4.4. A lo lejos…
- José Carlos Mariátegui
1Hay un rumor interesante que salta y rebota de casa en casa.
No es, sino que el señor don Augusto B. Leguía se ha embarcado ya en viaje a América. Que no es todavía que esté en viaje al Perú. Que es únicamente que está en viaje. Pero que basta para que haya conflagración en el comentario metropolitano y hervor en el ambiente político.
Que el señor Leguía viene quiere decir que vamos a tener espectáculo y ruido. Quiere decir que vamos a tener lucha. Quiere decir que vamos a tener jornada cívica. Quiere decir que vamos a tener otra vez a la muchedumbre en funciones. Y quiere decir otras cosas más graves.
Y naturalmente esto nos entusiasma a todos.
Aquello de que no hubiese conflicto, aquello de que saliese de una convención mansa, reunida bajo el auspicio del señor Pardo, un candidato nacional y único, aquello de que no sonase en las calles sino un partido, un grito y una aspiración, aquello de que no tuviésemos que poner los ojos en el ejército y aquello de que nos pasásemos monótonamente los días tomándole el pelo al señor Aspíllaga no más, no podía ser cosa que nos cayese en gracia. Ni podía ser cosa que les cayese en gracia a los mismos candidatos posibles. Ni podía ser cosa que le cayese en gracia al país. Apenas si le caería en gracia al señor Pardo. Si le caía.
Y, por eso, mirando a Londres, estábamos en el Perú como en las esperas de los teatros.
Había idénticas impaciencias.
Y gritos:
—¡Hasta qué hora!
Y bastonazos.
Pero esto de que el señor Leguía se ha embarcado nos ha hecho cambiar de postura. Nos ha puesto de pie. Y nos ha sacado de quicio.
Es muy trascendental y muy lacónico:
—El señor Leguía se ha embarcado.
Parece nada; pero es mucho.
Y es que sabemos lo que indicaría que el señor Leguía se hubiese embarcado efectivamente. Indicaría no que el señor Leguía se ha embarcado en un transatlántico, sino que se ha embarcado en algo más. Y, sobre todo, que ya se ha embarcado.
Con el rumor en las pupilas hemos atajado en una esquina al señor Salazar y Oyarzábal y le hemos preguntado:
—¿Es cierto? ¿O no es cierto?
Mas el señor Salazar y Oyarzábal no ha sabido respondernos sino:
—Dicen que es cierto. Dicen no más, jóvenes amigos. Pero lo dicen demasiado.
Y luego con un ademán de dominus vobiscum:
—¡Vox populi!
No hemos hallado, pues, quien nos confirme el rumor de la calle. Por nuestro camino cotidiano no ha pasado siquiera, como de costumbre, nuestro buen amigo el señor Alfredo Piedra, que nos habría hablado sin las “s” y los latines del señor Salazar y Oyarzábal.
Pero el rumor es muy grande y muy sonoro.
Tan grande y tan sonoro que, sin duda alguna, si el señor Leguía no se ha embarcado está por lo menos con el pie en el estribo.
Y siempre sería bastante.
No es, sino que el señor don Augusto B. Leguía se ha embarcado ya en viaje a América. Que no es todavía que esté en viaje al Perú. Que es únicamente que está en viaje. Pero que basta para que haya conflagración en el comentario metropolitano y hervor en el ambiente político.
Que el señor Leguía viene quiere decir que vamos a tener espectáculo y ruido. Quiere decir que vamos a tener lucha. Quiere decir que vamos a tener jornada cívica. Quiere decir que vamos a tener otra vez a la muchedumbre en funciones. Y quiere decir otras cosas más graves.
Y naturalmente esto nos entusiasma a todos.
Aquello de que no hubiese conflicto, aquello de que saliese de una convención mansa, reunida bajo el auspicio del señor Pardo, un candidato nacional y único, aquello de que no sonase en las calles sino un partido, un grito y una aspiración, aquello de que no tuviésemos que poner los ojos en el ejército y aquello de que nos pasásemos monótonamente los días tomándole el pelo al señor Aspíllaga no más, no podía ser cosa que nos cayese en gracia. Ni podía ser cosa que les cayese en gracia a los mismos candidatos posibles. Ni podía ser cosa que le cayese en gracia al país. Apenas si le caería en gracia al señor Pardo. Si le caía.
Y, por eso, mirando a Londres, estábamos en el Perú como en las esperas de los teatros.
Había idénticas impaciencias.
Y gritos:
—¡Hasta qué hora!
Y bastonazos.
Pero esto de que el señor Leguía se ha embarcado nos ha hecho cambiar de postura. Nos ha puesto de pie. Y nos ha sacado de quicio.
Es muy trascendental y muy lacónico:
—El señor Leguía se ha embarcado.
Parece nada; pero es mucho.
Y es que sabemos lo que indicaría que el señor Leguía se hubiese embarcado efectivamente. Indicaría no que el señor Leguía se ha embarcado en un transatlántico, sino que se ha embarcado en algo más. Y, sobre todo, que ya se ha embarcado.
Con el rumor en las pupilas hemos atajado en una esquina al señor Salazar y Oyarzábal y le hemos preguntado:
—¿Es cierto? ¿O no es cierto?
Mas el señor Salazar y Oyarzábal no ha sabido respondernos sino:
—Dicen que es cierto. Dicen no más, jóvenes amigos. Pero lo dicen demasiado.
Y luego con un ademán de dominus vobiscum:
—¡Vox populi!
No hemos hallado, pues, quien nos confirme el rumor de la calle. Por nuestro camino cotidiano no ha pasado siquiera, como de costumbre, nuestro buen amigo el señor Alfredo Piedra, que nos habría hablado sin las “s” y los latines del señor Salazar y Oyarzábal.
Pero el rumor es muy grande y muy sonoro.
Tan grande y tan sonoro que, sin duda alguna, si el señor Leguía no se ha embarcado está por lo menos con el pie en el estribo.
Y siempre sería bastante.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de junio de 1918. ↩︎