2.12. Falta uno
- José Carlos Mariátegui
1Tornamos a amanecer sin gabinete. Todavía los ministros que nos gobiernan son los ministros dimisionarios. Los ministros dimisionarios que se van y los ministros dimisionarios que se quedan.
Nos acostamos antenoche con la seguridad de que había concluido la compostura del gabinete. El señor don Víctor M. Maúrtua, el gran pensador de nuestro parlamento, era el ministro de hacienda. Y el señor don Ernesto Sousa era el ministro de fomento. Dentro de breves horas se acabaría la crisis. Y habría juramento y besamanos.
Pero en la mañana de ayer se desvaneció este convencimiento. Aún no estaba arreglado. Aún se aguardaba algunas conferencias. Aún no habían sido cabales los asentimientos. Aún no había gabinete. Mas era cosa de pocos momentos que lo hubiese.
Y, más tarde, sobrevino una brusca sorpresa. El señor don Ernesto Sousa no quería ser ministro de fomento. No quería ni siquiera ser candidato. Y se apresuraba a anunciarlo a los periodistas a quienes les hablaba de esta suerte:
—Pongan ustedes que yo no soy ministro. ¡Que yo no soy sino demócrata!
—Pues podría usted ser un ministro demócrata. O un demócrata ministro. Mire usted, señor Sousa, que de otra manera nadie querrá ser demócrata.
Majestuoso e inexpugnable, el señor Sousa abandonaba a los periodistas, después de haberles repetido que no era sino demócrata. Demócrata de la “entraña”. Demócrata del noventaicinco. Y demócrata del más castizo pierolismo hasta en su saco cruzado, en su talle de jacobino coalicionista y en su andar y su continente portugueses de conspirador campesino de Eça de Queiroz.
Desasosegábase la gente de que por culpa del señor don Ernesto Sousa no hubiese gabinete. Sobre todo, porque había reparado en que el señor Sousa habría sido otro ministro carrilano, en que el ministerio del señor Sousa habría parecido la prolongación del ministerio del señor Escardó y Salazar y en que tanto se habría confundido la obra del señor Sousa con la del señor Escardó y Salazar que en lo venidero no se habría sabido bien cuándo había acabado el señor Escardó y Salazar ni cuándo había empezado el señor Sousa. Carrilano el señor Escardó Salazar y carrilano el señor Sousa habría sido uno mismo el programa de los dos. El programa y el estribillo. Rieles y adentro y adentro.
Luego todas las miradas rodeaban al señor don Víctor M. Maúrtua que era según toda la prensa el nuevo ministro de hacienda. Y había asombro. Y había admiración. Y había perplejidad.
Rodaba por todas partes este comentario:
—¿El señor don Víctor M. Maúrtua, ministro de hacienda? ¿Nuestro altísimo bolchevique, ministro de hacienda? ¿Nuestro notable maestro, ministro de hacienda? ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser!
No quería creer nadie que el señor Maúrtua era el nuevo ministro de hacienda. Parecía que la gente pensaba que un hombre sabio y talentoso no podía ser ministro. O que un ministro no podía ser un hombre sabio y talentoso. Y lo pensaba con tanto ardimiento que nosotros comenzábamos a pensar con ella.
Así atardecía. Y luego anochecía. Y ahora amanece. Y aún no podemos estar de besamanos porque todavía no tiene sucesor el señor Escardó y Salazar y porque resulta muy difícil reemplazar al señor Escardó y Salazar. Y porque el señor Pardo no quiere poner los ojos en lo mucho que vale el señor don Óscar Víctor Salomón, nuestro ex cónsul en Cardiff. Probablemente porque el señor Pardo no sabe inglés.
Nos acostamos antenoche con la seguridad de que había concluido la compostura del gabinete. El señor don Víctor M. Maúrtua, el gran pensador de nuestro parlamento, era el ministro de hacienda. Y el señor don Ernesto Sousa era el ministro de fomento. Dentro de breves horas se acabaría la crisis. Y habría juramento y besamanos.
Pero en la mañana de ayer se desvaneció este convencimiento. Aún no estaba arreglado. Aún se aguardaba algunas conferencias. Aún no habían sido cabales los asentimientos. Aún no había gabinete. Mas era cosa de pocos momentos que lo hubiese.
Y, más tarde, sobrevino una brusca sorpresa. El señor don Ernesto Sousa no quería ser ministro de fomento. No quería ni siquiera ser candidato. Y se apresuraba a anunciarlo a los periodistas a quienes les hablaba de esta suerte:
—Pongan ustedes que yo no soy ministro. ¡Que yo no soy sino demócrata!
—Pues podría usted ser un ministro demócrata. O un demócrata ministro. Mire usted, señor Sousa, que de otra manera nadie querrá ser demócrata.
Majestuoso e inexpugnable, el señor Sousa abandonaba a los periodistas, después de haberles repetido que no era sino demócrata. Demócrata de la “entraña”. Demócrata del noventaicinco. Y demócrata del más castizo pierolismo hasta en su saco cruzado, en su talle de jacobino coalicionista y en su andar y su continente portugueses de conspirador campesino de Eça de Queiroz.
Desasosegábase la gente de que por culpa del señor don Ernesto Sousa no hubiese gabinete. Sobre todo, porque había reparado en que el señor Sousa habría sido otro ministro carrilano, en que el ministerio del señor Sousa habría parecido la prolongación del ministerio del señor Escardó y Salazar y en que tanto se habría confundido la obra del señor Sousa con la del señor Escardó y Salazar que en lo venidero no se habría sabido bien cuándo había acabado el señor Escardó y Salazar ni cuándo había empezado el señor Sousa. Carrilano el señor Escardó Salazar y carrilano el señor Sousa habría sido uno mismo el programa de los dos. El programa y el estribillo. Rieles y adentro y adentro.
Luego todas las miradas rodeaban al señor don Víctor M. Maúrtua que era según toda la prensa el nuevo ministro de hacienda. Y había asombro. Y había admiración. Y había perplejidad.
Rodaba por todas partes este comentario:
—¿El señor don Víctor M. Maúrtua, ministro de hacienda? ¿Nuestro altísimo bolchevique, ministro de hacienda? ¿Nuestro notable maestro, ministro de hacienda? ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser!
No quería creer nadie que el señor Maúrtua era el nuevo ministro de hacienda. Parecía que la gente pensaba que un hombre sabio y talentoso no podía ser ministro. O que un ministro no podía ser un hombre sabio y talentoso. Y lo pensaba con tanto ardimiento que nosotros comenzábamos a pensar con ella.
Así atardecía. Y luego anochecía. Y ahora amanece. Y aún no podemos estar de besamanos porque todavía no tiene sucesor el señor Escardó y Salazar y porque resulta muy difícil reemplazar al señor Escardó y Salazar. Y porque el señor Pardo no quiere poner los ojos en lo mucho que vale el señor don Óscar Víctor Salomón, nuestro ex cónsul en Cardiff. Probablemente porque el señor Pardo no sabe inglés.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de abril de 1918. ↩︎