7.14. Una tragedia
- José Carlos Mariátegui
1No necesitamos hacerles a ustedes la más ligera pintura del señor Criado y Tejada. Pocos diputados son tan universalmente conocidos como el señor Criado y Tejada en todas las modalidades exteriores e interiores de su psicología, de su doctrina, de su figura y de su traje. Alegres escritores y atrevidos caricaturistas han popularizado al señor Criado y Tejada con la más eficaz de las persistencias y el más donairoso de los aciertos. Podría decirse que la gente tiene en la retina y en la conciencia el retrato del señor Criado y Tejada quien, indudablemente, vive agradecido a tan merecido y altísimo honor.
Notorio es, por ejemplo, que el señor Criado y Tejada más que aficiones de parlamentario tiene aficiones de militar. La vida de los grandes soldados lo cautiva y lo seduce. Mil veces lo ha sorprendido el sueño con la biografía de Alejandro el Grande o de Napoleón Bonaparte entre las manos fervorosas y pasionales. Su espíritu es un espíritu épico que ama la gloria, la disciplina, la batalla y los penachos.
Probablemente estas inclinaciones orgánicas situaron al señor Criado y Tejada en el partido constitucional en los lejanos tiempos de su marcial hegemonía. El señor Criado y Tejada no podía ser civilista. No podía ser demócrata. No podía ser sino constitucional. Únicamente el partido de La Breña era capaz de entusiasmarle.
Una sola cosa tiene, por esto, que sorprendernos en el señor Criado y Tejada: que no sea coronel. Una cosa que estamos seguros de que lo apesadumbra y lo aflige íntimamente. Una cosa que tal vez es el motivo de su silencioso alejamiento de las legendarias filas del cacerismo, donde seguramente existe más de un coronel que no posee el fuego bélico, el ardor heroico ni la aptitud táctica del señor Criado y Tejada.
Consecuente con sus convicciones y con sus sentimientos, el señor Criado y Tejada tiene el gran empeño de militarizarnos. Su ideal es que el Perú se levante con un toque de clarín y se acueste con otro toque de clarín. Para llegar a esa meta quiere que se enseñe a marchar a todo el mundo. Y si no ha presentado en la Cámara un proyecto disponiendo que el presidente de la República sea forzosamente un mariscal ha sido por no enojar al señor Pardo, dueño y señor de sus más rendidas admiraciones y respetos.
No se pasa una legislatura sin que el señor Criado y Tejada formule alguna estupenda iniciativa militar y no se pasa tampoco una legislatura sin que pronuncie algún sonoro discurso guerrero. El país entero recuerda el famoso discurso en que, recomendando el ascenso del capitán Murga Cisneros, hizo la más pintoresca descripción de la batalla del Marne. En ese día célebre fue tan patético el verbo y tan sañudo el ademán del señor Criado y Tejada que sentíase en la Cámara el rudo estruendo de los cañones de 42 y el desagradable olor de los gases asfixiantes.
Esta legislatura no podía pasarse en blanco para el militarismo del señor Criado y Tejada. Era indispensable que el señor Criado y Tejada la conmoviese con una gran arenga. No era suficiente que el señor Criado y Tejada hubiese puesto el grito en el cielo contra la subversión del mayor Patiño Zamudio.
El señor Criado y Tejada que no podía dejar de advertirlo presentó, por estos motivos, en la sesión de anteayer un proyecto tremendo. Los empleados del telégrafo nacional debían ser militarizados. Había que asimilar al director de telégrafos a la clase de coronel, al jefe de líneas a la clase de teniente coronel, a los jefes subalternos a la clase de sargentos mayores. Los telegrafistas se llamarían en adelante militares. Y cuando se sublevasen les caería encima el código de justicia militar.
Pero la Cámara de Diputados, olvidándose hasta de que el señor Criado y Tejada es su primer vicepresidente, recibió con mala cara el proyecto militarizador.
Y unánimemente, con un gran carpetazo violento y descomedido, declaró que ni siquiera lo admitía a debate.
Pálido y desmelenado, el señor Criado y Tejada estuvo a punto de abrirse en cruz para pedir justicia al cielo. ¿Cómo era posible que la Cámara no permitiese por lo menos que se discutiese su iniciativa? ¿Cómo era posible que la tirase al canasto casi sin leerla? ¿Cómo era posible que no tuviese la bondad de entregarla al eterno estudio de las comisiones? El señor Criado y Tejada quiso ponerse de pie. Pero tan reciamente había repercutido en su corazón el carpetazo de la Cámara que no pudo hacerlo y cayó exánime sobre su carpeta.
