6.5. Sin discursos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La exhumación del proceso de las diputaciones de Lima ha sacudido a la ciudad. En recuerdo de los sonoros días cívicos del sufragio y de los asombrosos días funambulescos del escrutinio ha renacido en todos los espíritus. Y se ha visto la inminencia de que las puertas de la Cámara del señor don Juan Pardo se abran para dos nuevos diputados. Dos diputados jóvenes. Dos diputados esclarecidos. Dos diputados simpáticos.
         Los senadores pradistas no han querido que le quede la menor esperanza al señor Balbuena. Podría decirse que han tenido empeño en descontarlo, en eliminarlo, en descartarlo. Han hecho que el público mire claramente que el proceso resucita convertido en una victoria del señor don Jorge Prado.
         No ha podido haber más énfasis en sus declaraciones:
         —¡Este proceso no sirve! ¡Este proceso no vale! ¡Este proceso ha caducado! ¡Echémosle tierra encima! ¡El señor Balbuena lo repudia! ¡Prefiere que el pueblo de Lima lo elija de nuevo!
         El público ha resuelto rápidamente:
         —¡Ajá! ¡Entonces este proceso servirá para que Miró Quesada y Prado se incorporen enseguida a la Cámara!
         Y esta impresión es natural.
         Lo que se ha sostenido siempre no es que el proceso sea malo ni que el proceso sea incurable. Lo que se ha sostenido es que la Cámara de Diputados no debía ponerle el punto final que no le pudo poner la escrutadora. Y lo que se ha sostenido, por ende, es que no había que sustraerlo a los ojos de la Suprema.
         Los senadores pardistas no han cambiado, pues, de criterio. Quienes han cambiado totalmente de criterio son, sin duda alguna, los senadores liberales. Para ellos el proceso de Lima que antes era válido ahora no lo es. Y no lo es solamente porque han pasado varios meses desde el día en que aseveraban lo contrario. El proceso de Lima, según los liberales, ha sido variado por el tiempo. No se sabe si a consecuencia del frío o de la lluvia.
         El público piensa naturalmente:
         —Esto quiere decir que no habrá lucha.Los liberales se han declarado vencidos de antemano. Han retirado del tapete la candidatura del señor Balbuena.
         Y es que el público no puede pensar de otra manera.
         Después de la votación del sábado tenía que verlos otra vez a los señores Prado y Miró Quesada traza, gesto, y título de diputados por Lima. Y tenía que cumplimentarlos. Y tenía que aplaudirlos. Y tenía que disponerse a aguardar el momento de su entrada a la Cámara y de su juramento a los pies del señor don Juan Pardo.
         El señor Prado, por supuesto, no se inquieta. Sabe que es uno de los diputados electos por Lima. Guarda en su bolsillo el escrutinio de la junta escrutadora que así lo proclama. Y se atiene a lo que se falle en justicia.
         El señor Miró Quesada, sabe también que es otro de los diputados electos por Lima. Pero como es muy impaciente y nervioso se exaspera de que aún no se le deje ocupar su escaño de diputado.
         Y el señor Balbuena, espiritual y alegre siempre, asegura:
         —Yo quiero que se renueve la elección. ¡Pero nada más que porque soy un enamorado de la lucha cívica!
         Únicamente hay un personaje que regaña, que gruñe y que amenaza. Un personaje que no se contenta con que se salte sobre su parecer. Un personaje que se indigna de que no sea su dictamen el que prevalezca y mande.
         Este personaje es el señor don Manuel Bernardino Pérez que anda soliviantado por las calles gritándoles a las gentes:
         —¿No soy el leader de la mayoría de la Cámara de Diputados? ¡Pues entonces tengo el proceso de Lima en la mano!
         Y lo que el señor Pérez tiene en la mano, cuando así habla, no es sino una palta.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de agosto de 1918. ↩︎