7.24. Partido militante

  • José Carlos Mariátegui

 

         1No piensen ustedes que la actividad del partido nacional democrático se reduce al manifiesto del otro día. Ese manifiesto no es sino su primer síntoma. El partido nacional democrático se halla entregado de veras al trajín callejero y a la plática domiciliaria. No busca solo el concierto de los ciudadanos por medio de los documentos literarios. Lo busca, principalmente, por medio de la labor personal de sus dirigentes.
         El futurismo llama a las puertas de todos los hombres de sano corazón y claro discernimiento. Manda recados, pide entrevistas, agita teléfonos y procura confidencias. Realiza poco a poco, una encuesta sobre el tema de la convención de los partidos.
         Aunque idealistas y románticos, los políticos del futurismo comprenden que con circulares y discursos no se hace política. Y que necesitan hacerla como la hacen todos los partidos criollos. Con poco vuelo intelectual y con mucho esfuerzo práctico. Poca literatura y mucha mecánica.
         Y se mueven sin descanso.
         Una de sus preocupaciones del momento es la reorganización demócrata. El partido nacional democrático se asusta hondamente con la posibilidad de que el partido demócrata se divida, se conflagre y se debilite. Y se afana por que se pongan de acuerdo los demócratas que quieren que haya jefatura con los demócratas que no quieren que la haya.
         Los futuristas, como descendientes, afines o simples amigos de los demócratas, se tutean con todos ellos. Comparten sus nostalgias de ruido popular y de exaltación pierolista. Y se hallan en aptitud de darles consejos sin cortedad y sin ceremonia.
         Y, así, van en la mañana a la casa del señor don Carlos de Piérola y van en la tarde a la casa del señor don Isaías de Piérola. A uno y otro les hablan en nombre del mismo viejo vínculo de la devoción al gran caudillo del 95. Y les ponderan la necesidad de que el partido demócrata no menoscabe su fuerza por una discrepancia sobre un capítulo de sus estatutos.
         Pero, naturalmente, no son muy imparciales en esta gestión. Simpatizan más con don Isaías de Piérola y sus partidarios que con los demócratas antiguos, representativos y graves. La juventud los solidariza con don Isaías de Piérola. Sienten que con él tienen más confianza y más intimidad. Y desean con toda el alma que los demócratas se avengan; pero que se avengan de modo que triunfe don Isaías de Piérola.
         El público mira atentamente el ajetreo de los futuristas. Observa sus operaciones. Apunta tal o cual visita del señor don José de la Riva Agüero. Constata satisfecho la inminencia de un discurso del señor don José María de la Jara y Ureta. Y escudriña el inquieto pensamiento del señor Víctor Andrés Belaunde. Y, después de hacer como que repara en la inocencia momentánea de los pasos del futurismo, se pregunta:
         —¿Pero, cómo aseguran que el futurismo opera por cuenta de la candidatura del señor Villarán? ¡Si todo lo que realiza hasta ahora es en servicio de la concordia demócrata! ¡Una labor sentimental de mediación de familia!
         Y los futuristas que oyen la pregunta se encantan con ella sin preocuparse de su intención:
         —¡Es que así somos nosotros! ¡No queremos sino la felicidad de la patria!
         Y se entusiasman tanto que no se fijan siquiera en que entonces el público se sonríe.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de septiembre de 1918. ↩︎