7.18. El joven Perú
- José Carlos Mariátegui
1Muy bonita nos parece la circular del partido nacional democrático. Muy bonita, muy bonita, muy bonita. Y es natural, señores, que así sea. Pocas veces se juntan en un documento político tan honesta y sana doctrina, tan fervoroso y puro idealismo, tan castizo y donairoso lenguaje, tan pulcra y atildada ortografía, tan aseado y limpio propósito y tan sustanciosa y ponderada reflexión.
Estamos habituados a que los partidos nos hablen a la criolla, sin respeto a la gramática y en un estilo de editorial provinciano plagado de lugares comunes y sazonado con vulgarísimos refranes. Y una circular escrita por la grave pluma de un comentador en reales escritos y pintor de nobles paisajes obligadamente tiene que sabernos a gloria, a néctar y a manjar blanco.
Además, el partido futurista, por ser un partido mozo, es el que más entusiasma nuestra ánima “palomilla” de jóvenes escritores y de buenos muchachos. La señera elocuencia, el gallardo pensamiento y la ilustre erudición de tales y cuales políticos del futurismo nos han contado siempre entre sus más espontáneos panegiristas y admiradores. Muchas veces hemos rabiado contra el destino felón y hosco por su tesonería en cerrarles la puerta del Parlamento al señor La Jara y Ureta y al señor Belaunde.
Por mil motivos, pues, hemos devorado con los ojos los acápites de la circular futurista. Por mil motivos nos ha enamorado su anhelo de que suceda al gobierno del señor Pardo un gobierno grande y sólido que nos libre de todo mal. Por mil motivos hemos sonreído con su esperanza y hemos llorado con su queja.
Todos los peruanos queremos eso que quieren los futuristas. Todos, absolutamente todos. No le negamos esa aspiración a nadie. Creemos que la siente lo mismo el señor Pardo que el señor Aspíllaga, lo mismo el señor Durand que el señor Bernales, lo mismo el señor Miró Quesada que el señor Villarán.
Los partidos deben sacrificar su interés ante el interés de la república. La ventura y la tranquilidad nacionales son lo primero. Hay que pensar en el porvenir. Hay que mirar sus nubecillas y sus incertidumbres. Hay que prevenirse cautamente contra los peligros. Muy bien.
Un partido político que nos grita que no pide nada para sí y que todo lo pide para la nación es un partido que no puede dejar de enternecernos y de hacer que de emoción se nos salten las lágrimas a borbotones.
Pero esta sencilla ingenuidad tiene que acabarse al poco rato.
Y poco a poco, recordamos que el partido nacional democrático ama demasiado la salud del país, pero que no la ama más que todos los peruanos. Ahora, por ejemplo, lo alarma terriblemente la posibilidad de que el país caiga en la peor anarquía, de que venga un gobierno débil y anónimo y de que se repitan los pronunciamientos de cuartel. Pero no es esto solo lo que le alarma. Lo que le alarma principalmente es que, minuto a minuto, se va opacando la posibilidad de que los partidos se reúnan en una convención para elegir candidato nacional a la presidencia de la República.
El futurismo siente la inminencia de que la lucha electoral se haga sin convenciones ni alianzas. Ve que los civilistas quieren conchabarse con los liberales para ir juntos a las elecciones. Comprende que puede quedarse al margen de la contienda, lejos del mando del gobierno y lejos del bando de la oposición. Y, como no se contenta con seguir de espectador, se intranquiliza y se exaspera.
No puede conformarse el futurismo con la desventura pública. ¡Evidentemente! Pero tampoco puede conformarse con que, después de haber amañado el proyecto de una alianza con el partido demócrata, después de haberse engreído con la expectativa de pronunciar en la convención un voto decisivo y después de haber pensado en la candidatura del señor Villarán, se pretenda resolver el problema de la sucesión presidencial sin darles puesto en la batalla.
Y es por eso que la circular nos parece muy bonita, muy digna del partido nacional democrático, muy honrosa para la grave y doctoral juventud asociada bajo la presidencia del señor don José de la Riva Agüero y muy generosa y bellamente inspirada; pero muy poco eficaz para provocar el concierto nacional que los futuristas desean.
