4.21. Sigue el contagio

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Nos han parado en la calle para contarnos una noticia tremenda:
         —Adivinen a qué extremo ha llegado esta turbulencia que conflagra a la ciudad. No lo adivinan por supuesto. Y es que ha llegado a un extremo máximo. Al extremo de apoderarse del ánima veterana, ladina y sosegada del señor don Manuel Bernardino Pérez. El señor Pérez anda hecho un león.
         Naturalmente hemos estado a punto de caernos de sorpresa:
         —¿Un león, el señor Pérez? ¿Un león, peor que el del Zoológico, todavía?
         Y nos han dicho que sí.
         Que este ambiente dramático de la ciudad ha mareado al señor Pérez y lo ha transformado repentinamente en un héroe castellano. Que el señor Pérez se ha contagiado de la belicosidad atmosférica. Y que el señor Pérez está buscando a quien mandarle sus padrinos. Dos padrinos tremendos. El señor don Pedro Larrañaga y el señor don Rodrigo Peña Murrieta, por ejemplo.
         Y nos han dado una prueba de que así era:
         —Ustedes saben que el señor Pérez enseña literatura castellana en la Universidad. En el parlamento habla en criollo. Pero en la Universidad enseña literatura castellana.
         —Bueno.
         —Discípulo del señor Pérez en la Universidad es ese terrible adolescente Morey que se ha batido con todos los senadores Lanatta y con el diputado Mavila. Discípulo del señor Pérez en la Universidad mientras crece para serlo también en el Parlamento.
         —Bueno.
         —Este terrible adolescente Morey tenía mucho miedo para reaparecer en las clases. No miedo a los muchachos, naturalmente, sino miedo a los maestros. Y principalmente miedo al señor Pérez que le parecía el más severo y hosco de todos ellos, aunque con tan amenos dicharachos matiza sus lecciones de retórica y poética y sus lecturas del Arcipreste de Hita.
         —Bueno.
         —Y este terrible adolescente Morey se presentó anteayer, encogido y medroso, en la clase del señor Pérez. Estaba seguro de que, por lo menos, el señor Pérez iba a pedirle paso. Paso sobre Cervantes. Paso sobre Calderón de la Barca. Paso sobre Espronceda. Paso sobre todo el mundo.
         —Bueno.
         —Pero lo aguardaba una grande sorpresa. El señor Pérez lo recibió con los brazos abiertos, lo estrechó contra su corazón y le sonrió paternal y obesamente. Y luego le dijo que era un muchacho muy guapo. Y que era como había sido él de chico. Y lo paseó por la clase mostrándolo como un gran estudiante, flor y espejo de todos los estudiantes que en San Marcos han sido.
         Nos hemos asombrado.
         Y nos hemos quedado sin habla.
         No creímos al señor Pérez capaz de celebrar de esta manera las hazañas de un discípulo suyo. Creíamos antes bien, como toda la gente, que las reprobaría. Y que miraría en el terrible adolescente Morey a un mozalbete osado y vituperable.
         Pero, sin duda alguna, todo está cambiando en esta tierra.
         Porque se necesita que haya cambiado mucho en esta tierra, para que el señor Pérez, que nunca se ha batido, que nunca ha empuñado un florete y que nunca ha sido padrino —ni siquiera de bautizo—, se haya convertido de la noche a la mañana en un panegirista del duelo.
         A sable y a pistola.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de junio de 1918. ↩︎