7.13. Porvenir oscuro

  • José Carlos Mariátegui

 

         1No damos dos centavos por la proyectada convención de los partidos.
         El señor Pardo la ha recomendado a la consideración de los ciudadanos desde los majestuosos acápites de su mensaje al Congreso. El partido liberal la ha patrocinado con entusiasta ardimiento y la ha alabado con unciosa devoción. Todos los amigos del gobierno le han concedido su amparo.
         Pero el destino, el destino avieso, el destino misterioso, el destino hosco, le ha puesto un montón de piedras en el camino.
         El partido civil, después de mirar a la Convención con un desgano muy grande, ha advertido los muchos riesgos que encierra para su futuro. El partido liberal, padrino solícito de la Convención, ha comenzado muy pronto a dejarla de la mano secretamente. El partido constitucional, autor de la Convención que llevó al Palacio de Gobierno al señor Pardo, ha dado a entender que ya no le gustan las convenciones.
         Y el propio señor Pardo ha sentido la posibilidad de que una convención organizada en estas condiciones le proporcione el disgusto de soltarle en cancha un candidato tan ingrato para él como el señor Leguía.
         El público ha exclamado motivadamente:
         —¡Así no puede haber convención!
         Y no se ha equivocado.
         Si los partidos que concurrieron a la convención pasada y si el presidente de la república salido de ella, desconfían y recelan de una nueva convención no es sensato aguardar que se realice. Sobre todo, cuando, al mismo tiempo, reaparece en el horizonte político, resurgido de entre escombros y cenizas, el partido demócrata. Y cuando se pone de pie para tenderle la mano con efusión filial otro partido jovencito del cual nos habíamos olvidado: el partido futurista.
         Además, los civilistas acaban de tener un gesto muy elocuente.
Olvidándose de tal pleito y de cual enojo se dirigen a los liberales para acudir, cogidos de las manos y agrupados bajo una sola bandera, a las elecciones presidenciales. No quieren que los liberales se vayan por un sendero distinto del suyo. Los invitan a la reconciliación y al conchabamiento. Y les recuerdan que la unión es la fuerza.
         Piden alianza con una entonación muy sagaz y persuasiva. La piden con la misma entonación con que podrían pedir “pita”. Y, aunque la pidan con el propósito de ser los mayores usufructuarios del negocio, el hecho es que la piden.
         Y el hecho es también que la piden sin pronunciar una palabra sobre la convención.
         No parece, sino que los civilistas se encogieran de hombros y confesaran paladinamente:
         —¡Qué convención ni qué convención! ¡Mejor que una mala convención es una buena alianza!
         Es, por lo menos, lo que el público entiende.
         Aunque de repente le haya caído encima un cablegrama de Londres que avisa esto:
         —Me embarco a principios del mes entrante.
         Algo que puede inyectarle un poco de vida a la convención de los partidos; pero que no basta para que rectifiquemos nuestra declaración de que no damos ni dos centavos por ella…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de septiembre de 1918. ↩︎