4.22. Paz y lluvia – Mantel largo

  • José Carlos Mariátegui

Salmo de David1  

         Sopla un airecito frío.
         Parece que ha terminado la ofensiva y que, como pasa en los frentes europeos, hemos vuelto a la guerra de trincheras. Ha cesado el estrépito, se ha apagado la llama y han regresado a sus panoplias los sables. Y nos han dejado respirar, por fin, los duelos. Todos los duelos. Los duelos trágicos y los duelos epistolares. No hay floretazos ni hay cartas para los periódicos.
         Y ahora es cuando nosotros andamos más descontentos que antes. Ahora es cuando extrañamos el miedo. Ahora es cuando pedimos ruido y turbulencia. Ahora es cuando reparamos en que si no hay bulla ni hay suceso estamos demás en el mundo los periodistas.
         Nos echamos a la calle en pos de una emoción cualquiera.
         Y en el umbral de la imprenta nos encontramos con el gran ciudadano señor don Juan Manuel Torres Balcázar que llega rezagado a abrazar al director de El Tiempo.
         Por supuesto le abrimos los brazos.
         Y luego le decimos:
         —¡Ahora es usted, seguramente, el que se bate! ¡Tiene usted cara de duelista! ¡Y cara de duelista que quiere tirarse a fondo!
         Pero el señor Torres Balcázar nos responde:
         —No, mis queridos periodistas. Yo no me bato. Yo no soy actualmente un político. Yo no soy sino un hombre con reumatismo. Miren ustedes como se me ha hinchado el pie con estas lluvias. ¡Estas malditas lluvias!¡Probablemente son cosa del gobierno!
         Y entonces comprendemos por qué el señor Torres Balcázar llega tan retrasado. Por culpa del reumatismo debe haber echado dos días en venir de su imprenta a la nuestra. No nos cabe la menor duda.
         Un minuto después, a dos cuadras de la imprenta, desorientados e indecisos, nos paramos al borde de la acera.
         Y no hallamos nada capaz de hacernos entrar el cuerpo en calor.
         Pasa un automóvil. Y es el del señor Químper, que no se preocupa sino de sus caballos. Pasa un pregón. Y es el de Nuestra Época, que suena con un novedoso entusiasmo bolchevique. Pasa una victoria. Y además de ser una victoria de alquiler es una victoria vacía.
         Felizmente, en la esquina del Palais Concert, nos tropezamos con el señor don Miguel Grau que viene a la imprenta.
         Y, naturalmente, lo atajamos.
         —¡Sin duda alguna va usted a publicar otra carta estrepitosa y explosiva! ¡Sin duda alguna!
         Pero el señor Grau nos aleja de sí con las manos:
         —¡Apártense de mí, amigos míos! ¡Apártense o síganme!
         Y nos deja plantados en la esquina.
         Una gota del cielo nos cae en la nariz. Y otra gota más grande. Y otra gota del tamaño de un grano de trigo. Y sentimos que la atmósfera se pone muy fría.
         Para no acabar dando diente con diente regresamos a carrera a la imprenta. Pero por más que corremos no logramos alcanzar al señor Grau. El señor Grau se nos pierde de vista en un segundo. Mas, en cambio, entramos a la imprenta a punto en que el señor Torres Balcázar con su pie hinchado de reumatismo toca recién la mampara de la dirección. Y a punto en que se la abre el señor Grau, que está dentro desde hace mucho rato…

Mantel largo  

         Banquete parlamentario para el señor Maúrtua.
         Hay gente que ha aguaitado por los cristales del Zoológico. Y que ha contado a los personajes del banquete. Y que se ha dicho que este no es un banquete al compañero ministro. Sino que es un banquete al compañero jefe. Tal como suena. Al compañero jefe. O al jefe compañero.
         Y es que el suceso ha sido interesante.
         Porque esto de grupo parlamentario con el señor Maúrtua a la cabeza quiere decir mucho. Quiere decir, por lo menos, que hay en el congreso treinta o treinta y cinco representantes con leader y bandera. Y quiere decir, por ende, que hay en el congreso un leader y una bandera de última hora. Un leader y una bandera que han aparecido durante las vacaciones. Como para entrar solemnemente en el palacio legislativo el 28 de Julio.
         —¿Quiénes son los miembros de este grupo parlamentario? —hemos preguntado.
         Y nos han respondido unánimemente:
         —Son los diputados que no están afiliados a ningún partido. Los diputados que no se llaman civilistas, ni futuristas, ni constitucionales, ni liberales. Los diputados que se llaman independientes no más.
         —¿Y han hecho su jefe al señor Maúrtua para que les dé programa?
         —Claro. No puede haber sido, sin duda alguna, para darle programa al señor Maúrtua.
         Hemos tenido así noticia del grupo parlamentario y de sus intenciones.
         Treinta diputados amigos no tenían partido. Y deseaban ser grupo. Porque miraban que ser grupo era ser fuerza. Pero para ser grupo necesitaban un jefe. Un jefe de mucha talla. Y pusieron rápidamente los ojos en la talla del señor Maúrtua.
         El señor Borda, áureo diputado y estudiante, hizo un breve y rotundo panegírico del señor Maúrtua:
         —¡El señor Maúrtua es un gran hombre!
         Y el grupo parlamentario rodeó al señor Maúrtua, nuestro ministro bolchevique, para comenzar a ser grupo.
         Grupo auténtico.
         Y después de rodear en privado al señor Maúrtua quiso rodearlo en público. En público y con música vienesa. Y con una copa de champaña en la diestra. Y con un brindis en los labios. Y con un voto en el corazón.
         Por esto tuvimos anoche banquete en el Zoológico.
         —Bautizo —decía la gente.
         Y el señor Pérez rezongaba su crítica:
         —Pero sin “capillos”…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de junio de 1918. ↩︎