6.15. Partido catedrático

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El gobierno es el partido liberal; el partido liberal es el gobierno.
         Inoportuna es, pues, la demanda del civilismo de que se le devuelva su señorío de otros tiempos en el Palacio gubernativo. El señor Pardo ve que, mientras el partido liberal busca los hilos de la conspiración y abre sus fuegos contra el mayor Patiño Zamudio, el civilismo del senado se confabula para incorporar en la Cámara de Diputados a los señores Luis Miró Quesada y Jorge Prado. Y ve además el señor Pardo que, mientras el civilismo no tiene más noticia de Oyón que la que le dieron en el colegio, el partido liberal, conoce palmo a palmo Oyón y sus vericuetos.
         Un gobierno civilista sería en estos momentos un gobierno sin práctica, sin capacidad y sin suficiencia para hacerle frente a la revolución. Un gobierno liberal, en cambio, es un gobierno aleccionado por la experiencia sobre la revolución y sus achaques.
         Naturalmente el civilismo no se conforma con esto. Y se empeña en dejarle sentir su descontento al señor Pardo. Aprovecha toda buena oportunidad de hostilizar sigilosamente al gobierno. Lo obliga a defenderse de sus pellizcos astutos al mismo tiempo que de las acometidas súbitas de la revolución. Trata de desasosegar al señor Pardo más que el mayor Patiño Zamudio, más que el capitán Canta y más que el doctor Humberto Negrón. Y se esfuerza en convencer al gobierno de que más vale maña que fuerza.
         Pero los liberales se encogen de hombros. Piensan que nada importa que los civilistas los derroten en el Senado si ellos derrotan a los civilistas en el Palacio de Gobierno. Y gritan que el voto de los civilistas del Senado afianza su hegemonía en la administración pública.
         Y la culpa de su suerte la tiene el civilismo. El civilismo no manda hoy porque el civilismo nunca ha sido rebelde, porque el civilismo nunca ha corrido a caballo por las quebradas, porque el civilismo nunca ha soliviantado los cuarteles, porque el civilismo nunca ha andado de conspirador ni de faccioso.
         El partido liberal, en tanto, es un partido tradicionalmente revolucionario. Nació con la carabina al brazo y con la cartuchera bien provista. Desde su infancia aprendió a trepar los cerros y a tirarles galgas a los gendarmes. Muy raros fueron los momentos en que estuvo sosegado y tranquilo. Se alternaban en su vida cuatro períodos: el de la conspiración, el de la montonera, el del escondite y el de la amnistía.
         Es un partido, por lo tanto, que se sabe de memoria el mapa de las sierras peruanas. No hay desfiladero que no haya explorado, no hay quebrada que no haya recorrido, no hay desabrimiento que no haya conocido. Profesional de la revolución lo llamará la historia.
         Y nuestro ingenioso caballero andante, el doctor Durand, es, por supuesto, el grande y sumo técnico del partido liberal.
         Por eso hoy lo miramos dirigir la persecución del mayor Patiño Zamudio, serenar los nervios del gobierno, señalarle al país el camino de Ihuari, concertar las medidas de la represión, de la vigilancia y del castigo.
         Y el público dice que, después de haberse ejercitado en hacer la revolución en la quebrada, comienza el doctor Durand a ejercitarse en deshacerla desde la ciudad.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de agosto de 1918. ↩︎