6.4. Permanente ya – La extrema izquierda
- José Carlos Mariátegui
Permanente ya1
El comentario público amaneció ayer enredado en el proyecto de impuestos a los solteros presentado en su Cámara por los señores Ingunza Delgado y Roig Rivera. Olvidáronse las gentes de que se hallaba pendiente el debate del nuevo proyecto de emisión. Olvidáronse las gentes de que el señor Químper podía aún meterle un cabe al señor Tudela. Olvidáronse las gentes de que los señores Tudela y Maúrtua tenían que seguir concurriendo todavía a la Cámara de Diputados. Para las gentes no había más acontecimiento que la iniciativa de los señores Ingunza Delgado y Roig Rivera.
No parecía, sino que lo de la emisión se hubiese concluido. Nadie se ocupaba del convenio con los yanquis ni de las demandas de los bancos. Todos hablaban de la amenaza que surgía contra el celibato. Los señores Ingunza Delgado y Roig Rivera andaban en lenguas.
Así llegamos a la sesión de la Cámara de Diputados.
Las miradas buscaron desde el primer momento en sus hasta ayer modestos escaños a los señores Ingunza Delgado y Roig Rivera para atisbarles el semblante, conocerles la traza y medirles el continente. Después de las miradas los buscaron las sonrisas. Y después de las sonrisas los buscaron los guiños.
Travieso y acucioso el señor Parodi descendió del estrado de la mesa para preguntarle al señor Ingunza Delgado si era cierto que iba a fundar su proyecto.
Y el señor Ingunza Delgado se sintió a punto de tener que meterse bajo su escaño.
Únicamente cuando comenzaron los pedidos se acordó la barra de que la sesión no era para discutir el impuesto a los solteros sino para discutir el problema del cambio.
Y la Cámara declaró a carpetazos que, además, la sesión era permanente.
Empezó más tarde el debate: preguntas y respuestas, preguntas y respuestas, preguntas y respuestas.
Hasta que de repente separó el señor Manzanilla con unos bríos elocuentes en medio de la ansiedad de las galerías.
Pero simplemente para decir:
—Pido que se lea ese memorándum de los bancos aludidos por el señor Maúrtua.
Y para callarse después de que el memorándum fue leído.
Porque es lo que declara a cada rato entre grandes sonrisas:
—Yo no pienso intervenir en esta discusión. Pero estoy obligado a seguirla muy de cerca porque puede ser que necesite intervenir…
No parecía, sino que lo de la emisión se hubiese concluido. Nadie se ocupaba del convenio con los yanquis ni de las demandas de los bancos. Todos hablaban de la amenaza que surgía contra el celibato. Los señores Ingunza Delgado y Roig Rivera andaban en lenguas.
Así llegamos a la sesión de la Cámara de Diputados.
Las miradas buscaron desde el primer momento en sus hasta ayer modestos escaños a los señores Ingunza Delgado y Roig Rivera para atisbarles el semblante, conocerles la traza y medirles el continente. Después de las miradas los buscaron las sonrisas. Y después de las sonrisas los buscaron los guiños.
Travieso y acucioso el señor Parodi descendió del estrado de la mesa para preguntarle al señor Ingunza Delgado si era cierto que iba a fundar su proyecto.
Y el señor Ingunza Delgado se sintió a punto de tener que meterse bajo su escaño.
Únicamente cuando comenzaron los pedidos se acordó la barra de que la sesión no era para discutir el impuesto a los solteros sino para discutir el problema del cambio.
Y la Cámara declaró a carpetazos que, además, la sesión era permanente.
Empezó más tarde el debate: preguntas y respuestas, preguntas y respuestas, preguntas y respuestas.
Hasta que de repente separó el señor Manzanilla con unos bríos elocuentes en medio de la ansiedad de las galerías.
Pero simplemente para decir:
—Pido que se lea ese memorándum de los bancos aludidos por el señor Maúrtua.
Y para callarse después de que el memorándum fue leído.