Porque se descubre a primera vista para qué lo desean.
Estamos habituados a que los partidos nos hablen a la criolla, sin respeto a la gramática y en un estilo de editorial provinciano plagado de lugares comunes y sazonado con vulgarísimos refranes. Y una circular escrita por la grave pluma de un comentador en reales escritos y pintor de nobles paisajes obligadamente tiene que sabernos a gloria, a néctar y a manjar blanco.
Además, el partido futurista, por ser un partido mozo, es el que más entusiasma nuestra ánima “palomilla” de jóvenes escritores y de buenos muchachos. La señera elocuencia, el gallardo pensamiento y la ilustre erudición de tales y cuales políticos del futurismo nos han contado siempre entre sus más espontáneos panegiristas y admiradores. Muchas veces hemos rabiado contra el destino felón y hosco por su tesonería en cerrarles la puerta del Parlamento al señor La Jara y Ureta y al señor Belaunde.
Por mil motivos, pues, hemos devorado con los ojos los acápites de la circular futurista. Por mil motivos nos ha enamorado su anhelo de que suceda al gobierno del señor Pardo un gobierno grande y sólido que nos libre de todo mal. Por mil motivos hemos sonreído con su esperanza y hemos llorado con su queja.
Todos los peruanos queremos eso que quieren los futuristas. Todos, absolutamente todos. No le negamos esa aspiración a nadie. Creemos que la siente lo mismo el señor Pardo que el señor Aspíllaga, lo mismo el señor Durand que el señor Bernales, lo mismo el señor Miró Quesada que el señor Villarán.
Los partidos deben sacrificar su interés ante el interés de la república. La ventura y la tranquilidad nacionales son lo primero. Hay que pensar en el porvenir. Hay que mirar sus nubecillas y sus incertidumbres. Hay que prevenirse cautamente contra los peligros. Muy bien.
Un partido político que nos grita que no pide nada para sí y que todo lo pide para la nación es un partido que no puede dejar de enternecernos y de hacer que de emoción se nos salten las lágrimas a borbotones.
Pero esta sencilla ingenuidad tiene que acabarse al poco rato.
Y poco a poco, recordamos que el partido nacional democrático ama demasiado la salud del país, pero que no la ama más que todos los peruanos. Ahora, por ejemplo, lo alarma terriblemente la posibilidad de que el país caiga en la peor anarquía, de que venga un gobierno débil y anónimo y de que se repitan los pronunciamientos de cuartel. Pero no es esto solo lo que le alarma. Lo que le alarma principalmente es que, minuto a minuto, se va opacando la posibilidad de que los partidos se reúnan en una convención para elegir candidato nacional a la presidencia de la República.
El futurismo siente la inminencia de que la lucha electoral se haga sin convenciones ni alianzas. Ve que los civilistas quieren conchabarse con los liberales para ir juntos a las elecciones. Comprende que puede quedarse al margen de la contienda, lejos del mando del gobierno y lejos del bando de la oposición. Y, como no se contenta con seguir de espectador, se intranquiliza y se exaspera.
No puede conformarse el futurismo con la desventura pública. ¡Evidentemente! Pero tampoco puede conformarse con que, después de haber amañado el proyecto de una alianza con el partido demócrata, después de haberse engreído con la expectativa de pronunciar en la convención un voto decisivo y después de haber pensado en la candidatura del señor Villarán, se pretenda resolver el problema de la sucesión presidencial sin darles puesto en la batalla.
Y es por eso que la circular nos parece muy bonita, muy digna del partido nacional democrático, muy honrosa para la grave y doctoral juventud asociada bajo la presidencia del señor don José de la Riva Agüero y muy generosa y bellamente inspirada; pero muy poco eficaz para provocar el concierto nacional que los futuristas desean.
Porque se descubre a primera vista para qué lo desean.
Referencias
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Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de septiembre de 1918. ↩︎