4.13. Finis, finis, finis
- José Carlos Mariátegui
1Termina el congreso.
Y esta vez termina de veras. Termina definitivamente. Termina como tenía que terminar. Cierto que tras de la esquina, con música de quitasueños y de cornetas, nos aguarda otro congreso. Pero todavía nos faltan algunos días para llegar a la esquina. Y siquiera podemos acortar el paso para hacernos la ilusión de que alargamos el trecho.
Además, de aquí al 28 de julio acontecerán cosas que nos emocionarán. Probablemente en breve mudaremos de gabinete. Tal vez perderemos en la mudanza a nuestro ministro bolchevique. Acaso se animará a salir a las calles con bandas de músicos la candidatura del Sr. Aspíllaga. Y quién sabe si hasta Aries descubrirá otra estrella para darle compañía a la que ya tiene descubierta.
Por ahora debemos contentarnos con que se acabe el congreso.
Y con sentirnos a cubierto de que el señor Fariña nos repita su famoso discurso sobre la emisión sacándose del chaqué todos los argumentos que en él pueden habérsele quedado olvidados.
Por otra parte, contemplando la ventura que nos causa la conclusión del congreso, podemos medir toda la ventura que rebosa, por igual suceso, del risueño corazón del señor Manzanilla.
Estamos seguros de que, desde que hemos arribado a las últimas sesiones de la legislatura, los días han comenzado a ser más dulces y las noches más plácidas para el señor Manzanilla. Y la ciudad menos aburrida y monótona. Y el café menos amargo. Y los periódicos menos vulgares. Y el señor Pardo menos presidente de la República.
Y sabemos que gente malintencionada y mendaz le ha dado un susto con la convocatoria a congreso ordinario en la mano:
—¡Otra convocatoria, doctor!
Y sabemos, por ende, que el señor Manzanilla, muy pálido, ha tenido que agarrarse de su bastón para sujetarse:
—¿Otra convocatoria? ¡Entonces llamarán a mi suplente! ¡Entonces no podré seguir saliendo en los periódicos entre los diputados que no asisten con aviso! ¡Entonces tendré que convocar a un mitin!
Y sabemos asimismo que el señor Manzanilla se ha resentido mucho con la gente malintencionada y mendaz de tan mala broma, pero que ha empezado, más tarde a recuperar su donaire, su buen humor y su sonrisa.
Y sabemos por último que ayer en la mañana, con una cara muy feliz, se ha parado el señor Manzanilla en la plazuela de San Carlos, confundido entre los mozos de la Universidad, para mirar el desfile de las damas de todo talle, gracia y linaje que han ido a celebrar la fiesta de San Antonio de Padua.
Y que, después de requebrar a las más de su gusto, ha exclamado:
—Hoy es trece de junio, ¿no es verdad? ¡Y es la fiesta de San Antonio de Padua! ¡Y San Antonio de Padua es un santo muy milagroso! Si no fuera milagroso no vendría a rezarle tanta gente.
Y tenemos averiguado, finalmente, que el señor Manzanilla, por habitual travesura de su espíritu, ha dicho también:
—¡Uno de estos días le pediré un milagro a este santo!
Pero que, inmediatamente, le han respondido que San Antonio no les hace milagros sino a las mujeres. A las mujeres jóvenes y bonitas. Y que no tienen novio.
Y esta vez termina de veras. Termina definitivamente. Termina como tenía que terminar. Cierto que tras de la esquina, con música de quitasueños y de cornetas, nos aguarda otro congreso. Pero todavía nos faltan algunos días para llegar a la esquina. Y siquiera podemos acortar el paso para hacernos la ilusión de que alargamos el trecho.
Además, de aquí al 28 de julio acontecerán cosas que nos emocionarán. Probablemente en breve mudaremos de gabinete. Tal vez perderemos en la mudanza a nuestro ministro bolchevique. Acaso se animará a salir a las calles con bandas de músicos la candidatura del Sr. Aspíllaga. Y quién sabe si hasta Aries descubrirá otra estrella para darle compañía a la que ya tiene descubierta.
Por ahora debemos contentarnos con que se acabe el congreso.
Y con sentirnos a cubierto de que el señor Fariña nos repita su famoso discurso sobre la emisión sacándose del chaqué todos los argumentos que en él pueden habérsele quedado olvidados.
Por otra parte, contemplando la ventura que nos causa la conclusión del congreso, podemos medir toda la ventura que rebosa, por igual suceso, del risueño corazón del señor Manzanilla.
Estamos seguros de que, desde que hemos arribado a las últimas sesiones de la legislatura, los días han comenzado a ser más dulces y las noches más plácidas para el señor Manzanilla. Y la ciudad menos aburrida y monótona. Y el café menos amargo. Y los periódicos menos vulgares. Y el señor Pardo menos presidente de la República.
Y sabemos que gente malintencionada y mendaz le ha dado un susto con la convocatoria a congreso ordinario en la mano:
—¡Otra convocatoria, doctor!
Y sabemos, por ende, que el señor Manzanilla, muy pálido, ha tenido que agarrarse de su bastón para sujetarse:
—¿Otra convocatoria? ¡Entonces llamarán a mi suplente! ¡Entonces no podré seguir saliendo en los periódicos entre los diputados que no asisten con aviso! ¡Entonces tendré que convocar a un mitin!
Y sabemos asimismo que el señor Manzanilla se ha resentido mucho con la gente malintencionada y mendaz de tan mala broma, pero que ha empezado, más tarde a recuperar su donaire, su buen humor y su sonrisa.
Y sabemos por último que ayer en la mañana, con una cara muy feliz, se ha parado el señor Manzanilla en la plazuela de San Carlos, confundido entre los mozos de la Universidad, para mirar el desfile de las damas de todo talle, gracia y linaje que han ido a celebrar la fiesta de San Antonio de Padua.
Y que, después de requebrar a las más de su gusto, ha exclamado:
—Hoy es trece de junio, ¿no es verdad? ¡Y es la fiesta de San Antonio de Padua! ¡Y San Antonio de Padua es un santo muy milagroso! Si no fuera milagroso no vendría a rezarle tanta gente.
Y tenemos averiguado, finalmente, que el señor Manzanilla, por habitual travesura de su espíritu, ha dicho también:
—¡Uno de estos días le pediré un milagro a este santo!
Pero que, inmediatamente, le han respondido que San Antonio no les hace milagros sino a las mujeres. A las mujeres jóvenes y bonitas. Y que no tienen novio.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de junio de 1918. ↩︎