7.9. Margen de ideal

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Busquemos a los futuristas.
         Aunque los futuristas no estén con el gobierno ni con la revolución, aunque no apoyen ni combatan la política gubernamental, aunque no sean amigos del señor Pardo ni del señor Leguía, aunque no vayan a Palacio ni conspiren en sus estudios de abogados, aunque no patrocinen ni reprueben la convención de los partidos y aunque no sean panegiristas ni adversarios del ejército y de sus fusiles, hay que averiguar cuál es su pensamiento, dónde se sitúa su intención y por qué senderos camina su ideal.
         Para mucha gente el partido nacional democrático es en la actualidad un partido inocuo. Es un partido cuya voluntad no influirá en la solución del problema presidencial. Los proyectos del señor Pardo no tienen en él ni un auxiliar ni un estorbo. Los proyectos de la oposición tampoco. Carece de poder tanto para quitarnos como para darnos un presidente de la República. Se halla alejado de toda posibilidad de amanecer un día de estos en el gobierno. No puede hacer el bien ni puede hacer el mal.
         Pero, sin duda alguna, la gente que abriga tales convencimientos anda un poco equivocada. Aprecia por las apariencias la posición del partido nacional democrático frente a las próximas elecciones. Los futuristas son futuristas, pero no tanto.
         Mírese que tal vez el partido nacional democrático ocupará un puesto en la convención preconizada por el señor Pardo. Mírese que entonces el partido nacional democrático será una entidad tan importante como los demás partidos. Mírese que el partido nacional democrático decidirá acaso con los votos de sus partidarios la elección de candidato. Mírese muchas cosas más que aparecen igualmente claras.
         Ustedes moverán la cabeza risueñamente para decirnos:
         —Bueno. Pero es que los futuristas no tendrán asiento en la convención si a los organizadores de la convención no les conviene que lo tengan. Los futuristas no entrarán a la convención si no van a estar en ella muy quietecitos.
         Persistiremos en nuestra opinión. Y les replicaremos a ustedes con un montón de argumentos. ¿Quién les garantiza a ustedes que los organizadores de la convención no hagan un mal cálculo? ¿Quién les garantiza que no se equivoquen? ¿Quién les garantiza que no pisen en falso? Pónganse ustedes en el caso de que los constitucionales no quisieran ir a la convención. ¿No creen ustedes que habría que rogarles a los futuristas su concurrencia?
         Estamos en lo cierto, seguramente.
         Y, por eso, nos parece que no debemos continuar olvidándonos de los futuristas. Debemos preguntar qué es de su vida, averiguar su propósito, seguirle la pista a su idealidad y pedirles a gritos que se pronuncien, de una vez, sobre la convención de los partidos.
         Bien está que los futuristas no quieran ya aventarle al país ningún manifiesto. Bien está que ni aun le hayan refutado el suyo al mayor Patiño. Bien está que no hayan mandado todavía al parlamento las leyes que les encargó el insigne ministro bolchevique. Bien está que se tiren a la bartola sin que nadie se los reproche porque para algo son jóvenes. Pero no está bien, no puede estar bien, no estará bien nunca que los periodistas no los llevemos y traigamos en nuestras misceláneas políticas y que ellos no se entreguen en cuerpo y alma a la murmuración y a la travesura.
         Y no está bien, sobre todo, que el señor Belaunde nos salga de vez en cuando con aspavientos de brusca aversión a la política:
         —¡Oh, la política! ¡Proterva, amigos míos, proterva!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 11 de septiembre de 1918. ↩︎