Porque es lo que declara a cada rato entre grandes sonrisas:
—Yo no pienso intervenir en esta discusión. Pero estoy obligado a seguirla muy de cerca porque puede ser que necesite intervenir…
La extrema izquierda
Los diputados de la minoría han cambiado de sitio. Antes estaban sentados a la derecha del señor don Juan Pardo. Estaban sentados a la derecha, aunque eran la izquierda. Y aunque la gente los llamaba los diputados de la izquierda.
Ahora están sentados a la izquierda del señor Pardo. Son la izquierda y se sientan en la izquierda. En la extrema izquierda. Que más que por izquierda les gusta, probablemente, por extrema.
Y no quieren ya que se les diga diputados independientes, ni diputados de la minoría, ni siquiera diputados de la oposición. Todos esos calificativos les parecen muy vagos. Y quieren que se les diga diputados de la extrema izquierda.
Nosotros, por habernos pasado algunos días de andanza por la sierra, no teníamos noticia de esto. Pensábamos que los diputados independientes continuaban titulándose diputados independientes. Y cuando reaparecimos en los pasillos de la Cámara les dijimos como de costumbre:
—¡Señores diputados independientes!
Y entonces el señor Químper nos contradijo:
—¡Independientes, no! ¡Ahora no somos independientes! ¡Ahora somos izquierdistas! ¡Completamente izquierdistas! ¿No ven ustedes que independientes son todos los diputados? ¿No ven ustedes que hay en la Cámara un “grupo independiente”? ¿No ven ustedes que la mayoría se ha desdoblado en muchas minorías?
Y solo el señor Secada, abrazándonos temerariamente, nos murmuró al oído:
—¡Antes que izquierdista yo soy, por supuesto, bolchevique! ¡Bolchevique siempre!
Hay izquierda y hay extrema izquierda. En la extrema izquierda está, la minoría arremetedora y denodada. Está la minoría de la minoría. Está el señor Secada. Está el señor Químper. Está el señor Ruiz Bravo. Está el señor Salazar y Oyarzábal. Está el señor Morán. Está el señor Enrique Castro. Están todos los oposicionistas ardorosos e intransigentes. Y en la izquierda están los demás. Y si la extrema izquierda no crece, la izquierda puede crecer. Sobre todo, desde hoy que el señor Pardo llega al cuarto y último año de su mandato.
Ahora están sentados a la izquierda del señor Pardo. Son la izquierda y se sientan en la izquierda. En la extrema izquierda. Que más que por izquierda les gusta, probablemente, por extrema.
Y no quieren ya que se les diga diputados independientes, ni diputados de la minoría, ni siquiera diputados de la oposición. Todos esos calificativos les parecen muy vagos. Y quieren que se les diga diputados de la extrema izquierda.
Nosotros, por habernos pasado algunos días de andanza por la sierra, no teníamos noticia de esto. Pensábamos que los diputados independientes continuaban titulándose diputados independientes. Y cuando reaparecimos en los pasillos de la Cámara les dijimos como de costumbre:
—¡Señores diputados independientes!
Y entonces el señor Químper nos contradijo:
—¡Independientes, no! ¡Ahora no somos independientes! ¡Ahora somos izquierdistas! ¡Completamente izquierdistas! ¿No ven ustedes que independientes son todos los diputados? ¿No ven ustedes que hay en la Cámara un “grupo independiente”? ¿No ven ustedes que la mayoría se ha desdoblado en muchas minorías?
Y solo el señor Secada, abrazándonos temerariamente, nos murmuró al oído:
—¡Antes que izquierdista yo soy, por supuesto, bolchevique! ¡Bolchevique siempre!
Hay izquierda y hay extrema izquierda. En la extrema izquierda está, la minoría arremetedora y denodada. Está la minoría de la minoría. Está el señor Secada. Está el señor Químper. Está el señor Ruiz Bravo. Está el señor Salazar y Oyarzábal. Está el señor Morán. Está el señor Enrique Castro. Están todos los oposicionistas ardorosos e intransigentes. Y en la izquierda están los demás. Y si la extrema izquierda no crece, la izquierda puede crecer. Sobre todo, desde hoy que el señor Pardo llega al cuarto y último año de su mandato.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de agosto de 1918. ↩︎