4.20.. La ciudad y las sierras
- José Carlos Mariátegui
1Una ciudad que se pone trágica no es como para nosotros. Y tampoco es como para el señor Maúrtua. Pero el señor Maúrtua es más venturoso que nosotros. El señor Maúrtua se marcha de la ciudad. Y se lleva al ministro de fomento señor Revilla. Se lo lleva de la mano. (Hay que decir bien claro que se lo lleva de la mano porque es probable que el público crea que se lo lleva en el bolsillo).
—¿Por qué nos deja el señor Maúrtua? ¿Por qué nos deja en estos momentos de guerra? —nos preguntan las gentes.
Y nosotros les respondemos:
—Por eso que ustedes dicen. Porque estos momentos son de guerra.
Y estamos en lo cierto.
El señor Maúrtua, como nosotros, se asusta de la bulla, de la conflagración y de la trocatinta que, de la noche a la mañana, se han metido en la ciudad. Y no es porque la lucha le disguste. La lucha le place en demasía. Pero no la lucha a balazos sino la lucha doctrinaria.
Nos saltan muchos contradictores:
—¿Y cómo dicen ustedes que el señor Maúrtua es socialista? Socialista quiere decir revolucionario. ¡Ahí tienen ustedes a los socialistas rusos!
Movemos la cabeza:
—Bueno. Socialista quiere decir revolucionario. Pero también quiere decir pacifista.
Y nos saltan más contradictores:
—¡Socialista quiere decir, sobre todo, revolucionario! ¡Eso del pacifismo es para lo internacional! ¡Para lo nacional es la revolución!
Movemos la cabeza otra vez:
—Bueno. Pero no la revolución criolla. No la revolución de la montonera en la quebrada.
Y nos saltan más contradictores todavía:
—¡Pero siempre la revolución!
Y nos gritan terriblemente.
Entonces nos arredramos:
—Bueno. La revolución como ustedes quieran.
Y es que nos damos cuenta de que puede venírsenos una polémica encima. Y de que uno de nuestros contradictores puede ser muy gallo. Y de que el diablo puede tentarnos para que le tomemos el pelo. Y de que podemos acabar en ofensores. Y de que finalmente nos puede caer un par de padrinos. Y nosotros no queremos replicarle a nadie ni siquiera con la cabeza. No queremos controversia. Quien nos salga al paso con cara de contrincante tiene seguramente la razón. Aunque nos diga, por ejemplo, que somos unos brutos. Que sería, después de todo, lo mejor que podía ocurrirnos.
Pero, por supuesto, en la intimidad nos sacamos del alma, con mucho cuidado de no hacer ruido, nuestras convicciones.
Y esto es lo que nos pasa con la convicción de que el viaje del señor Maúrtua es el viaje de un ministro socialista. Y principalmente, el viaje de un hombre que no quiere respirar el ambiente agrio y turbulento de la ciudad. El viaje de un hombre que no está para oír ruido de sables a media noche. El viaje de un hombre que suspira por el aire puro de las sierras.
—Me marcho —nos dice el señor Maúrtua—. ¡Me marcho a las sierras!
Y nosotros nos acordamos de la novela de Eça de Queiroz para preguntarle:
—¿Se marcha usted a las sierras como Jacinto?
Y el señor Maúrtua nos responde con un suspiro muy largo:
—No, jóvenes amigos. Como Jacinto, no. ¡Me marcho con pasaje de ida y vuelta!
—¿Por qué nos deja el señor Maúrtua? ¿Por qué nos deja en estos momentos de guerra? —nos preguntan las gentes.
Y nosotros les respondemos:
—Por eso que ustedes dicen. Porque estos momentos son de guerra.
Y estamos en lo cierto.
El señor Maúrtua, como nosotros, se asusta de la bulla, de la conflagración y de la trocatinta que, de la noche a la mañana, se han metido en la ciudad. Y no es porque la lucha le disguste. La lucha le place en demasía. Pero no la lucha a balazos sino la lucha doctrinaria.
Nos saltan muchos contradictores:
—¿Y cómo dicen ustedes que el señor Maúrtua es socialista? Socialista quiere decir revolucionario. ¡Ahí tienen ustedes a los socialistas rusos!
Movemos la cabeza:
—Bueno. Socialista quiere decir revolucionario. Pero también quiere decir pacifista.
Y nos saltan más contradictores:
—¡Socialista quiere decir, sobre todo, revolucionario! ¡Eso del pacifismo es para lo internacional! ¡Para lo nacional es la revolución!
Movemos la cabeza otra vez:
—Bueno. Pero no la revolución criolla. No la revolución de la montonera en la quebrada.
Y nos saltan más contradictores todavía:
—¡Pero siempre la revolución!
Y nos gritan terriblemente.
Entonces nos arredramos:
—Bueno. La revolución como ustedes quieran.
Y es que nos damos cuenta de que puede venírsenos una polémica encima. Y de que uno de nuestros contradictores puede ser muy gallo. Y de que el diablo puede tentarnos para que le tomemos el pelo. Y de que podemos acabar en ofensores. Y de que finalmente nos puede caer un par de padrinos. Y nosotros no queremos replicarle a nadie ni siquiera con la cabeza. No queremos controversia. Quien nos salga al paso con cara de contrincante tiene seguramente la razón. Aunque nos diga, por ejemplo, que somos unos brutos. Que sería, después de todo, lo mejor que podía ocurrirnos.
Pero, por supuesto, en la intimidad nos sacamos del alma, con mucho cuidado de no hacer ruido, nuestras convicciones.
Y esto es lo que nos pasa con la convicción de que el viaje del señor Maúrtua es el viaje de un ministro socialista. Y principalmente, el viaje de un hombre que no quiere respirar el ambiente agrio y turbulento de la ciudad. El viaje de un hombre que no está para oír ruido de sables a media noche. El viaje de un hombre que suspira por el aire puro de las sierras.
—Me marcho —nos dice el señor Maúrtua—. ¡Me marcho a las sierras!
Y nosotros nos acordamos de la novela de Eça de Queiroz para preguntarle:
—¿Se marcha usted a las sierras como Jacinto?
Y el señor Maúrtua nos responde con un suspiro muy largo:
—No, jóvenes amigos. Como Jacinto, no. ¡Me marcho con pasaje de ida y vuelta!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de junio de 1918. ↩︎