2.10.. Estamos de crisis

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Estamos de crisis ministerial desde la mañana de ayer. Una crisis que para todos se llama crisis total, pero les parece a muchos crisis parcial solamente. Porque, según los rumores callejeros, aunque se marchan los seis ministros solo dos se marchan para no volver. Los demás han salido del palacio de gobierno con el convencimiento de que regresarán. Y no le han dicho al señor Pardo adiós sino hasta luego. Hasta muy luego.
        Ha pasado lo que el público aguardaba. El gabinete del señor Tudela y Varela se ha tropezado mortalmente con los reintegros y con los ferrocarriles. Solo que el señor Tudela, solidarizado con sus compañeros de hacienda y fomento en el momento del tropezón, ha pensado después del tropezón que no se halla tan ligado a ellos. Y lo mismo que el señor Tudela y Varela han pensado sus otros compañeros.
        Rueda por las calles este comentario:
        —¿Por qué ha renunciado también el señor Tudela y Varela? ¿Por qué se ha producido una crisis total?
        —Por cortesía del señor Tudela y Varela.
        —Sí, por cortesía no más. El señor Tudela y Varela no ha querido que sus colegas de hacienda y de fomento se vayan solos de palacio. Y ha creído galante acompañarlos. Pero únicamente los va a acompañar hasta la puerta. Sabe que la puerta de palacio se quedará abierta para él.
        —¿Abierta, muy abierta?
        —Abierta, muy abierta.
        Esta fisonomía de la crisis desagrada al público. Aunque el público la preveía, se queja de que se tropiece con el querer veleidoso del señor Pardo, que es menos duro que el poste y que la piedra pero que es más contundente.
        Apenas si de rato en rato se apartan las miradas del público de los cuatro ministros que aparentemente se marchan de mentiras para seguir a los ministros que decididamente se marchan de veras. Y entonces convergen principalmente sobre el señor don Germán Arenas. Sobre el ministro que si no hubiera cambiado la cartera de gobierno por la cartera de hacienda no se contaría actualmente entre los ministros que se van.
        Y es que la caída del señor Arenas ha tenido una traza cómica. Ha sido una caída de resbalón. Y una caída ocurrida, ruidosa y ostensiblemente, en el salón de la Cámara de Senadores.
        El señor Diez Canseco, empeñado en la travesura de darle un empujón fatal al gabinete, no quiso que los ministros se retirasen del Senado antes de que se produjese la votación.
        Los atajó de esta manera:
        —¡Aguárdense un minuto! ¡Ustedes tienen que contestarme todavía algunas preguntas!
        Se sentaron los ministros y los senadores y desecharon sus observaciones con un carpetazo unánime. ¡Prumuum! Un carpetazo que tumbaba al gabinete del señor Tudela y Varela.
        Y entonces el señor Diez Canseco, que a pesar de su aire grave y circunspecto tiene un alma juguetona de chico, se puso de pie para decirles a los ministros:
        —Ahora perdónenme ustedes que los haya detenido. Ya no es preciso que me contesten. Ya la Cámara los ha juzgado y sentenciado. ¿Para qué voy a demorarlos más rato entre nosotros? ¡Perdónenme ustedes!
        Y el señor Arenas, en lugar de despedirse silenciosamente, tuvo la desventurada ocurrencia de decir más o menos:
        —Yo he hablado aquí en nombre del Poder Ejecutivo.
        Le acotaron risueñamente los senadores más cercanos:
        —¡Por supuesto!
        Y sorprendido preguntó el señor Arenas:
        —¿Luego, ustedes saben lo que han hecho? ¿Luego, ustedes saben que me han botado?
        Pero no le respondieron, sino estas palabras del señor don José Carlos Bernales:
        —¡No hay nada en debate!
        Y un campanillazo muy fuerte.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de abril de 1918. ↩︎