4.27. Cable hostil

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Estamos de malas.
         Nuestros lejanos amigos los bolcheviques rusos andan de capa caída. Kaledines y los cosacos los persiguen, arrollan y machucan. La guardia roja se pone lívida. El gran duque Nicolás restaura el imperio. La república de Trotsky y Lenin está en el hipo de la muerte.
         Tenemos ganas de buscar al señor Cornejo para que nos pronuncie un discurso en la federación de estudiantes sobre esta contrarrevolución de los cosacos.
         Pero reparamos en que el señor Cornejo cree que la crisis del quórum no es solo del Senado. Sino que es una crisis general. Tan general que no es posible en estos momentos que haya quórum para nada en el Perú.
         —¡Solo el Ejército tiene quórum a hora! —dice el señor Cornejo por las calles. ¡Solo el Ejército!
         Aunque no se anima a aprovechar de ese quórum para un discurso.
         Con la mano sobre los cablegramas nos quejamos al cielo de las victorias de los cosacos, de la ventura de Kaledines y de la resurrección del Imperio.
         Y exclamamos:
         —¡Esos cosacos!
         No decimos una palabra más de nada. Nos ponemos a pensar únicamente, con el alma partida en mil pedazos, en nuestros lejanos amigos los bolcheviques de Rusia. Y en Trostky y Lenin. Y en el Instituto Smolny. Y en los soviets. Y en la guerra roja.
         Y nos preguntamos cómo es que Dios consiente que una república tan bonita, tan original, tan nueva y tan rusa, y, sobre todo, tan de nuestro gusto, se venga abajo de la noche a la mañana.
         La hora es, probablemente, de prueba para todos los bolcheviques del mundo. Acaso el único bolchevique feliz en la actualidad es el señor Maúrtua. Y es porque el señor Maúrtua es ministro de hacienda del Perú. Y porque todavía no está convencida la gente de que es un bolchevique antes que ministro de hacienda. Bolchevique antes que diputado por Ica. Y hasta bolchevique antes que devoto del tradicional, milagroso y bienamado Señor de Luren.
         Vemos en Rusia tendida y temblorosa nada menos que a la basílica pontífice de todos los bolcheviques y el corazón se nos sube a la garganta.
         Y la gente nos conoce la consternación en la cara:
         —¡Lean ustedes el cable! ¡Ustedes que son correligionarios de Trostky y de Lenin!
         Y nosotros leemos el cable. Lo leemos por apartar los ojos de esta tierra. Lo leemos por ponerlos lo más lejos que sea posible. Pero, como leyéndolo nos encontramos con la quiebra bolchevique, tenemos que cerrarlos. Que así, poco a poco, por lo menos nos vendrá el sueño.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de junio de 1918. ↩︎