2.11. El Sr. candidato gentleman

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Camina la candidatura del señor don Ántero Aspíllaga. Nos consta que camina. Que camina en automóvil. Un automóvil que no es, por supuesto, un rudo faetón de carretera sino una linda limousine metropolitana. Linda y con el número 606.
        Dentro de esta épica limousine la candidatura del señor Aspíllaga se siente como dentro de un hogar portátil, muelle, colchado, coquetón, fragante y amoroso. Y, sobre todo, camina. Caminó veinte o treinta cuadras ciudadanas resintiéndose de los baches aviesos, quejándose de la estrechez de las calzadas, doliéndose de tanta sinuosidad y de tanto vericueto. Pero camina. Desde el umbral de esta casa del General La Fuente, la hemos visto pasar segura de sí misma y de su gasolina.
        Y, como nosotros, la ha visto pasar toda la ciudad. Y la ha visto apearse de su automóvil. Y la ha visto entrar a una casa. Y la ha visto salir de otra casa. Y la ha visto dejar en otra casa una tarjeta. Y la ha visto llevarse de otra casa una esperanza.
        Y se ha preguntado:
        —¿Entonces la candidatura del señor Aspíllaga no había sido una broma? ¿Entonces no había sido una invención de la gente traviesa? ¿Entonces no había sido una calumnia de la gente taimada? ¿Entonces no había sido una maniobra del señor Pardo? ¿Entonces no había sido una mataperrada de don Pedro de Ugarriza?
        Y se ha preguntado luego:
        —¿Entonces ésta que va en automóvil es la candidatura del señor don Antero Aspíllaga?
        Es que, como muchas veces lo hemos dicho, la ciudad no ha querido creer casi en la candidatura del señor Aspíllaga. Y no porque la ciudad no estime al señor Aspíllaga, sino precisamente porque lo estima demasiado. Porque no desearía volverlo a mirar engolfado en una áspera y tumultuosa aventura democrática. Porque anhelaría mirarlo siempre tranquilo, sereno, ecuánime, rodeado de sus flores y de sus caballos de carrera.
        Mientras la ciudad vive dominada por estos sentimientos, el señor Aspíllaga se entusiasma cada día más con su candidatura. Aún no se decide a salir a un balcón de su casa solariega para hablarles a las muchedumbres de las jornadas cívicas. Pero multiplica sus visitas. Busca a sus amigos, los requiebra, los abraza y los enamora. Ellos le sonríen. Y el señor Aspíllaga se queda convencido de que su sonrisa es un sí. Un sí pudoroso y recatado. Pero sí de todos modos.
        Algunas veces hay personas graves, ponderadas, que le piden prudencia al señor Aspíllaga. Y que se fije en que el señor Bernales entra a Palacio antes que él. Y que se fije en que el decano lo subraya. Y que se fije en que el señor Pardo apadrina el proyecto de la convención. Y que se fije en que el señor Leguía es dueño de muchas voluntades, de mucha fuerza, de mucha energía y de mucha pujanza.
        Pero el señor Aspíllaga, cuya alma rebosa de fe como el alma de un hijodalgo medieval, responde:
        —Yo seré el sucesor de Pardo. Pardo me lo ha prometido. ¡Y Pardo es un caballero!
        Y por esto dura hasta ahora la candidatura del señor Aspíllaga. Por esto seguirá durando. Por esto y nada más que por esto. El señor Aspíllaga que es un dechado de caballeros piensa que la política es una cuestión de honor. No se aviene con la prosaica realidad que pertinazmente se lo niega. Y, puesto que el señor Pardo le ha dado su palabra de caballero de que será su sucesor, el señor Aspíllaga no puede poner en duda que lo será. Un gentleman tiene que fiar en la palabra de otro gentleman. Un gentleman no puede engañar a otro gentleman. El señor Aspíllaga es un gentleman. Y está seguro de que el señor Pardo es otro gentleman.
        Surge, por ende, un comentario:
        —¿Luego el señor Leguía no es para el señor Aspíllaga un gentleman?
        —No.
        Y así es. Para el señor Aspillaga el señor Leguía no es ya un gentleman. No es sino un ciudadano. Solo que el señor Aspíllaga no sabe que al señor Leguía le basta con ser un ciudadano. Que le basta y le sobra.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de abril de 1918. ↩︎