8.11. Paz en la Tierra

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Por la gracia del señor don José Carlos Bernales se han tranquilizado los hombres que en el Parlamento andaban conflagrados a causa de las diputaciones por Lima. El proceso de debates, votaciones, maniobras, conchabamientos y simulacros, promovido por el anhelo de que esas diputaciones no permaneciesen en litigio por más tiempo, ha tenido un punto final repentino y amistoso. Y el gobierno ha entrado de nuevo en el honesto camino de la labor constructiva, como dice el señor Manzanilla, que ha abandonado ya para siempre el hongo cabritilla que tanto le hemos reprobado en esta casa.
        Mirando estropeadas sus aspiraciones, contemplando convertida en una mayoría de veintisiete votos a la minoría de veintiuno y sintiendo ya definitivamente vencidos sus esfuerzos, los cazurros y maliciosos varones del comité de la calle de La Rifa se han convencido de que vana ha sido la pertinacia malintencionada con que han señalado a nuestro señor don Javier Prado como presidente, caudillo e inspirador de la cruzada que se ha librado contra el proyecto de sus pensamientos y de sus amores.
        No era el señor Prado quien movía a las gentes para que atajasen ese proyecto. El señor Prado no se preocupaba siquiera de la existencia del comité de la calle de La Rifa. Engolfado en la especulación literaria y filosófica en medio de sus huacos, de sus volúmenes y de sus quipos, apenas si oía lejana y tenuemente los ecos de las desesperadas campanadas de la María Angola del decano.
        Ingenua era la estratagema del comité de la calle de La Rifa al gritarle al país para que lo oyesen en el Palacio de Gobierno:
        –¡Esta es la política del doctor don Javier Prado! ¡La política enemiga de la política del presidente de la República!
        Tan baldío era que el comité de la calle de La Rifa tomase esta actitud que ni aun servía para engañar débilmente al señor Pardo.
        El señor Pardo, íntimamente, se sonreía del comité de la calle de La Rifa. Y pensaba en la molestia que le produciría verse derrotado por el automóvil del señor don Miguel Echenique que acababa de ser exaltado unánime y tácitamente a la calidad de leader nacional.
        Se diría que por apostrofar al señor don Javier Prado —que en estos días ha sido totalmente maestro de la juventud—, el comité de la calle de La Rifa no ha sabido precaverse de ser arrollado por el automóvil del señor Echenique. Parado en medio de la calzada daba grandes y denodadas voces. Pensaba que el automóvil del señor Echenique no se atrevería a pisarlo. Positivamente no se daba cuenta de lo que es capaz el automóvil de un leader nacional flamante y mimado.
        Y es que el automóvil del señor Echenique que ha atropellado al comité de la calle de La Rifa ha sido simplemente un instrumento de las voluntades peruanas confabuladas implícitamente para ponerlo malhumorado y quejumbroso. De las voluntades que se han concertado sin hablarse y sin mirarse. De las voluntades que se han coludido en la sombra. De las voluntades grandes y chicas que se han dado la mano sin que el comité de la calle de La Rifa lo advirtiera. De la misma voluntad del señor don José Pardo que, mientras se entregaba a los excelsos regalos de la contemplación de las flores más bellas de la tierra, sentía que su espíritu debía ser permanentemente un espíritu superior a las contaminadoras pequeñeces del mundo criollo.
        Acaso solo ayer, insomnes, molidos y marchitos, los varones del comité de la calle de La Rifa han pensado en este concierto misterioso de voluntades apadrinadas por el señor don José Carlos Bernales, que ha vuelto a ser un ciudadano nimbado por la fama y engreído por la celebridad peruana.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de diciembre de 1917. ↩︎