2.9. Rieles y adentro
- José Carlos Mariátegui
1Ninguna cámara sesiona. Ni la Cámara del señor don José Carlos Bernales ni la Cámara del señor don Juan Pardo. Ambas abren sus puertas todas las tardes. Ambas atraen consuetudinariamente a los mismos periodistas y a los mismos espectadores. Ambas tienen cotidianos momentos de animación en su hall, en su cantina, en sus pasillos y en su salón de los pasos perdidos. Sobre todo, en su salón de los pasos perdidos. Pero no sesionan. Su tenue ímpetu diario se acaba en la puerta de la sala de sesiones. Lo matan los primeros campanillazos de los conserjes.
Y pasa que las dos cámaras se hallan embarazadas por un proyecto del ministro de fomento señor Escardó y Salazar. La Cámara de Diputados por el plan sanitario. Y la Cámara de Senadores por el plan ferrocarrilero. Dos planes que, por ser de nuestro famoso ministro carrilano, debían avanzar como sobre rieles. Pero que, debido a una hostilidad artera del destino, están atracados.
Tanto en la Cámara de Senadores como en la Cámara de Diputados han tundido los proyectos del señor Escardó y Salazar. La Cámara de Senadores quiere ferrocarriles, muchos ferrocarriles, más ferrocarriles que el señor Escardó Salazar. Y la Cámara de Diputados quiere menos sanidad, poca sanidad, menos sanidad que el señor Escardó y Salazar.
Agarrados de las manos, formando casi una línea Hindenburg, han arremetido fieramente contra el proyecto sanitario, en la Cámara de Diputados, el señor Pérez y el señor Pinzás. Principalmente el señor Pérez. Se opone el señor Pérez, con todos sus refranes, a que haya higiene, a que haya profilaxia, a que haya salubridad y a que haya médicos. Dice que las palabras “salud pública” le recuerdan un comité billinghurista muy vituperable que allá por los azarosos días de 1912 y 1913 perturbó la tranquilidad de la gente apacible y quieta. Y muestra tanto enojo contra los médicos que abundan quienes suponen que les guarda ojeriza y rencor por lo mucho que un médico inmortal, el doctor don Pedro Recio de Agüero, hizo padecer al gobernador de la Ínsula Barataría, de quien se ha hallado semejanza en el señor Pérez.
Y en la Cámara de Senadores provoca parecidas hostilidades el proyecto ferrocarrilero del gobierno. Ven los senadores que aceptar el veto del gobierno a la ley del parlamento es quedarse sin ley alguna. El proyecto del gobierno no podría ser ley sino en la próxima legislatura. Y ven enseguida los senadores que desechar el veto sería ocasionar una crisis ministerial.
Por eso gritan:
—¡Que el gobierno retire su veto! ¡Así no tendremos que desecharlo!
El veto es para los senadores una amarga cicuta. No pueden tener la asequibilidad de beberla. Pero tampoco quieren tener la rudeza de rechazarla. Piensan que si bien es una muy amarga cicuta es, sobre todo, una cicuta ofrecida a sus labios, a sus humildes labios, a sus pecadores labios, por las hijasdalgo y gentiles manos del señor Pardo que nos manda. Por las hijasdalgo y gentiles manos del señor Pardo que se digna brindarle al Senado una copa, aunque sea la “acre copa redonda como diría el Conde de Lemos.
Parece que para este conflicto del veto no hay fácil solución posible. El Senado no puede aceptar el veto y no quiere desecharlo. Pero sabe que tendrá que acabar desechándolo. Y, por eso, le pide al señor Pardo que le evite este duro trance. Vuelve, pues, a sonar la dulce frase bíblica: «Padre mío, aparta de mí este cáliz».
El famoso ministro carrilano, señor Escardó y Salazar, entra a Palacio silencioso y apresuradamente sale de Palacio rodeado por las miradas angustiadas de los senadores.
Y por las preguntas de los periodistas que lo abordan así:
—¿Pero no habíamos quedado en que era usted, señor, el ministro de los ferrocarriles? ¿No habíamos quedado en que era usted un ministro carrilano? ¿No habíamos quedado en que era usted el ministro de los rieles y de los durmientes? ¿Por qué dicen de usted ahora que ya no quiere ser sino el ministro de los durmientes?
