7.25. Aires de primavera

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todo no es preocupación prosaica en la Cámara de Diputados. Muchas veces se filtra por los cristales de la farola un lírico y pasional rayo de luz. Y la política huye entonces de la sala de sesiones y se esconde en sus penumbrosas galerías laterales. Y pasa por las ánimas, rejuveneciéndolas e iluminándolas, una onda de inquietud romántica. Y suenan risas de felicidad ingenua y sencilla. Y se asoma el buen humor a todos los labios y a todas las palabras. Son estas las veces en que la Cámara de Diputados renueva sus timbres y su título de cámara joven.
         Actualmente, por ejemplo, mientras en la ciudad no se habla sino de temas políticos, en la Cámara de Diputados no se habla sino de temas sentimentales. Mientras en la ciudad no se piensa sino en la convención de los partidos, en la asamblea demócrata y en el pierolismo dinástico, en la Cámara de Diputados no se piensa sino en el matrimonio y sus problemas anexos. El proyecto de impuesto a los solteros y el proyecto de divorcio, aparte del advenimiento literario de la primavera, son quién sabe los principales estímulos de este erotismo legislativo.
         No parece, sino que en la Cámara de Diputados se hubiese enseñoreado repentinamente la primavera. Porque, en verdad, se respira ahí el ambiente, preñado de amartelamiento idílico y de poesía huachafa, de la vituperable comedia Amores y Amoríos. Se descubre, no solo en la plática privada sino hasta en el debate público, ritmo de marcha nupcial. Y se siente un pertinaz efluvio de epitalamio.
         Aseguran los diputados que los responsables de esta rara y novísima atmósfera parlamentaria son los señores don Emilio Sayán y Palacios y don Manuel Bernardino Pérez. Ambos eran insignes y recalcitrantes solterones. Ambos acaudillaban las huestes de la galantería. Ambos tenían bien ganada notoriedad de donjuanes. Y ambos se han casado de la noche a la mañana pese a sus convicciones famosas e intransigentes.
         El señor Carrillo, galán sistemático y criollísimo, nos habla así:
         —El señor don Emilio Sayán y Palacios y el señor don Manuel Bernardino Pérez eran los leaders de la soltería en la Cámara de Diputados. Uno y otro tenían contextura y fisonomía de “ases” del celibato. Y, sin embargo, ya han visto ustedes cómo han sido vencidos por la captación dulce y sagaz del amor sacramental de la boda católica y del ramillete de azahares. ¿Qué puede esperarse entonces de nosotros, pobres discípulos e imitadores suyos?
         Y, en tanto que el señor Carrillo prorrumpe en estas lamentaciones, las miradas y los guiños y las murmuraciones de la cámara se concentran alrededor del señor don Juan Pardo, flor y espejo de galantes caballeros. Y enseguida asedian al señor don Juan de Dios Salazar y Oyarzábal, célibe no menos ilustre y obstinado. Y caen luego, sobre el señor don Manuel Químper, que, aunque conserva todavía continente y modales de chiquillo, figura de hecho y de derecho en el escalafón de los solterones.
         Las preguntas se vuelven unánimes:
         —¿Se casará también el señor Pardo? ¿Se casará también el señor Salazar y Oyarzábal? ¿Se casará también el señor Químper?
         Y el señor Salazar y Oyarzábal, acaso porque el matrimonio es eficaz para robustecer la importancia de un político, pronuncia su confidencia:
         —Yo estoy de novio.
         Y enseguida, regando eses en el camino con la frase, con la mirada y con los bigotes, se escapa de la Cámara muy de prisa, sin oír al señor Morán que, echando los cimientos de un chiste, asegura a la sordina:
         —Salazar va en busca de la “viuda”…
         Como ustedes saben, el señor Salazar y Oyarzábal es un gran rocamborista.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de septiembre de 1918. ↩︎