7.26. El sí civilista – Atisbando el horizonte

  • José Carlos Mariátegui

El sí civilista1  

         El señor Bernales ha sonreído ayer plácidamente. Aguardaba la respuesta del partido civil a su encuesta sobre la convención. Y el partido civil, reunido bajo el auspicio del señor Aspíllaga, ha acordado contestarle que irá a la convención. Que era, naturalmente, lo que tenía que contestar.
         El sí era obligado.
         El partido civil no había contraído hasta ayer ningún compromiso en pro de la convención. Los demás partidos, con excepción del partido constitucional, han soltado prenda anticipadamente. El partido liberal, en un voto solemne, ha dicho que la convención merece todos sus afectos. El partido nacional democrático se ha declarado colaborador de todas las convenciones habidas y por haber. Y el partido demócrata ha vuelto varias veces los ojos hacia una carta del señor don Pedro de Osma, autor inicial del proyecto de una nueva convención.
         ¿Qué iba a hacer, pues, el partido civil?
         Probablemente al partido civil no le conviene la convención. En la convención no van a servirle mucho sus influencias y sus prestigios de partido capitalista y aristocrático. No va a ser el único partido preponderante. Va a ser un partido numéricamente igual a los demás.
         Estamos seguros de que, en otros tiempos, en los buenos tiempos de su hegemonía y de su unidad, el partido civil se habría negado a concurrir a una convención de tantos partidos. Habría transigido con una coalición segura y definida; pero no habría transigido jamás con una convención indecisa y riesgosa.
         Y, ahora mismo, el partido civil le habría hecho huesillo a la convención si se hubiera sentido con fuerzas para resolver por su cuenta el problema de la sucesión presidencial. Eso de someterse a la veleidosa voluntad de tres o cuatro partidos no puede gustarle ni un poquito.
         Pero el acierto del partido civil ha consistido siempre en su ductilidad y en su perspicacia. El partido civil no se abre paso luchando contra las circunstancias sino acomodándose dentro de las circunstancias. Sabe que las circunstancias son más poderosas que los hombres y que los partidos. Y no se rebela nunca contra ellas.
         Hoy, por ejemplo, no solo ocurre que la convención ha sido recomendada por el señor Pardo. Y no solo ocurre que ya cuenta con empresario. Y no solo ocurre que este empresario es el señor Bernales. Y no solo ocurre que el señor Bernales tiene muy buena mano.
         Ocurre que hoy ninguno de los partidos es capaz de aventurarse solo, en el camino electoral. Ninguno de los partidos quiere dar un paso ni lanzar un grito aisladamente. Todos necesitan agarrarse de las manos para perderle el miedo a las elecciones. Hay hambre de solidaridad y de agrupamiento.
         Y es que se presiente que el enemigo es común.

Atisbando el horizonte  

         Padecemos una equivocación cuando miramos en el señor don Manuel Vicente Villarán al candidato de transacción del partido nacional democrático. El señor Villaranes, sin duda alguna, el candidato del partido nacional democrático. Pero no es su candidato de transacción. Es su candidato de combate.
         El partido nacional democrático, como partido joven, romántico y enamoradizo, admira y quiere a varios ilustres personajes. Pero admira y quiere, sobre todo, a dos: al señor Maúrtua y al señor Villarán. El señor Maúrtua y el señor Villarán son los dos mejores amigos y más amados maestros del futurismo. Son los dos amores de sus amores. Son, como se dice en criollo, sus dos “camotes”.
         Uno de ellos tenía que ser, forzosamente, el candidato del futurismo a la presidencia de la República. El candidato predilecto, el candidato genuino, el candidato representativo. Solo que la elección no era difícil. No podía recaer de ninguna suerte en el señor Maúrtua. El señor Maúrtua es un estadista de mentalidad y preparación extraordinarias. Pero no posee contextura peruana de presidenciable. Es demasiado bolchevique. Tiene geniales y frecuentes arranques de “palomilla”. Y profesa ideales socialistas que asustan a la burguesía criolla, aunque, probablemente, la burguesía criolla no llegue a entenderlos ni estimarlos. Para que el señor Maúrtua fuera presidente del Perú sería necesario que se operase un cambio sustancial en la conciencia pública.
         Luego el candidato de los futuristas no podía ser sino el señor Villarán. La candidatura del señor Villarán, “camote” máximo de los futuristas, como el señor Maúrtua, representa para el partido nacional democrático un homenaje al mérito intelectual y a la ciencia universitaria. La bandera de esta candidatura constituye, en manos del partido nacional democrático, la bandera de su idealismo.
         Pero los ideales son los ideales.
         El partido nacional democrático no puede hacer por la candidatura del señor Villarán sino lo que está en sus fuerzas. No puede avanzar hasta el sacrificio y la heroicidad. Recomendando la candidatura del señor Villarán satisface su sinceridad sentimental. Y dándole su primer voto en la convención cumplirá su deber amistoso. Pero no puede ir más allá. No puede, no puede, no puede. Después del primer voto del partido nacional democrático tendrá que amoldar sus anhelos líricos dentro de la realidad dura y amarga. Buscará entonces una candidatura de conciliación.
         Y bien.
         Se conviene universalmente en que la juventud no es previsora. Pero esta juventud futurista no se parece a todas las juventudes. Es una juventud que sabe refrenar a tiempo su locura, que sabe medir prudentemente su ideal y que sabe gobernar con cautela su pasión. Es una juventud que ha adquirido muy pronto la gravedad de la madurez.
         Por eso en este caso es previsora. Y en vez de pensar únicamente en la lucha piensa ya en la transacción. Está en sus labios la candidatura del señor Villarán y está, al mismo tiempo, en su mente otra candidatura. Si ganamos con el señor Villarán, magnífico; pero si no ganamos con el señor Villarán, qué vamos a hacer. No nos vamos a morir de pena. Tenemos que ver el modo de ganar con otro.
         Y desde ahora le tenemos echado el ojo al otro.
         No es profesor de derecho constitucional como el señor Villarán. No es abogado de campanillas como el señor Villarán. No es orador de sustanciosa palabra como el señor Villarán. Pero es, acaso, más viable que el señor Villarán. El señor Pardo tiene puestas en él todas sus complacencias de pariente. El partido civil lo considera casi suyo. El partido demócrata lo mira como a un afín. Y se llama don Felipe de Osma y Pardo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de septiembre de 1918. ↩︎