8.7. Política de automóvil

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Mientras los maliciosos y cazurros varones del comité de la calle de La Rifa le atribuyen andanzas atrevidas y marciales actitudes, es lo cierto que nuestro señor don Javier Prado, el buen pastor de la juventud, permanece alejado del “mundanal ruido”, rodeado de sus huacos, de sus quipos, de sus lienzos y de sus molduras, entregado a las nobles empresas de la alta especulación intelectual y engolfado en el estudio de la vida y obras del señor don Pablo de Olavide, esclarecido ingenio que floreció en el siglo XVIII o de los versos y travesuras del donoso caballero señor don Juan de Caviedes que nació para castigo de los malos médicos de su época, como para desazón de los de la suya ha nacido el doctor don Sebastián Lorente y Patrón, humorístico comentador del criollismo.
        Sorprendidos por las aseveraciones salidas de la calle de La Rifa, nosotros mismos hemos sentido vacilante nuestra certidumbre de que el señor don Javier Prado sigue «la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido».
        Y hemos tenido la tentación de subir al techo de esta casa del general La Fuente para aproximarnos a la casona solariega del señor Prado a fin de aguaitarlo y ver si realmente estaba presidiendo confabulaciones y conchabamientos enderezados a causarle molestias, grimas y desasosiegos al gobierno del señor don José Pardo.
        Pero nos hemos contentado con preguntarles a las gentes que poseen perfecto conocimiento del pensamiento, dirección y propósitos del señor Prado:
        –¿Es posible que el doctor Prado haya vuelto a la vida azarosa de caudillo? ¿Es posible que esté manejando la actualidad parlamentaria? ¿Es posible que haya renunciado a la serenidad de sus esparcimientos mentales?
        Y hemos hallado en la palabra de las gentes, así abordadas ansiosamente, una negativa que ha restablecido nuestro convencimiento sobre las presentes ocupaciones del señor Prado:
        Nos han dicho:
        –El señor Prado no piensa en estos momentos sino en la reforma universitaria. ¡En estos momentos no es sino maestro de la juventud y rector de la Universidad! ¡Más tarde tornará a ser profesor de energía! ¡Más tarde tornará a ser caudillo! ¡Más tarde tornará a ser presidente del partido civil!
        Y así es evidentemente. El señor Prado no participa de los trajines de la actualidad política. Dentro de su casona solariega, sus libros, sus papeles, sus huacos, sus quipos, sus lienzos y sus molduras son objeto de su absoluta consagración y de su solícito cuidado.
        No es el señor Prado quien asume la actitud de leader. Quien en esta hora de contrariedades para el comité de la calle de La Rifa está en atrenzo de leader es el señor don Miguel Echenique. Y el señor Echenique es un político de automóvil que recorre la ciudad raudamente. Y es un político que desde el 27 de julio ha adquirido atributos definitivos de leader nacional.
        Varón de vigorosos denuedos, de vasto latifundio, de grandes prestigios económicos y de ardorosas convicciones, el señor Echenique es hoy un senador que penetra sonoramente en la senda de la celebridad peruana. Le asiste la seguridad de que su automóvil lo llevará a todas partes. Y le asiste también la seguridad de que no habrá quien quiera ponerse en el camino de su automóvil para atajarlo o desviarlo.
        El comité de la calle de La Rifa lo ve pasar velozmente por las calles que el señor Luis Miró Quesada trata de conservar bien pavimentadas y mejor barridas.
        Pero cazurramente desvía sus miradas del automóvil del señor Echenique y las pone en la casona solariega de nuestra vecindad. Sobre esta casona caen las invectivas y los apóstrofes airados de los hombres que todavía viven asidos a la tradición del bloque de antaño. Y nosotros medrosamente nos alarmamos porque nos parece que esas invectivas y esos apóstrofes, por caer tan cerca, van a rebotar sobre nuestra humilde y tímida casa.
        Y entonces salimos hacia el quicio de la puerta de calle para ver si está en el umbral de su imprenta en mangas de camisa el gran ciudadano don Juan Manuel Torres Balcázar a cuya protección y auxilio nos encomendamos.
        Para tranquilidad de nuestro espíritu hallamos en su umbral al señor Torres Balcázar. Hacemos que vierta en nosotros el tónico de su palabra. Y luego buscamos a nuestros grandes y buenos amigos los señores Jorge y Manuel Prado para que nos den asimismo el aliento de la suya.
        Y ellos nos dicen:
        –¡Por ahora no hay sino política de automóvil! ¡Es la política moderna! ¡Es una política de sesenta caballos de fuerza! Pero, sin embargo, ¡mejor sería que regresaran los tiempos de la política criolla!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de diciembre de 1917. ↩︎