6.2. Armisticio

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Creíamos por muchos y muy grandes motivos haber llegado a la ciudad en un momento de profundo fervor parlamentario. Creíamos haber llegado a la ciudad para asistir instantáneamente a la caída del ministerio presidido por el señor Tudela y Varela. Creíamos haber llegado a la ciudad en el mismo punto y sazón en que el señor Manzanilla se ponía de pie para pronunciar un discurso.
         Y no ha sido como creíamos.
         Anteayer no hubo quórum. Y ayer hubo fiesta. Anteayer no pudo ser lo que esperábamos por una razón. Ayer no pudo ser por otra razón. Anteayer porque no hubo. Ayer porque hubo. El quórum y el calendario se nos han querido mostrar conchabados con el gobierno para interrumpir discretamente las interpelaciones de la Cámara de Diputados cuyo eco nos ha traído desde la sierra en el primer tren que hemos tenido a la mano.
         Ayer hubo fiesta. Y hubo despedida de María Barrientos. Pero no hubo, como a nosotros nos hubiera gustado, debate parlamentario y jarana política. Y para piropear al señor Manzanilla diremos que nosotros hubiéramos cambiado la despedida de María Barrientos por un donairoso discurso suyo.
         Nos hemos pasado, pues, dos días en blanco.
         Dos días en blanco para nosotros y dos días en turbio para el gobierno.
         Y dos días que nos han valido para escuchar en todas partes el anuncio pertinaz y sistemático de la dimisión, y para saber que todo el mundo le mira al señor Tudela y Varela cara de condenado a muerte.
         Andando por la calle hemos divisado de repente el automóvil del ministro de hacienda y lo hemos detenido con los dos brazos. La portezuela se ha abierto para que nuestra humilde mano mecanógrafa estrechara la ilustre mano bolchevique del señor Maúrtua. Y el señor Maúrtua nos ha acogido con sus risueñas exclamaciones de siempre:
         —¡Jóvenes aún y de virtud modelo!
         Pero nosotros hemos querido contrariarlo:
         —¿Por qué no se ha ido usted a las sierras a sembrar trigo? ¿Por qué no se ha ido usted solo o llevando de la mano al señor Revilla? ¿Por qué no se ha ido usted a abrir el surco y a derramar en él la semilla? ¿Por qué no se ha ido usted a asegurar el pan de la república para lo venidero?
         Y el señor Maúrtua, oyendo hablar del trigo, no ha podido dejar de entusiasmarse:
         —¿Y ustedes vienen de la sierra? ¿Ustedes vienen de sembrar trigo? ¿Por qué no me han llevado ustedes entonces?
         No hemos sabido qué responderle.
         Y el señor Maúrtua ha continuado su camino después de pedirle al chauffeur con los ojos que lo llevara de una vez a la sierra.
         Pedido inútil naturalmente.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de agosto de 1918. ↩︎