4.19. Miedo también

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El dulce y sosegado pueblo de Chosica, donde tanta felicidad y tanta belleza tienen su asiento, no es bien mirado por el gobierno del señor Pardo. Chosica es para el gobierno del señor Pardo un lugar hostil y peligroso. Un lugar saturado de gérmenes sediciosos. Un lugar de permanentes conspiraciones. Un lugar de hoscas acechanzas.
         Probablemente todo esto no es sino porque un día de mayo el doctor Durand, nuestro ingenioso caballero andante de otros tiempos, lanzó desde Chosica un denodado grito revolucionario que turbó la tranquilidad del primer gobierno del señor Pardo.
         Tal vez proviene de ese día de mayo la ojeriza que el señor Pardo le guarda a Chosica.
         Pero, por lo pronto, no queremos averiguarlo. Ni nos arriesgamos a pedirle su opinión sobre el particular al señor don Juan Durand. Nos basta con saber que esa ojeriza es muy grande. Y que es una ojeriza casi tan honda como la que el coronel don Ernesto Zapata les tiene a los literatos.
         Por supuesto el señor Pardo no esconde ni emboza su sentimiento ni cree que haya motivo para que lo recate siquiera.
         Y, por eso, lo menos que se le ocurre es ordenar que los gendarmes vigilen a Chosica más que a las carreteras por donde su automóvil corre raudamente todas las tardes.
         Un habitual contertulio nuestro acaba, por ejemplo, de avisarnos:
         —El gobierno ha mandado treinta gendarmes a Chosica.
         Y se ha asombrado de que no le preguntemos más que esto:
         —¿Treinta de a pie? ¿O treinta de a caballo?
         Porque nuestro habitual contertulio aguardaba que le preguntásemos para qué había mandado el gobierno a Chosica todos esos gendarmes. Para qué y por qué.
         Y él tiene que decírnoslo:
         —Es porque don Jorge Prado sigue andando por los pueblos. Y es porque el pueblo que más le gusta es Chosica.
         Y entonces nosotros movemos la cabeza.
         Nos parece muy natural que el pueblo que más le guste al señor don Jorge Prado sea Chosica. Y que se vaya a Chosica en busca de paz y contento. Chosica suele ser también el retiro del sabio maestro de la juventud nuestro señor don Javier Prado. En Chosica hay buena leche, templado clima y alegre tennis. ¿Por qué, pues, puede sorprender a nadie que el señor don Jorge Prado se pase en Chosica una que otra semana?
         Sin duda alguna nuestro contertulio se equivoca.
         Pero él insiste:
         —Es que Jorge Prado es muy popular en Chosica. Chosica en masa votó por él en las elecciones. El gobierno lo recuerda. Y recuerda también que el doctor Balbuena, candidato suyo, no sacó en Chosica ni un voto.
         Y todavía no nos convencemos.
         Mas, poco a poco, vemos que es muy propio de este momento dramático de grimas, inquietudes y pavores cualquier síntoma de miedo. Y vemos que asimismo es muy propio del gobierno del señor Pardo el miedo a Chosica.
         Y le preguntamos a nuestro contertulio:
         —¿Y qué dirá de esto Jorge Prado?
         Para que nuestro contertulio se sonría:
         —Dirá, pues, una cosa… Y después de una pausa:
         —Dirá, pues, que treinta gendarmes son muy pocos. Que treinta gendarmes no valen la pena. Que sería bueno que fueran tres mil.
         Y otra pausa que nos intriga:
         —¿Tres mil? ¿Por qué?
         Y entonces un grito entusiasta:
         —Porque si fueran tres mil, ¡los convencería!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de junio de 1918. ↩︎