1.9. Tinglado civilista

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Ingenuo era aguardar la concordia de los príncipes del civilismo. Los príncipes del civilismo no se reconciliarán jamás. Y, por ende, nunca podrá unificarse el civilismo, nunca podrán soldarse sus roturas, nunca podrán curarse sus disensiones, nunca podrán extinguirse sus cismas.
        Un día nos hablaba así el señor Manzanilla:
        —Tenemos en el civilismo tres o cuatro catedrales y tres o cuatro pontífices.
        Ahora el señor Manzanilla figura en una junta directiva mirada por el pardismo como una junta de concentración. Pero seguramente el señor Manzanilla no cree que las tres o cuatro catedrales y los tres o cuatros pontífices del civilismo se hayan refundido en una sola catedral y en un solo pontífice. Sobre todo, porque el pontífice del señor Manzanilla va a ser el señor Aspíllaga.
        Piensa la gente que pasa dentro del civilismo lo que pasa dentro de la república. La concordia de todas las facciones es imposible. Cuando unas entran al gobierno otras salen de él. Un gobierno del civilismo, lo mismo que un gobierno de la república, no puede personificar todos los pareceres, todas las aspiraciones ni todos los intereses.
        El civilismo no se ha juntado, por eso, en el general de Santo Domingo para unirse ni para soldarse. Se ha juntado solamente para que su gobierno pase de las manos del pradismo a las manos del pardismo. Para que pase de la dirección intelectual del señor Prado, maestro de la juventud, a la dirección plutocrática del señor Pardo, presidente de la República.
        El primero que así lo entiende, sin duda alguna, es el señor Pardo. Sabía el señor Pardo que no le era fácil adueñarse de la personería del civilismo. Y ha sido por esto que ha tenido que servirse del ardid de la candidatura del señor Aspíllaga a la presidencia de la República. El señor Aspíllaga no podía reconciliar a la catedral civilista del señor Pardo con la catedral civilista del señor Prado, pero sí podía conseguir que el señor Prado le dejase asumir la personería del civilismo. O sea que se aviniese con la hegemonía de la catedral civilista del señor Pardo bajo la jefatura de uno de sus amigos más viejos y queridos.
        Así es como alguna buena y cándida gente limeña se sorprende de que la reorganización del partido civil no traiga aparejada la disolución del pradismo.
        Y se dice:
        —¡Cómo! ¡El señor don Javier Prado ha cesado de ser presidente del partido civil, pero sigue siendo presidente del pradismo! ¿Entonces el pradismo no ha hecho sino cambiar de domicilio? ¿Entonces no se ha reconciliado ni refundido con el pardismo? ¿Entonces el señor Aspíllaga no es sino una incrustación pradista dentro de una junta pardista? ¿Y lo mismo es el señor Solf y Muro? ¿Y lo mismo es el señor Echenique? ¿Y lo mismo es el señor Chopitea?
        El señor don Javier Prado no habla. Cuando la curiosidad pública se solivianta demasiado toma su tren para Chosica. Y cuando la curiosidad pública se atenúa reaparece en la ciudad. Y conferencia con sus amigos.
        Subsisten, pues, las mismas catedrales civilistas de antes. Solo ha habido una variación: la de que la catedral cismática no es ya la del pardismo, sino la del pradismo. Y una más: la de que el señor Manzanilla ocupa ahora lo que él posiblemente llamaría un sillón episcopal.
        Pero todavía hay, por supuesto, gente desorientada que no halla muy claras estas cosas. Gente que se asombra de que el señor don Miguel Echenique, el leader nacional del Senado, figure entre los pradistas incrustados en la junta pardista. Y gente que oye atentamente al señor don Enrique Echecopar, buen amigo del señor Prado y buen amigo del señor Pardo, que, reporteado, habla de esta manera:
        — …
        —Eso dicen. Que soy yo el gestor de la unificación. Pero no es cierto. ¡Aunque lo dicen mucho! ¡Muchísimo!
        — …
        —Eso dicen también. Que no ha concurrido el doctor Javier Prado. Y creo que él no lo ha desmentido. ¡Pero sus amigos sí hemos concurrido! ¡Yo me considero amigo suyo!
        — …
        —Amigo personal y amigo político.
        — …
        —Pero ¿el señor Prado desaprueba la política del señor Pardo?
        —…
        —¡Ah! ¡Yo no la desapruebo! ¡Yo soy amigo personal y político del señor Pardo! ¡Pero también del señor Prado!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de marzo de 1918. ↩︎