3.11. Único y rico
- José Carlos Mariátegui
1Seguimos sin más candidato convicto y confeso que el señor Aspíllaga. Y para nosotros los que glosamos la política es una lástima muy grande. Porque nosotros necesitamos que haya muchos candidatos como el señor Aspíllaga y que entre ellos haya riña y por ellos haya gente que se arañe. No candidatos que tapen y escondan risueñamente su candidatura, sino candidatos que la descubran y enseñen con denuedo y franqueza. Y que le compren una imprenta. Y que la contraten muchos escritores. Y que la saquen a la calle en automóvil. Y que la pongan a hacer visitas. Y que le busquen un proselitismo más o menos grande, más o menos fuerte, más o menos espontáneo y más o menos guapo, pero proselitismo siempre.
Esto de que solo tengamos un candidato que tal se diga, se sienta y se proclame, nos desespera en demasía. Nos encontramos con que nuestras palabras, nuestras bromas y nuestras sonrisas tienen que dar vueltas valederamente solo alrededor del señor Aspíllaga. Y con que el señor Aspíllaga es un candidato muy conocido, usado y sobrado como candidato.
Naturalmente los aspillaguistas andan encantados.
—¡No hay más candidato que don Ántero! —gritan.
—¿Y los demás no son candidatos? —les preguntan.
—¿Pero dónde están los demás?
—Dicen que uno está en el gobierno.
—¡Entonces no estará allí mucho tiempo!
—Dicen que otro está en el Senado.
—¡Entonces está sin quórum!
—Dicen que otro está en Huánuco.
—¡Entonces está en la sierra!
Y luego, entusiasmados, los aspillaguistas comienzan un discurso apologético:
—Miren. El señor Aspíllaga es un hombre de experiencia. Un hombre de dinero. Un hombre de latifundio.
Aquí los interrumpen los partidarios de El Rayo”:
—¡De latifundio y punto y coma!
Pero los aspillaguistas siguen alabando al señor Aspíllaga:
—¡Mayorazgo, elegante, viudo, hidalgo, rico azucarero, católico!
Y nos dejan pensando que el señor Aspíllaga es un “buen partido”.
—¡Mayorazgo, elegante, viudo, hidalgo, rico azucarero, católico!
Repitiéndolo, repitiéndolo, repitiéndolo, convenimos en que no debe ser muy fácil llegar a adquirir tantos títulos buenos y grandes y que debe ser más fácil, mucho más fácil, llegar a presidente de la República.
—¡Mayorazgo, elegante, viudo, hidalgo, rico azucarero, católico!
Y el doctor Baltazar Caravedo, insigne folklorista del criollismo, nos cae finalmente para decirnos:
—¡Sobre todo el señor Aspíllaga es un “hombre de peso”! ¡Y como es un hombre viejo no tiene odios ni pasiones! ¡Y dejará las cosas como están! ¡Y gobernará con todos!
Y después nos golpea un hombro alegremente.
Esto de que solo tengamos un candidato que tal se diga, se sienta y se proclame, nos desespera en demasía. Nos encontramos con que nuestras palabras, nuestras bromas y nuestras sonrisas tienen que dar vueltas valederamente solo alrededor del señor Aspíllaga. Y con que el señor Aspíllaga es un candidato muy conocido, usado y sobrado como candidato.
Naturalmente los aspillaguistas andan encantados.
—¡No hay más candidato que don Ántero! —gritan.
—¿Y los demás no son candidatos? —les preguntan.
—¿Pero dónde están los demás?
—Dicen que uno está en el gobierno.
—¡Entonces no estará allí mucho tiempo!
—Dicen que otro está en el Senado.
—¡Entonces está sin quórum!
—Dicen que otro está en Huánuco.
—¡Entonces está en la sierra!
Y luego, entusiasmados, los aspillaguistas comienzan un discurso apologético:
—Miren. El señor Aspíllaga es un hombre de experiencia. Un hombre de dinero. Un hombre de latifundio.
Aquí los interrumpen los partidarios de El Rayo”:
—¡De latifundio y punto y coma!
Pero los aspillaguistas siguen alabando al señor Aspíllaga:
—¡Mayorazgo, elegante, viudo, hidalgo, rico azucarero, católico!
Y nos dejan pensando que el señor Aspíllaga es un “buen partido”.
—¡Mayorazgo, elegante, viudo, hidalgo, rico azucarero, católico!
Repitiéndolo, repitiéndolo, repitiéndolo, convenimos en que no debe ser muy fácil llegar a adquirir tantos títulos buenos y grandes y que debe ser más fácil, mucho más fácil, llegar a presidente de la República.
—¡Mayorazgo, elegante, viudo, hidalgo, rico azucarero, católico!
Y el doctor Baltazar Caravedo, insigne folklorista del criollismo, nos cae finalmente para decirnos:
—¡Sobre todo el señor Aspíllaga es un “hombre de peso”! ¡Y como es un hombre viejo no tiene odios ni pasiones! ¡Y dejará las cosas como están! ¡Y gobernará con todos!
Y después nos golpea un hombro alegremente.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de mayo de 1918. ↩︎