El señor Escardó y Salazar mueve la cabeza. Se defiende con las dos manos de las preguntas de los periodistas. Sube a su muelle y confortable automóvil. Parte a carrera. Y, entonces, se acuerda de su gran estribillo—programa de otros días:
—¡Rieles y adentro y adentro!
Y sigue a carrera.
Y pasa que las dos cámaras se hallan embarazadas por un proyecto del ministro de fomento señor Escardó y Salazar. La Cámara de Diputados por el plan sanitario. Y la Cámara de Senadores por el plan ferrocarrilero. Dos planes que, por ser de nuestro famoso ministro carrilano, debían avanzar como sobre rieles. Pero que, debido a una hostilidad artera del destino, están atracados.
Tanto en la Cámara de Senadores como en la Cámara de Diputados han tundido los proyectos del señor Escardó y Salazar. La Cámara de Senadores quiere ferrocarriles, muchos ferrocarriles, más ferrocarriles que el señor Escardó Salazar. Y la Cámara de Diputados quiere menos sanidad, poca sanidad, menos sanidad que el señor Escardó y Salazar.
Agarrados de las manos, formando casi una línea Hindenburg, han arremetido fieramente contra el proyecto sanitario, en la Cámara de Diputados, el señor Pérez y el señor Pinzás. Principalmente el señor Pérez. Se opone el señor Pérez, con todos sus refranes, a que haya higiene, a que haya profilaxia, a que haya salubridad y a que haya médicos. Dice que las palabras “salud pública” le recuerdan un comité billinghurista muy vituperable que allá por los azarosos días de 1912 y 1913 perturbó la tranquilidad de la gente apacible y quieta. Y muestra tanto enojo contra los médicos que abundan quienes suponen que les guarda ojeriza y rencor por lo mucho que un médico inmortal, el doctor don Pedro Recio de Agüero, hizo padecer al gobernador de la Ínsula Barataría, de quien se ha hallado semejanza en el señor Pérez.
Y en la Cámara de Senadores provoca parecidas hostilidades el proyecto ferrocarrilero del gobierno. Ven los senadores que aceptar el veto del gobierno a la ley del parlamento es quedarse sin ley alguna. El proyecto del gobierno no podría ser ley sino en la próxima legislatura. Y ven enseguida los senadores que desechar el veto sería ocasionar una crisis ministerial.
Por eso gritan:
—¡Que el gobierno retire su veto! ¡Así no tendremos que desecharlo!
El veto es para los senadores una amarga cicuta. No pueden tener la asequibilidad de beberla. Pero tampoco quieren tener la rudeza de rechazarla. Piensan que si bien es una muy amarga cicuta es, sobre todo, una cicuta ofrecida a sus labios, a sus humildes labios, a sus pecadores labios, por las hijasdalgo y gentiles manos del señor Pardo que nos manda. Por las hijasdalgo y gentiles manos del señor Pardo que se digna brindarle al Senado una copa, aunque sea la “acre copa redonda como diría el Conde de Lemos.
Parece que para este conflicto del veto no hay fácil solución posible. El Senado no puede aceptar el veto y no quiere desecharlo. Pero sabe que tendrá que acabar desechándolo. Y, por eso, le pide al señor Pardo que le evite este duro trance. Vuelve, pues, a sonar la dulce frase bíblica: «Padre mío, aparta de mí este cáliz».
El famoso ministro carrilano, señor Escardó y Salazar, entra a Palacio silencioso y apresuradamente sale de Palacio rodeado por las miradas angustiadas de los senadores.
Y por las preguntas de los periodistas que lo abordan así:
—¿Pero no habíamos quedado en que era usted, señor, el ministro de los ferrocarriles? ¿No habíamos quedado en que era usted un ministro carrilano? ¿No habíamos quedado en que era usted el ministro de los rieles y de los durmientes? ¿Por qué dicen de usted ahora que ya no quiere ser sino el ministro de los durmientes?
El señor Escardó y Salazar mueve la cabeza. Se defiende con las dos manos de las preguntas de los periodistas. Sube a su muelle y confortable automóvil. Parte a carrera. Y, entonces, se acuerda de su gran estribillo—programa de otros días:
—¡Rieles y adentro y adentro!
Y sigue a carrera.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de abril de 1918. ↩︎