1.11. Episodio posible

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Mientras el señor don Manuel Bernardino Pérez razona ladina, lerda y refraneramente en la Cámara de Diputados; mientras discurre por las aceras de la calle de Espaderos mirando codiciosamente a las ricas hembras; mientras discute con una frutera aborigen y grávida, su “caserita”, el precio de la palta ritual, blanda y carachosa del almuerzo; mientras se conchaba con el señor Pardo para gobernar los destinos de la hacienda pública; mientras acomoda los papeles viejos de la arcaica y criolla corporación llamada Beneficencia y presidida por otro de los señores Pérez de la nación; mientras satisface de éstas y otras maneras sus deberes de funcionario, de leader, de ciudadano y de patriarca obeso, hay un peligro muy grave, muy avieso y muy taimado que amenaza su ventura, su bienestar, su sosiego, su integridad y su gordura.
        Acontece que los servidores del Estado son gente rencorosa y terrible. Y que esta gente se halla hondamente enojada contra el señor Pérez por su hostilidad a los reintegros destinados a darles alguna holganza y a repararles pasadas estrecheces y miserias. Y que el encono de esta gente puede pasar de íntimo y callado sentimiento a agresiva y temeraria acción. Y que esta gente piensa que habiendo a su juicio semejanza y parentesco entre el ánima del señor Pérez y el ánima de Sancho, le toca al diputado por Cajamarquilla un castigo igual al que en una famosa ocasión sufriera el escudero inmortal.
        Parece que los empleados públicos quieren a todo trance mantear al señor Pérez. Mantearlo sin respeto a sus atributos de leader del parlamento nacional. Mantearlo sin miramiento a sus años ni a su sabiduría dicharachera. Mantearlo sin consideración a su obesidad. Mantearlo hasta dejarlo tan molido y golpeado como dejó a Sancho la manteadura legendaria.
        Protestan las personas sensatas y tranquilas contra este descomedido propósito de los servidores de la nación:
        —¡No es permisible que se conspire así contra el señor don Manuel Bernardino Pérez! ¡Tenemos que defenderlo de la gente desmandada y procaz! ¡Tenemos que protegerlo con el escudo de la gratitud nacional!
        Y los servidores de la nación se callan. Pero, sigilosamente, se confirman en sus malas intenciones, se confabulan y se coluden. Y se dice que le falta a la historia del señor Pérez el risueño episodio de una manteadura que le muestre a la posteridad que todo no fue paz ni fue regalo en la vida de este sustancioso, típico y representativo personaje de la política, de la jurisprudencia y de la literatura peruanas.
        No habrá quien torne indulgentes a los empleados públicos. No habrá quien los induzca al arrepentimiento y a la contrición.
        No habrá quien los haga abandonar sus oscuros planes. Aunque no los azuza ni los espolea la palabra ácida del señor Secada, los empleados públicos se muestran implacables.
        Gritan que el señor Pérez no tiene autoridad para estorbar sus reintegros. Que el señor Pérez debía acordarse de la prisa y de la instancia con que solicitó que se le reintegrasen sus sueldos de servidor de la Beneficencia. Que el señor Pérez es el único enemigo de los empleados públicos. Único pero tremendo.
        Alarmados por la posibilidad de que el señor Pérez sea tan duramente agredido, nosotros nos apuramos a denunciar desde estas columnas el peligro que lo acecha, para que el señor Samuel Sayán y Palacios, nuestro solícito ministro de gobierno, lo tome bajo su protección, lo rodee de gendarmes y lo libre del feo y doloroso episodio de una manteadura traidora.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de marzo de 1918. ↩︎