Fue una tragedia.
Una tragedia sin palabras.
Notorio es, por ejemplo, que el señor Criado y Tejada más que aficiones de parlamentario tiene aficiones de militar. La vida de los grandes soldados lo cautiva y lo seduce. Mil veces lo ha sorprendido el sueño con la biografía de Alejandro el Grande o de Napoleón Bonaparte entre las manos fervorosas y pasionales. Su espíritu es un espíritu épico que ama la gloria, la disciplina, la batalla y los penachos.
Probablemente estas inclinaciones orgánicas situaron al señor Criado y Tejada en el partido constitucional en los lejanos tiempos de su marcial hegemonía. El señor Criado y Tejada no podía ser civilista. No podía ser demócrata. No podía ser sino constitucional. Únicamente el partido de La Breña era capaz de entusiasmarle.
Una sola cosa tiene, por esto, que sorprendernos en el señor Criado y Tejada: que no sea coronel. Una cosa que estamos seguros de que lo apesadumbra y lo aflige íntimamente. Una cosa que tal vez es el motivo de su silencioso alejamiento de las legendarias filas del cacerismo, donde seguramente existe más de un coronel que no posee el fuego bélico, el ardor heroico ni la aptitud táctica del señor Criado y Tejada.
Consecuente con sus convicciones y con sus sentimientos, el señor Criado y Tejada tiene el gran empeño de militarizarnos. Su ideal es que el Perú se levante con un toque de clarín y se acueste con otro toque de clarín. Para llegar a esa meta quiere que se enseñe a marchar a todo el mundo. Y si no ha presentado en la Cámara un proyecto disponiendo que el presidente de la República sea forzosamente un mariscal ha sido por no enojar al señor Pardo, dueño y señor de sus más rendidas admiraciones y respetos.
No se pasa una legislatura sin que el señor Criado y Tejada formule alguna estupenda iniciativa militar y no se pasa tampoco una legislatura sin que pronuncie algún sonoro discurso guerrero. El país entero recuerda el famoso discurso en que, recomendando el ascenso del capitán Murga Cisneros, hizo la más pintoresca descripción de la batalla del Marne. En ese día célebre fue tan patético el verbo y tan sañudo el ademán del señor Criado y Tejada que sentíase en la Cámara el rudo estruendo de los cañones de 42 y el desagradable olor de los gases asfixiantes.
Esta legislatura no podía pasarse en blanco para el militarismo del señor Criado y Tejada. Era indispensable que el señor Criado y Tejada la conmoviese con una gran arenga. No era suficiente que el señor Criado y Tejada hubiese puesto el grito en el cielo contra la subversión del mayor Patiño Zamudio.
El señor Criado y Tejada que no podía dejar de advertirlo presentó, por estos motivos, en la sesión de anteayer un proyecto tremendo. Los empleados del telégrafo nacional debían ser militarizados. Había que asimilar al director de telégrafos a la clase de coronel, al jefe de líneas a la clase de teniente coronel, a los jefes subalternos a la clase de sargentos mayores. Los telegrafistas se llamarían en adelante militares. Y cuando se sublevasen les caería encima el código de justicia militar.
Pero la Cámara de Diputados, olvidándose hasta de que el señor Criado y Tejada es su primer vicepresidente, recibió con mala cara el proyecto militarizador.
Y unánimemente, con un gran carpetazo violento y descomedido, declaró que ni siquiera lo admitía a debate.
Pálido y desmelenado, el señor Criado y Tejada estuvo a punto de abrirse en cruz para pedir justicia al cielo. ¿Cómo era posible que la Cámara no permitiese por lo menos que se discutiese su iniciativa? ¿Cómo era posible que la tirase al canasto casi sin leerla? ¿Cómo era posible que no tuviese la bondad de entregarla al eterno estudio de las comisiones? El señor Criado y Tejada quiso ponerse de pie. Pero tan reciamente había repercutido en su corazón el carpetazo de la Cámara que no pudo hacerlo y cayó exánime sobre su carpeta.
Fue una tragedia.
Una tragedia sin palabras.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de septiembre de 1918. ↩︎