1.12. Más congreso todavía
- José Carlos Mariátegui
1Tenemos otro congreso. Otro congreso que es el cuarto congreso extraordinario de esta temporada legislativa. Y que no sabemos todavía si será el último para contentamiento de la desapacible y veleidosa gente que se aburre de la monotonía de los acaecimientos peruanos.
Ayer tornaron a congresarse, en el nombre de Dios Todopoderoso y bajo el auspicio de nuestro señor don José Carlos Bernales y de nuestro señor don Juan Pardo, la alta y la baja cámara, la vieja y la joven, la grave y la alegre, la solemne y la tumultuosa.
Hubo en parte de la ciudad la expectativa de que no se reuniera el quórum reglamentario para este congreso. Una expectativa que en algunos espíritus parecía una aspiración. Pero que muy pronto tuvo que extinguirse vencida por la certidumbre de un quórum solícito y concluyente.
Ambularon por los pasillos y por las galerías de ambas cámaras las mismas personas que forman consuetudinariamente la decoración, el aderezo y el marco de todos los actos de nuestra vida parlamentaria. y volvieron a sus tribunas, cansados y silenciosos, los cronistas encargados de copiar, traducir o glosar los discursos de los representantes.
Desorientados y perezosos, sin acordarnos siquiera de los días en que cotidianamente acudíamos al parlamento, penetramos en la sala umbría e inquisitorial de la Cámara de Senadores donde solo la presidencia del señor Bernales ha podido poner una pasajera palpitación de juventud.
Quisimos hacer una pregunta. Una pregunta cualquiera. una pregunta que justificara nuestra condición de periodistas investigadores. Y, después de buscarla afanosa y baldíamente, tuvimos que contentarnos con interpelar de esta suerte a un senador:
—¿Pronunciará el señor Cornejo en este cuarto congreso extraordinario otro opulento discurso asistido por la gracia, la autoridad y el prestigio de don Antonio Maura, de Woodrow Wilson, de Lloyd George, de Marcelino Domingo, de Spencer, de San Agustín, de Jesús de Galilea, de Buda, de Mahoma, de los Doce Apóstoles, de la Biblia, del Corán, de los Vedas y del Ramayana?
Pero ni aun esta pregunta pudo ser eficaz. Ni aun esta vulgar pregunta —que más que nuestra parece una pregunta del señor Tudela y Varela, duramente tundido por los discursos del señor Cornejo— pudo servir para que naciera en nuestra ánima desconcertada una esperanza cualquiera y humilde. El senador interpelado se hallaba tan desprovisto de certidumbres y de previsiones como nosotros. No se permitía siquiera suponer que el señor Cornejo agregaría un discurso más a los volúmenes de su oratoria sagrada, sacerdotal y hierática.
Paso a paso dejamos la Cámara de Senadores para entrar en la Cámara de Diputados. Quiso nuestro destino que entrásemos acompañados por el señor Secada, el terrible burlador del señor Arenas, a quien vemos convertido en patriarca y apóstol de los pescadores. Y quiso asimismo nuestro destino que el señor Secada no nos guapeara ni nos ajochara como de costumbre para que escribiéramos con el denuedo y el heroísmo con que él escribió en su mocedad.
Y después de discurrir algunos minutos por los pasillos, dejamos también la Cámara de Diputados sin otra satisfacción espiritual que la de haber oído al señor don Abelardo Gamarra un comentario del más típico y pintoresco criollismo sobre la candidatura del señor don Ántero Aspíllaga a la presidencia de la República.
Un comentario breve y sazonado:
—¡Amigos míos! ¡La candidatura del señor Aspíllaga es una candidatura “despichada”!
Ayer tornaron a congresarse, en el nombre de Dios Todopoderoso y bajo el auspicio de nuestro señor don José Carlos Bernales y de nuestro señor don Juan Pardo, la alta y la baja cámara, la vieja y la joven, la grave y la alegre, la solemne y la tumultuosa.
Hubo en parte de la ciudad la expectativa de que no se reuniera el quórum reglamentario para este congreso. Una expectativa que en algunos espíritus parecía una aspiración. Pero que muy pronto tuvo que extinguirse vencida por la certidumbre de un quórum solícito y concluyente.
Ambularon por los pasillos y por las galerías de ambas cámaras las mismas personas que forman consuetudinariamente la decoración, el aderezo y el marco de todos los actos de nuestra vida parlamentaria. y volvieron a sus tribunas, cansados y silenciosos, los cronistas encargados de copiar, traducir o glosar los discursos de los representantes.
Desorientados y perezosos, sin acordarnos siquiera de los días en que cotidianamente acudíamos al parlamento, penetramos en la sala umbría e inquisitorial de la Cámara de Senadores donde solo la presidencia del señor Bernales ha podido poner una pasajera palpitación de juventud.
Quisimos hacer una pregunta. Una pregunta cualquiera. una pregunta que justificara nuestra condición de periodistas investigadores. Y, después de buscarla afanosa y baldíamente, tuvimos que contentarnos con interpelar de esta suerte a un senador:
—¿Pronunciará el señor Cornejo en este cuarto congreso extraordinario otro opulento discurso asistido por la gracia, la autoridad y el prestigio de don Antonio Maura, de Woodrow Wilson, de Lloyd George, de Marcelino Domingo, de Spencer, de San Agustín, de Jesús de Galilea, de Buda, de Mahoma, de los Doce Apóstoles, de la Biblia, del Corán, de los Vedas y del Ramayana?
Pero ni aun esta pregunta pudo ser eficaz. Ni aun esta vulgar pregunta —que más que nuestra parece una pregunta del señor Tudela y Varela, duramente tundido por los discursos del señor Cornejo— pudo servir para que naciera en nuestra ánima desconcertada una esperanza cualquiera y humilde. El senador interpelado se hallaba tan desprovisto de certidumbres y de previsiones como nosotros. No se permitía siquiera suponer que el señor Cornejo agregaría un discurso más a los volúmenes de su oratoria sagrada, sacerdotal y hierática.
Paso a paso dejamos la Cámara de Senadores para entrar en la Cámara de Diputados. Quiso nuestro destino que entrásemos acompañados por el señor Secada, el terrible burlador del señor Arenas, a quien vemos convertido en patriarca y apóstol de los pescadores. Y quiso asimismo nuestro destino que el señor Secada no nos guapeara ni nos ajochara como de costumbre para que escribiéramos con el denuedo y el heroísmo con que él escribió en su mocedad.
Y después de discurrir algunos minutos por los pasillos, dejamos también la Cámara de Diputados sin otra satisfacción espiritual que la de haber oído al señor don Abelardo Gamarra un comentario del más típico y pintoresco criollismo sobre la candidatura del señor don Ántero Aspíllaga a la presidencia de la República.
Un comentario breve y sazonado:
—¡Amigos míos! ¡La candidatura del señor Aspíllaga es una candidatura “despichada”!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de marzo de 1918. ↩︎