8.6. Epitafio

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Esta legislatura extraordinaria que acaba de concluir, ha sido flaca, enjuta y raquítica, como las siete espigas del sueño faraónico interpretado por el sabio, honesto y venturoso hijo de Jacob que se llamó José, cual se llama el señor Pardo que nos manda y cual se han llamado otros varones de no menor nombradía. Ha sido jadeante y complicada como una elucubración parlamentaria del señor don Teobaldo J. Pinzás, excelente amigo nuestro, diputado por el Dos de Mayo y que, al lado del ingenioso hidalgo don Augusto Durand, semeja a veces un escudero con chaleco de piqué y guías de la Recaudadora. Ha sido estruendosa y pirotécnica como una arenga del famoso orador arequipeño señor don Mariano Lino Urquieta en los buenos días en que el denodado ariete de su dialéctica no servía para abrir portillos en las leyes sino para abrir brechas en las bastillas criollas. Ha sido estéril como la mujer de Abraham antes de que descendieran sobre ella las gracias milagrosas y próvidas del cielo. Ha sido fea e hirsuta como el señor don Manuel Jesús Gamarra que anda entregado a los placeres de la vida geórgica e incaica en el noble paraje de Yucay. Ha sido perezosa y baldía como la vida y ocupaciones de los hombres que nos damos a la aburrida empresa de ver y comentar los acaecimientos, los ruidos y las novedades de la actualidad peruana hasta en las camisas típicas y representativas del típico y representativo señor don Manuel Bernardino Pérez. Ha sido adefesiera como el hongo cabritilla del gran diputado iqueño señor don José Matías Manzanilla a quien por el uso de ese hongo estamos a punto de declarar en rebeldía, aunque sabemos sus gentiles respetos a la crítica bien intencionada y razonable. Y, además, esta legislatura extraordinaria ha sido fea y zancuda como el amojamado príncipe de nuestra democracia de mestizos señor don Emilio Sayán y Palacios, contumaz y tesonera como nuestro ex cónsul en Cardiff señor don Óscar Víctor Salomón, malaventurada como el folletinesco proceso de las elecciones de Lima y tornadiza y voluble como la veleta que gobierna los destinos de la república peruana, hogar de tantos acontecimientos contradictorios, misteriosos y embrujados que semejan obra soterraña o escondida del Rasputín de nuestra corte advenediza y ramplona.
        Poco nos parece todo lo dicho para calificar a la legislatura extraordinaria que acaba de terminar entre las aprensiones y las zozobras del espíritu metropolitano. Queremos abandonar nuestra mesura habitual para ponernos de pie y pronunciar una contumelia fantástica contra el congreso que ha concluido. Y únicamente nos sujeta y nos entraba la persuasión de que nuestra voz no sirve para el vituperio y para el apóstrofe porque según unos le falta entonación y según otros le falta aliento.
        Y no es que a nosotros nos haya molestado personalmente la legislatura extraordinaria que ayer vimos clausurar. Para nosotros ha sido una legislatura entretenida y sazonada. La habíamos esperado tranquila, serena y ecuánime como el señor don Ántero Aspíllaga. Y ha tenido el donaire y la alegría de sus sorpresas, de sus emociones y de sus alborotos.
        Es que nos conminan para maldecir de esta legislatura todos los hombres de la ciudad. Los hombres de nuestra acera, los hombres de la acera del frente y los hombres de la calzada. Unánimemente nos piden que motejemos, vejemos y tundamos a la legislatura muerta.
        Unos nos aseveran:
        –¡Ha sido ociosa y desvergonzada!
        Otros nos agregan:
        –¡Ha sido infecunda y pecadora!
        Y nosotros que somos incapaces de un gesto rebelde nos inclinamos ante esta unanimidad abrumadora y escribimos, sugestionados y obedientes, un epitafio.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de diciembre de 1917. ↩︎