9.1. Año nuevo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Aunque tal vez no lo parezca, estamos en un año nuevo, totalmente nuevo, definitivamente nuevo. No sabemos bien si se llama el año de 1918 o si se llama el año de 1917. Tan solo sabemos que es de toda suerte un año nuevo.
         Todo nos afirma que este es un año nuevo. Desde la noche buena alborozada y mestiza hasta la camisa verde del señor don Manuel Bernardino Pérez. Desde la vivandera zamba y greñosa hasta el británico carro del señor don Óscar Víctor Salomón. Desde el grito ebrio del endomingado hortera que circula por el jirón de la Unión en automóvil hasta el globo cautivo del niño burgués y glotón. Desde las ediciones abigarradas de los periódicos ahítos de huachafería y criollismo hasta los calendarios venerables de Roca y Boloña que van a gobernar nuestra vida, nuestro pensamiento y nuestra emoción durante un año más.
         Una ritual alegría de cohetes y de tamales, una alegría desprovista de misas de gallo y de nacimientos, una alegría cívica y universal, una alegría rutinaria y automática, suena en las calles de la ciudad para verter en las almas arrinconadas y perplejas la sensación del año nuevo.
         Pasan en el automóvil travieso y raudo del señor Químper los regocijados señores de la minoría. Pasa en el automóvil de la alcaldía el minúsculo señor don Luis Miró Quesada. Pasa en su automóvil brillante y hospitalario el señor don Gerardo Balbuena. Y pasa en una victoria, dirigida por un automedonte con bufanda, el gran ciudadano don Juan Manuel Torres Balcázar sentado junto a un complicado paquete de panetones.
         Súbitamente sentimos la necesidad de ver pasar en una carroza del Palacio de Gobierno, cuan redondo y obeso es, al señor don Manuel Bernardino Pérez. Y pensamos en que, dentro de una carroza exornada por las armas de la patria, sería el señor Pérez un símbolo de la nacionalidad en día de fiesta.
         Atajamos arbitrariamente a un transeúnte:
         –¿No cree usted que en este día el alma del señor Pérez se adorne solemnemente con quitasueños, cadenetas y ramas de sauce?
         Nos mira asombrado el transeúnte.
         Y nosotros mismos nos respondemos:
         –¡Por supuesto!
         Después, aburridos por tanta holganza adefesiera y agraviados por tantos espíritus con prendedor de herraje en la corbata, volvemos a nuestra estancia, nos alejamos del tráfico y de sus ruidos y nos ponemos a escribir desganada y maquinalmente.
         Entran de repente a darnos una noticia vulgar:
         –El minúsculo señor don Luis Miró Quesada ha sido reelegido alcalde de Lima.
         Y como nos quedamos callados nos agregan:
         –¡Ya que no puede empezar a ser nuestro diputado quiere seguir siendo siquiera nuestro alcalde!
         Exclamamos lacónicamente:
         –¡Nuestro minúsculo alcalde!
         Pero enseguida tenemos una brusca y momentánea agitación nerviosa.
         Y gritamos así:
         –¿Para qué ha empezado un año nuevo entonces? ¿Únicamente para que el señor Pérez se mude de camisa, para que el señor don Luis A. Carrillo se ponga tarro, para que haya tamales y borrachitos en las calles y para que el señor Miró Quesada continúe llamándose orgullosamente “el minúsculo alcalde de Lima”?
         Y solo nos responden:
         –¡Quién sabe!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de enero de 1918. ↩︎