haya siempre un candidato que circule por las calles, que entre a Palacio, que llame a las puertas de las casas y que mande cartas a provincias. Todos necesitamos aquí que la miscelánea política de la prensa se sazone todos los días con las anécdotas de una candidatura abnegadamente dispuesta a brindarse a cualquier tomadura de pelo.
Lógico es, pues, que nos sorprendamos de que la candidatura del señor Aspíllaga haya desaparecido entre la bulla de la revolución y de sus ecos.
Y que nos echemos a las calles en busca del señor Aspíllaga para pedirle que continúe siendo candidato a la presidencia de la República hasta que lo reemplacen en tan eminente y prestigioso rol.
El señor Aspíllaga, con su gran bondad ingénita, sabrá atendernos, sabrá oírnos, sabrá contentarnos y sabrá, sobretodo, desmentirnos el cazurro rumor circulante de que su candidatura se ha borrado de la lista de candidaturas inscritas para la lucha. Que es lo que, en las carreras, amo y señor de las cuales es el señor Aspíllaga, se denomina forfait…
Pero, en verdad, ya es hora de preguntar qué es de la candidatura del señor Aspíllaga. Se ha apagado, soplada por el aire frío de la cordillera, la tea revolucionaria. El mayor Patiño Zamudio ha entregado hidalgamente su espada de militar. Han concluido las jornadas universitarias, las aclamaciones al maestro de la juventud doctor Pardo y Ugarteche y las mataperradas contra el señor don Manuel Bernardino Pérez. Hemos vuelto a gozar de las garantías individuales que la constitución nos acuerda. Y, sin embargo, de que ha pasado todo, absolutamente todo, definitivamente todo, no ha comenzado a sonar de nuevo, siquiera como un síntoma inequívoco de tranquilidad y calma chicha, la candidatura del señor Aspíllaga a la presidencia de la República.
El público tiene de sobra para estar alarmado.
Y para exclamar:
—¿Cómo es esto? ¿Por qué no vuelve en sí la candidatura del señor Aspíllaga? ¿Este silencio es la muerte o es un síncope no más?
Y nosotros, aunque somos buenos y humildes admiradores del señor Aspíllaga, no podemos dejar de convenir, con el público, en que es indispensable que su candidatura le proporcione tema y comentario al humorismo criollo mientras llega la convención y sale de ella otra candidatura adornada de los atributos de candidatura nacional y resuelta a recorrer las calles sobre un carro alegórico en medio de una apoteosis de quitasueños, gorros frigios, cadenetas, gallardetes y escarapelas.
Pensamos, sinceramente, que esto es muy natural.
Todos necesitamos aquí que no nos falte una candidatura explícita como la del señor Aspíllaga, mientras la convención nos trae una candidatura nacional que puede ser, si Dios no dispone otra cosa, la del señor Aspíllaga. Todos necesitamos aquí que haya siempre un candidato que circule por las calles, que entre a Palacio, que llame a las puertas de las casas y que mande cartas a provincias. Todos necesitamos aquí que la miscelánea política de la prensa se sazone todos los días con las anécdotas de una candidatura abnegadamente dispuesta a brindarse a cualquier tomadura de pelo.
Lógico es, pues, que nos sorprendamos de que la candidatura del señor Aspíllaga haya desaparecido entre la bulla de la revolución y de sus ecos.
Y que nos echemos a las calles en busca del señor Aspíllaga para pedirle que continúe siendo candidato a la presidencia de la República hasta que lo reemplacen en tan eminente y prestigioso rol.
El señor Aspíllaga, con su gran bondad ingénita, sabrá atendernos, sabrá oírnos, sabrá contentarnos y sabrá, sobretodo, desmentirnos el cazurro rumor circulante de que su candidatura se ha borrado de la lista de candidaturas inscritas para la lucha. Que es lo que, en las carreras, amo y señor de las cuales es el señor Aspíllaga, se denomina forfait…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de septiembre de 1918. ↩︎