6.17. Escenario de drama

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Santa Rosa de Lima, reina y señora de la ciudad, no quiso que cometiéramos ayer ninguna malacrianza, ninguna travesura, ninguna mataperrada. En obsequio a su fiesta no sesionaron las cámaras, no se abrieron las puertas de la Universidad, no hubo mitin de los estudiantes, y no pronunció el Sr. Cornejo el extraordinario discurso destinado a tumbar al ministerio en el nombre de la juventud tundida y maltrecha.
         Si la fiesta de nuestra dulce y buena santa no hubiera brillado al amanecer en el calendario habríamos tenido ayer un día tremendo. El Parlamento habría vibrado trémulo y conmovido. Los estudiantes habrían recorrido las calles aclamando al señor Leguía y al señor Prado. El señor don Antonio Miró Quesada habría dirigido otra vez entre sonrisa y sonrisa, un voto del civilismo en la Cámara de Senadores. Los gendarmes y la policía habrían salido a la calle sonando sus sables y cargando sus rifles. Y los granujas habrían consagrado el alboroto pregonando a grito herido las ediciones extraordinarias de los periódicos.
         Pero Santa Rosa no podía consentir que el día de su fiesta fuera un día de convulsión para su tierra. Amaneció sonriéndonos desde los campanarios. Y pidiéndonos amor desde los altares.
         El gobierno pensó que el día era de armisticio. Armisticio oportuno. Armisticio milagroso. Armisticio salvador.
         Y la ciudad hubo de contentarse con glosar la sableadura de los universitarios poniendo el grito en las nubes.
         —¿Quiere decir que este fuerte y valeroso gobierno del señor Pardo descarga sobre los chicos de la universidad los golpes que no puede descargar sobre los soldados del mayor Patiño Zamudio? ¿Quiere decir que le pega a la juventud porque no puede pegarle a la revolución? ¿Quiere decir que ha desenvainado trágicamente el sable? ¿Quiere decir que de veras se han acabado las garantías individuales?
         El clamor de los periódicos repercutió de labio en labio.
         Y las gentes, para vengar la sableadura, se pusieron a soltar preguntas inquietantes:
         —¿Todavía no se acerca el coronel Arenas al mayor Patiño Zamudio? ¿Todavía no se dispara? ¿Todavía no lo apunta? ¿Todavía no le grita que le perdona la vida? ¿Todavía no le da fuego al gobierno el fusil que tiene en la mano desde hace tanto rato?
         Y el criollismo fluye su arranque:
         —¿Qué es de la vida de las balas?
         El ambiente, a pesar de Santa Rosa, era sulfuroso y tropical.
         Y, aunque no salían a las calles, los estudiantes se entretenían en ensayar a la sordina un grito entusiasta:
         —¡Viva el doctor Prado! ¡Viva el Maestro de la Juventud!
         Un grito destinado a sacar de quicio al gobierno en este momento en que mira flamear la bandera del mayor Patiño Zamudio en una cumbre histórica que tiene el nombre de un héroe. Héroe, Prado y Coronel al mismo tiempo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 31 de agosto de 1918. ↩︎