2.15. El ministro bolchevique
- José Carlos Mariátegui
1Nuestros buenos amigos bolcheviques nos piden que reparemos en la significación más trascendental de la presencia del señor don Víctor Maúrtua en el ministerio de hacienda. La de que por primera vez tenemos en el gobierno del Perú a un socialista. Un socialista convicto y confeso. Un socialista de elegante traje, de nobles modales y de británica pulcritud. Pero siempre un gran socialista.
Para nuestros buenos amigos bolcheviques este es un acontecimiento que tendrá un extraordinario valor en la historia peruana. El señor don Víctor Maúrtua es el primer ministro socialista de esta tierra. Y está en el ministerio donde debe estar un socialista. En el Ministerio de Hacienda.
Algunas veces hay gente que le quiere poner un pero a la entrada del señor Maúrtua en el gobierno:
—El señor Maúrtua debía ser ministro de relaciones exteriores.
Y entonces, legítimamente soliviantados, protestan nuestros bolcheviques:
—¿Un socialista, ministro de relaciones exteriores? ¿ministro de relaciones exteriores del Perú? ¡Para qué! ¿Para presidir nuestro pobre formulismo diplomático?
Y se exaltan.
Pero tienen razón.
Otrora, cuando una estrepitosa y pirotécnica literatura jacobina alimentaba todos los días una nueva revolución criolla, el Ministerio de Gobierno era el ministerio más importante. Era el ministerio que podía dar o quitar las libertades individuales. Y estas libertades eran la suma aspiración de los peruanos, eran el grito de las montoneras, el tema de los editoriales, la bandera de los caudillos, el acicate de las jornadas cívicas, el ideal de todos los Mateo Vera denodados y épicos de las quebradas, donde eran dueños de pavorosa y novelesca fama de leones o de pumas.
Ahora que se han debilitado todos esos ardimientos de nuestra democracia mestiza, ahora que el doctor don Augusto Durand ha dejado la cabalgadura trashumante por la limousine metropolitana, ahora que la Constitución del 60 noenciendetantosfervoresreligiososyahoraqueelpartidoconstitucionalha comenzado a ser una falange de museo, el Ministerio de Gobierno ha perdido su antigua excelsitud peruana. El ministro de gobierno no puede hacer la ventura de los ciudadanos. Es únicamente un funcionario que manda a todos los gendarmes y policías encargados de librar a nuestra persona y nuestra hacienda de algunos de los muchos males que las acechan. Y el principal ministro es, sin duda alguna, el ministro de hacienda que es el que tiene en sus manos los medios de distribuir equitativamente el bienestar, de mejorar la mesa pobre y de proveer la mesa vacía.
Muy lentamente se han abierto paso estos con vencimientos en la mentalidad nacional. Pero se han abierto paso de toda suerte. Y, por eso, la aparición de un ministro de hacienda socialista es un suceso resonante y extraordinario.
Sobre todo, porque este ministro de hacienda rompe con la rutina, se desembaraza de la etiqueta, ocupa todas las tardes su escaño habitual de diputado, abre sus puertas a los periodistas y quiere que haya baratura y hartazgo para los descamisados.
Incesantemente rueda este comentario:
—¿Acaso antes de ayer no había ministro de hacienda? ¿Por qué solo ahora se habla del ministro de hacienda?
Y parece que hay en el ánimo público la sensación de que no es posible que el señor don Germán Arenas haya sido el antecesor del señor don Víctor M. Maúrtua. Se piensa que, si el señor Arenas ha sido el antecesor del señor Maúrtua, el señor Maúrtua tendría que ser el sucesor del señor Arenas. Y esto nadie lo quiere creer.
Principalmente mientras nuestros bolcheviques continúen gritando que el joven socialista peruano ha llegado muy pronto a las alturas del poder y del mando. Aunque haya sido merced a la estatura del señor Maúrtua…
Para nuestros buenos amigos bolcheviques este es un acontecimiento que tendrá un extraordinario valor en la historia peruana. El señor don Víctor Maúrtua es el primer ministro socialista de esta tierra. Y está en el ministerio donde debe estar un socialista. En el Ministerio de Hacienda.
Algunas veces hay gente que le quiere poner un pero a la entrada del señor Maúrtua en el gobierno:
—El señor Maúrtua debía ser ministro de relaciones exteriores.
Y entonces, legítimamente soliviantados, protestan nuestros bolcheviques:
—¿Un socialista, ministro de relaciones exteriores? ¿ministro de relaciones exteriores del Perú? ¡Para qué! ¿Para presidir nuestro pobre formulismo diplomático?
Y se exaltan.
Pero tienen razón.
Otrora, cuando una estrepitosa y pirotécnica literatura jacobina alimentaba todos los días una nueva revolución criolla, el Ministerio de Gobierno era el ministerio más importante. Era el ministerio que podía dar o quitar las libertades individuales. Y estas libertades eran la suma aspiración de los peruanos, eran el grito de las montoneras, el tema de los editoriales, la bandera de los caudillos, el acicate de las jornadas cívicas, el ideal de todos los Mateo Vera denodados y épicos de las quebradas, donde eran dueños de pavorosa y novelesca fama de leones o de pumas.
Ahora que se han debilitado todos esos ardimientos de nuestra democracia mestiza, ahora que el doctor don Augusto Durand ha dejado la cabalgadura trashumante por la limousine metropolitana, ahora que la Constitución del 60 noenciendetantosfervoresreligiososyahoraqueelpartidoconstitucionalha comenzado a ser una falange de museo, el Ministerio de Gobierno ha perdido su antigua excelsitud peruana. El ministro de gobierno no puede hacer la ventura de los ciudadanos. Es únicamente un funcionario que manda a todos los gendarmes y policías encargados de librar a nuestra persona y nuestra hacienda de algunos de los muchos males que las acechan. Y el principal ministro es, sin duda alguna, el ministro de hacienda que es el que tiene en sus manos los medios de distribuir equitativamente el bienestar, de mejorar la mesa pobre y de proveer la mesa vacía.
Muy lentamente se han abierto paso estos con vencimientos en la mentalidad nacional. Pero se han abierto paso de toda suerte. Y, por eso, la aparición de un ministro de hacienda socialista es un suceso resonante y extraordinario.
Sobre todo, porque este ministro de hacienda rompe con la rutina, se desembaraza de la etiqueta, ocupa todas las tardes su escaño habitual de diputado, abre sus puertas a los periodistas y quiere que haya baratura y hartazgo para los descamisados.
Incesantemente rueda este comentario:
—¿Acaso antes de ayer no había ministro de hacienda? ¿Por qué solo ahora se habla del ministro de hacienda?
Y parece que hay en el ánimo público la sensación de que no es posible que el señor don Germán Arenas haya sido el antecesor del señor don Víctor M. Maúrtua. Se piensa que, si el señor Arenas ha sido el antecesor del señor Maúrtua, el señor Maúrtua tendría que ser el sucesor del señor Arenas. Y esto nadie lo quiere creer.
Principalmente mientras nuestros bolcheviques continúen gritando que el joven socialista peruano ha llegado muy pronto a las alturas del poder y del mando. Aunque haya sido merced a la estatura del señor Maúrtua…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de abril de 1918. ↩︎