7.11. Candidato siempre

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Inquietos y nerviosos, preguntábamos el martes, desde esta columna cotidiana, por la suerte de la candidatura del señor Aspíllaga. ¿Dónde se había metido? ¿Había muerto acaso asustada por los disparos al aire del ejército de salvación? ¿Se había retirado de la aviesa y umbrosa cancha electoral? Con estas interrogaciones en los labios buscábamos por todas partes la silenciosa y sagaz limousine que carga y transporta los elegantes y donosos ensueños del señor Aspíllaga.
         Y el mismo día en que así se desbordaba nuestra curiosidad la candidatura del señor Aspíllaga reaparecía en las calles. El señor Aspíllaga iba a Palacio a conferenciar con el señor Pardo. Los reporteros lo rodeaban en la puerta de la secretaría presidencial. El periódico del señor Echecopar se preparaba para hacernos una morisqueta. La voz de don Pedro de Ugarriza resonaba en todos los ámbitos del jirón de la Unión. Y corría de boca en boca el anuncio de que se amañaba en la sombra una asamblea civilista destinada a proclamar la conveniencia de que el señor Aspíllaga suceda al señor Pardo en el gobierno de la nación.
         Ahora, pues, tenemos otra vez al señor Aspíllaga de candidato a la presidencia de la República. El señor Aspíllaga no ha querido ser candidato solamente antes del manifiesto del mayor Patiño Zamudio. Ha querido que, apagados los estruendos de la subversión, volviese a erguirse su figura en el horizonte de la política nacional. Y que volviese a erguirse sin miedo a las balas ni a las conspiraciones.
         El suceso nos alegra naturalmente. No era posible que nos faltase en el escenario de la política criolla un candidato a la presidencia resuelto y franco como el señor Aspíllaga. Era urgente que mirásemos entrar y salir de Palacio a un ciudadano abnegadamente dispuesto a alimentar el chiste callejero y la crónica festiva.
         Y es que comenzábamos a perecer de aburrimiento. Toda la vida peruana giraba alrededor del restablecimiento del orden público. No había más espectáculo para nuestros ojos que el del besamanos interminable. El tema de la revolución de los zapadores duraba porfiadamente. Y, aunque habíamos regresado a la normalidad, respirábamos todavía la atmósfera de la capitulación.
         Hoy, en cambio, nos sentimos restituidos a los días regulares y ordinarios interrumpidos por el grito sonoro del mayor Patiño Zamudio. Nos encontramos con que, lo mismo que el gobierno del señor Pardo, subsiste la candidatura del señor Aspíllaga. Y con que el país sigue igual, totalmente igual, absolutamente igual, definitivamente igual. Que es, después de todo, lo mejor que podía ocurrirle.
         Pero una cosa muy grave nos acontece.
         Y es que el martes pedíamos ansiosamente la resurrección de la candidatura del señor Aspíllaga. Y hoy que la vemos circular nuevamente por las calles comienza a asaltarnos la tentación de pedir su retiro. Volvemos a acordarnos de que un gentleman tan perfecto y un ciudadano tan distinguido como el señor Aspíllaga no debe exponerse por ningún motivo a los groseros azares de nuestra democracia.
         Solo que ahora nosotros mismos, paradójicos y contradictorios, le aconsejaremos al señor Aspíllaga que no nos haga caso. Porque si nos quedamos otra vez sin su candidatura, nosotros también seremos los primeros en reclamarla a gritos. Y en recorrer las calles como locos averiguando su paradero…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de septiembre de 1918. ↩︎