7.17. Registro abierto

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hay muchedumbre de candidatos a la presidencia de la República. El único convicto y confeso es el señor Aspíllaga. Pero son muchos los que son candidatos sin decirlo, sin quererlo y sin negarlo. Al margen del nombre del señor Aspíllaga aparecen todos los días nombres nuevos. Unos para borrarse solos y otros para no borrarse así no más. Un nombre que no se borra por ningún motivo y que se mantiene firme al lado del nombre del señor Aspíllaga es el del señor Durand. Y parece escrito de puño y letra del señor Durand.
         Esta abundancia de candidaturas momentáneas y furtivas proviene únicamente de que la gente no tiene confianza en la suerte final de la candidatura del señor Aspíllaga. El señor Aspíllaga se encuentra rodeado por mucha gente que aprecia demasiado sus merecimientos y excelencias pero que no cree en su triunfo. Y que, gobernada por esta incredulidad, busca mentalmente otra candidatura. El partido civil, por ejemplo, es oficialmente aspillaguista, pero tiene la seguridad de que no va a serlo por mucho tiempo.
         El señor Aspíllaga, dueño de un espíritu eternamente joven y optimista, no toma en consideración esto.
         Piensa, probablemente, así:
         —Hay hombres de poca fe que dudan del buen éxito de mi candidatura. Pero esos hombres de poca fe me estiman y me acompañan. Son los que buscan una candidatura que sustituya a la mía; pero son, en tanto, los que sostienen mi candidatura. Los días se les pasan buscándome reemplazo; pero se les pasan sin encontrarlo.
         Y, desde el interior muelle y aristocrático de su limousine, saluda a la gente.
         La gente le contesta con ojos amorosos. Pero enseguida continúa barajando los nombres de los candidatos posibles. Y pasa del nombre del señor Durand —nombre de tradición revolucionaria— al nombre del señor Miró Quesada —nombre de silenciosa captación—. Y pasa del nombre del señor Villarán —nombre de aureola catedraticia—, al nombre del señor Bentín —nombre en olor a santidad. Y pasa de otro nombre a nombre más. Es como si la gente leyera la nómina de todos los personajes ilustres de la república.
         El partido nacional democrático es acaso el único que tiene en los labios un solo nombre: el nombre del señor don Manuel Vicente Villarán. Y es que el partido nacional democrático, como buen partido de jóvenes cultos, no puede pensar sino en una candidatura de mérito intelectual. Y que, al mismo tiempo, tenga fisonomía de candidatura.
         Pero el partido nacional democrático es uno.
         Y nada más que uno.
         Y uno que no se sabe si va a tener o no asiento en la convención de los partidos patrocinada por el señor Pardo.
         Además de que no se sabe siquiera si va a haber o no va a haber Convención.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de septiembre de 1918. ↩︎