1.14. Otoño trágico

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Anda soliviantada y enojada la gente del parlamento. Después de luengos meses de lasitud, de pereza y de languidez, ha comenzado para ella un momento de hervor y de conflagración. Tanto los senadores como los diputados se han puesto de repente agitados y nerviosos con grande alarma de los serenos y apacibles espíritus del señor don José Carlos Bernales y del señor don Juan Pardo.
        El señor don Miguel Grau —varón predestinado para turbar con su voz apocalíptica el sosiego venturoso, regalado y burgués del gobierno del señor Pardo— no solo ha sacado de quicio a la Cámara de Senadores desde el día en que regresó a ella para ocupar el escaño vacío del coronel Pizarro. Su reaparición en los debates parlamentarios ha repercutido en el ánimo de la Cámara de Diputados encendiéndolo y excitándolo.
        Vemos por eso, que disputan el señor Barreda y Laos y el señor Borda, tal vez porque, bajo la influencia de las presentes turbulencias estudiantiles, se han enardecido de improviso sus reñidoras ánimas de universitarios.
        Y vemos, por eso, que el señor Luna, fraternalmente solidarizado hasta antes de ayer con el señor Barreda y Laos, arremete de pronto contra el ilustre joven del pardismo como si se hubiera acordado de sus bravos días de revolucionario y de pierolista.
        Tan desasosegado se muestra el pardismo por estas inquietudes que ha empezado a circular un rumor:
        —El gobierno ha llamado al coronel Pizarro.
        Y entonces se ha acentuado el cisco callejero:
        —¿Quiere decir que la tranquilidad del gobierno necesita que el señor Grau salga del senado? ¿Quiere decir que los anatemas del señor Grau desesperan al gobierno como desesperaban al Tetrarca los anatemas de Yo’Kaanán? ¿Quiere decir que el gobierno no se siente fuerte para seguir mirando al señor Grau en la Cámara de Senadores? ¿Quiere decir que el coronel Pablo Pizarro es la égida del gobierno?
        Las preguntas se vuelven clamores, los clamores se vuelven imprecaciones.
        Y comienza a oírse en las calles este grito:
        —¡Viva Grau!
        Para que haya gente que se interrogue asombrada:
        —¿Pero Grau no había muerto? ¿No había muerto asesinado? ¿No había muerto en Palcaro?
        Y para que la respuesta sea el mismo grito:
        —¡Viva Grau!
        El gobierno trata de exhibirse risueño. Trata de sentirse tan ecuánime, tan sereno y tan tranquilo como el señor don Ántero Aspíllaga. Trata de convencernos a todos los peruanos de que Grau no le importa. Pero angustiosamente pone a veces los ojos en el lejano departamento de Amazonas, adonde el coronel Pablo Pizarro, olvidado de su importancia histórica, ha tornado en busca de la holganza, la quietud y la paz de la sierra.
        Y se dice luego el gobierno del señor Pardo que Grau no ha muerto, que Grau vive, que Grau se mueve, que Grau está en el parlamento y que solo ha dejado de llamarse Rafael para llamarse Miguel. ¡Miguel, que también es nombre de arcángel! Pero de arcángel guerrero.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de marzo de 1918. ↩︎