8.2. Tira y afloja

  • José Carlos Mariátegui

 

        1El gesto, el pensamiento, el ademán y el grito novísimo del señor don Mariano Lino Urquieta han tenido una resonancia muy honda en nuestro espíritu. Nos pasamos las horas escrutando la actitud y la doctrina del sonoro apóstol de las muchedumbres arequipeñas. Nos preguntamos si mañana nosotros, humildes y débiles escritores de quienes es posible aguardar toda flaqueza, nosotros que no somos robles ni catones ni estaremos jamás en camino de serlo, nosotros que no alzamos el pendón de ninguna denodada rebeldía, nosotros que no acaudillamos multitudes ni preconizamos rojas alboradas revolucionarias, nosotros que no somos capaces de hacer de nuestra pluma un ariete ni una lanza ni una bayoneta, nosotros que no aspiramos a ser héroes, paladines ni tribunos, nosotros que no acometeremos nunca una cruzada prócera ni una aventura romancesca, ¿no llegaremos a arrepentirnos de estas andanzas burlonas en que nos ha metido el destino para tornarnos en defensores de las gentes y de las obras que, medrosamente, hemos tundido, motejado y hostigado? Y, así interrogándonos, nos decíamos que ahora, tal vez por ser muy jóvenes y muy irreflexivos, somos dueños de una conciencia saturada de ingenuidades, de idealismos y de candores. Que todavía somos capaces de caer en infantiles asombros y de emprender inocentes empresas. Pero que probablemente mañana la vida, solícita y milagrosa, nos exonerará de estos cándidos y románticos barnices de la juventud.
        Y es que ha conturbado gravemente nuestro espíritu el discurso que el señor Urquieta ha pronunciado en la Cámara del señor don José Carlos Bernales patrocinando la solución parlamentaria del proceso de Lima.
        No nos sorprenderíamos de que el señor don Manuel Vicente Villarán, el sumo maestro de los abogados peruanos, el “divino calvo” del flamenquismo político nacional, el hombre en quien el señor Pardo pone a veces todas sus complacencias, se parase en el Senado para sostener que el sufragio está connaturalizado con el fraude, que el interés vale más que el ideal y que la mancomunidad partidarista puede más que las teorías y los lirismos de los predicadores de utopías.
        Tampoco nos sorprenderíamos de que hablase asimismo el señor don Mariano H. Cornejo, aunque el señor Cornejo sea un “orador sacerdotal” que se pierda en sus dominios del éter azul.
        Seguramente no nos sorprenderíamos tampoco de sostener nosotros esos conceptos que son los conceptos de todos los hombres que hemos sido educados en las escuelas de la realidad y, sobre todo, en los aleccionadores claustros de la vida peruana.
        Acontece que ni el señor Villarán ni el señor Cornejo han querido ser alguna vez robles ni catones. Siempre han sido varones ecuánimes y tranquilos que se han alejado de las peligrosas veredas de la caballería andante. Si han admirado a los apóstoles, como los admiramos nosotros, no han sentido jamás, tan bien como nosotros, la tentación de serlo para perturbación de su estética, cansancio de su voz y sudoroso humedecimiento de su ropa metropolitana.
        Pero persiste muy vivo en nuestro espíritu el recuerdo de las jornadas virulentas del señor Urquieta para que no nos parezca insólito escucharle estas palabras:
        –¡Vamos acometer un acto que es legal y que es ilegal! ¡Vamos simplemente a imponer nuestro criterio político! ¡Vamos a abrirle un “portillo” a la ley! ¡Tan solo debemos preocuparnos de que este “portillo” no sea muy grande!¡Así como los padres aman a sus hijos defectuosos y quieren “lograrlos”, así los partidos del gobierno aman a sus diputados, que son en esta ocasión defectuosos, y quieren “lograrlos”!
        Un amigo nuestro nos ha preguntado:
        –¿Podría el señor Urquieta decir lo mismo en una plazuela?
        Y nosotros nos hemos sonreído para responderle:
        –¡No es posible hablar en el Senado como en una plazuela!
        Más tarde nos han preguntado:
        –¿Pero este no es el señor Urquieta de los grandes gestos de rebeldía? ¿Este no es el señor Urquieta del voto sobre La Brea y Pariñas?
        Nos hemos quedado callados. Mas hemos sentido inmediatamente la respuesta en un razonamiento criollo y refranero:
        –Este es indudablemente. Pero “tira y afloja”. Y si unas veces tira, esta vez afloja…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de diciembre de 1917. ↩︎