8.1. Luengo camino…
- José Carlos Mariátegui
1Entramos en el mes de diciembre perseguidos todavía por los desabrimientos, por las agitaciones y por los ruidos del proceso de Lima. Aún andan conflagrados, alrededor del señor Miró Quesada, del señor Prado, del señor Balbuena y del señor Torres Balcázar, los hombres y los sentimientos de la política peruana. No ha habido en la vida nacional, desde hace mucho tiempo, un acaecimiento de tan larga secuela y de tan persistente resonancia.
Tan perturbados viven los partidos, los círculos, los clubes, las capillas y las asociaciones por el proceso de Lima que habría fundamento para arribar a la sospecha de que acaso sea el señor Pardo que nos manda quien ha creado este motivo de desconcierto y de contienda para las muchedumbres y para los individuos. El proceso de Lima habría sido un objeto perspicazmente elegido por el señor Pardo para entretener a los hombres y para extenuar sus energías en tremendos debates. Y estaría en su interés mantenerlo sin solución para que se prolongase este momento de ansiedades, de inquietudes y de controversias que vienen absorbiendo la actividad política de este país.
Ya el proceso de Lima no ambula entre los escaños de la Cámara de Diputados para desazón de nuestro señor don Juan Pardo y para trajín del señor don Manuel Bernardino Pérez. Ahora se halla en las manos del señor don José Carlos Bernales aguardando que el Senado lo analice y lo resuelva como mejor conviniese a esa cámara altísima, majestuosa y prudente.
Y tornamos a vernos en el umbral de otro debate y de otras votaciones nominales destinadas a conmover a los ciudadanos, a soliviantar a los periódicos y a rodear de zozobras el ánima nerviosa del señor Miró Quesada y el ánima risueña del señor Balbuena.
Excítase el comentario callejero cuando recuerda que el señor Chiriboga, héroe de un folletín criollo que tuvo porfiadas vibraciones de escándalo, pudo evitarnos todas estas complicaciones en que el honesto ideal, el veleidoso interés y el invulnerable principio se anudan y se coluden. Se rememora los días en que el beatísimo pastor de una grey parroquial, de la cual somos nosotros muy rendidos feligreses, tuvo en sus manos la solución del proceso que actualmente desasosiega al gobierno, al Parlamento, a la Suprema y a la prensa. Y se piensa en lo que vale la voluntad de un presbítero de nuestra santa iglesia peruana.
Nos aseveran:
–El señor Chiriboga es ahora un párroco puro de corazón y limpio de conciencia. Acaba de salir del Convento de los Descalzos donde ha vivido entregado durante varios días a austeros ejercicios espirituales que han dejado santificado su cristalino espíritu. ¡Este es el momento de citar a la Junta Escrutadora!
Pero nosotros, que nos sentimos ya fatigados por la duración del proceso de Lima, nos oponemos a la iniciativa de la travesura metropolitana:
–¿Otra vez la Junta Escrutadora? ¿Otra vez los secuestros? ¿Otra vez el señor Tizón, sagaz, untuoso y plomizo, asegurando el orden? ¿Otra vez los gritos de la zambocracia de alquiler?
Y ponemos los ojos en el reloj para contar hastiados los minutos hasta quedarnos dormidos. Solo que también dormidos nos persigue la visión del proceso de Lima que, tranqueando, jadeando y tropezando, va por su camino largo y sinuoso. Y nos despertamos para seguir contando los minutos.
Tan perturbados viven los partidos, los círculos, los clubes, las capillas y las asociaciones por el proceso de Lima que habría fundamento para arribar a la sospecha de que acaso sea el señor Pardo que nos manda quien ha creado este motivo de desconcierto y de contienda para las muchedumbres y para los individuos. El proceso de Lima habría sido un objeto perspicazmente elegido por el señor Pardo para entretener a los hombres y para extenuar sus energías en tremendos debates. Y estaría en su interés mantenerlo sin solución para que se prolongase este momento de ansiedades, de inquietudes y de controversias que vienen absorbiendo la actividad política de este país.
Ya el proceso de Lima no ambula entre los escaños de la Cámara de Diputados para desazón de nuestro señor don Juan Pardo y para trajín del señor don Manuel Bernardino Pérez. Ahora se halla en las manos del señor don José Carlos Bernales aguardando que el Senado lo analice y lo resuelva como mejor conviniese a esa cámara altísima, majestuosa y prudente.
Y tornamos a vernos en el umbral de otro debate y de otras votaciones nominales destinadas a conmover a los ciudadanos, a soliviantar a los periódicos y a rodear de zozobras el ánima nerviosa del señor Miró Quesada y el ánima risueña del señor Balbuena.
Excítase el comentario callejero cuando recuerda que el señor Chiriboga, héroe de un folletín criollo que tuvo porfiadas vibraciones de escándalo, pudo evitarnos todas estas complicaciones en que el honesto ideal, el veleidoso interés y el invulnerable principio se anudan y se coluden. Se rememora los días en que el beatísimo pastor de una grey parroquial, de la cual somos nosotros muy rendidos feligreses, tuvo en sus manos la solución del proceso que actualmente desasosiega al gobierno, al Parlamento, a la Suprema y a la prensa. Y se piensa en lo que vale la voluntad de un presbítero de nuestra santa iglesia peruana.
Nos aseveran:
–El señor Chiriboga es ahora un párroco puro de corazón y limpio de conciencia. Acaba de salir del Convento de los Descalzos donde ha vivido entregado durante varios días a austeros ejercicios espirituales que han dejado santificado su cristalino espíritu. ¡Este es el momento de citar a la Junta Escrutadora!
Pero nosotros, que nos sentimos ya fatigados por la duración del proceso de Lima, nos oponemos a la iniciativa de la travesura metropolitana:
–¿Otra vez la Junta Escrutadora? ¿Otra vez los secuestros? ¿Otra vez el señor Tizón, sagaz, untuoso y plomizo, asegurando el orden? ¿Otra vez los gritos de la zambocracia de alquiler?
Y ponemos los ojos en el reloj para contar hastiados los minutos hasta quedarnos dormidos. Solo que también dormidos nos persigue la visión del proceso de Lima que, tranqueando, jadeando y tropezando, va por su camino largo y sinuoso. Y nos despertamos para seguir contando los minutos.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de diciembre de 1917. ↩︎