6.16. El anillo de hierro

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todos los días la ciudad lee ávidamente los comunicados oficiales. Los lee en la cama apenas abre los ojos y se sacude el sueño. Los lee antes de tomar el desayuno. Los lee extrayéndoles el zumo y atisbándoles la interlínea.
         Y los comunicados oficiales le dicen un día:
         —La facción del mayor Patiño Zamudio está rodeada por las tropas del orden. Se ha metido en un callejón sin salida. El gobierno la tiene encerrada dentro de un anillo de hierro.
         Y le dicen lo mismo al día siguiente:
         —El mayor Patiño Zamudio ha sido cogido dentro de un anillo de hierro. El gobierno le ha cortado todas las retiradas. Dentro de pocos momentos la revolución habrá concluido.
         Y le dicen lo mismo al otro día:
         —El anillo de hierro ha comenzado a estrecharse. Las tropas del orden no cesan en acercarse al mayor Patiño Zamudio.
         Los comunicados oficiales no varían de contenido. Diariamente anuncian el avecinamiento de la aprehensión del mayor Patiño Zamudio. Y ni siquiera varían de contenido. El leit motiv de los comunicados oficiales es “el anillo de hierro”.
         Y la ciudad, que no se conforma con la monotonía, comienza a indignarse contra los comunicados oficiales.
         —¡Basta de anillos de hierro! ¡Venga una noticia emocionante y sustanciosa! ¡Venga de una vez algo truculento! ¡Cómo es posible que el coronel Arenas no nos haya traído todavía al mayor Patiño Zamudio para conocerlo personalmente!
         Y no es esto solo.
         Es también que la ciudad coge entre las manos los periódicos, les toma el pulso a sus informaciones, analiza los acontecimientos, pone los ojos en las sierras de Sayán y Oyón y atrapa y se guarda en el bolsillo los rumores que pasan como un soplo helado.
         Y razona de esta guisa:
         —El gobierno asegura que los revolucionarios huyen perseguidos. Pero he aquí que los revolucionarios se han establecido en Yauringa, en la “trinchera de Leoncio Prado”, armados de carabinas, galgas y palos de escoba. Y bien. Un ejército que acampa no es un ejército que huye. Además, un ejército que huye es un ejército capaz de avanzar una legua por minuto. Y este ejército que, según el gobierno, huye, no ha avanzado en cinco días sino de Sayán a Yauringa. Luego este ejército no huye: este ejército espera. Y espera en una trinchera gloriosa.
         El gobierno insiste en sus comunicados oficiales:
         —¡El mayor Patiño Zamudio corre perseguido por el coronel Arenas!
         Y la ciudad, a pesar de la suspensión de las garantías individuales, se atreve a mover la cabeza:
         —¿Pero, si corre, cómo es que no ha pasado aún de Yauringa? ¿Cómo es que el coronel Arenas, que corre tras él, no le ha alcanzado aún? O el mayor Patiño Zamudio no corre o el coronel Arenas no tiene ganas de seguirlo.
         Y, a continuación, la atmósfera se puebla de preguntas:
         —¿Y por qué se ha hecho volver a Supe al vapor “Urubamba”? ¿Por qué se ha asustado en alta mar a los apacibles pasajeros de una nave mercante? ¿Por qué se ha turbado la normalidad y el orden de su viaje? ¿Por qué ha salido la Escolta?
         Y no hay quien se atreva a contestar.
         Todo el mundo se pone el dedo en la boca. Mira a hurtadillas. Se aprieta el pecho para que no se le escape el corazón. Y aguza el oído para oír los disparos del ejército que persigue, asedia y confunde, según los comunicados oficiales, al mayor Patiño Zamudio.
         Y los disparos no suenan.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de agosto de 1918. ↩︎