7.2. Bostezando…

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Nos aburrimos.
         Dentro de esta ciudad enferma y dentro de sus cercanías grises y pálidas, bajo este cielo neblinoso donde parece que se hubiera enseñoreado para siempre el esplín de los ojos amortecidos del señor Pardo, entre estas gentes anestesiadas que esperan la venida de un Grande de España, el señor don Juan Belmonte, y en esta recatada calle que ayer no más vio pasar en hombros de la multitud a nuestro excelente amigo el señor don Jorge Prado, vivimos nosotros actualmente sin emoción, sin alegría, sin fervor, sin estremecimiento y sin voluntad.
         Sentimos desabrimiento en todas las cosas, en todos los hombres y en todos los sucesos. Y sentimos lasitud en la atmósfera enrarecida que respiramos y sentimos fastidio en los semblantes de los hombres cuyo trato habemos y sentimos tibieza en la política a que asistimos.
         No importa que el gran ciudadano don Juan Manuel Torres Balcázar haya recobrado su apostura de paladín en mangas de camisa y haya renunciado totalmente al uso falaz de una “polca” japonesa. No importa que la democracia y la huachafería metropolitana hayan tenido dos días de holganza y de refocilamiento, dos días de automóviles con banderas y de música de “cachimbos”, dos días de pisco y de malandanzas. No importa que el señor don Manuel Bernardino Pérez, nuestro Sancho de similor, se haya vestido de verde lechuga y se haya decorado con una corbata grosella que es el destello más criollo del momento histórico. No importa que así vestido y adornado haya querido besar los pies de la gentilísima Norka Rouskaya, pensando tal vez en que de existir en aquestas edades el señor don Quijote habría puesto en ella todas sus complacencias y la habría hecho la señora de sus pensamientos para acometer en su nombre las mayores locuras y las más gloriosas empresas. No importa que el señor don Lauro Curletti sea aún el más perfecto hacedor de conciliaciones y remiendos.
         Nosotros hallamos siempre descolorida, delicuescente e inodora esta actualidad en que se han juntado la renovación municipal, el congreso extraordinario y la conmemoración de los fieles difuntos y de todos los santos.
         Vemos todavía en la Cámara de Diputados al señor don Héctor Escardó y Salazar y al señor don Baldomero Maldonado, tan disímiles como personas y tan semejantes como ministros de la segunda administración del señor Pardo. Vemos aún a los graves varones de la Suprema, el más alto tribunal de la nación, haciendo diputados o deshaciéndolos. Vemos en su automóvil corredor y raudo al señor don José Pardo que también huye aburrido de la ciudad y se va al campo pelado, yermo y polvoriento de los balnearios.
         Preguntamos por preguntar algo:
         –¿Permanece muy firme el gabinete del señor don Francisco Tudela y Varela?
         Nos dicen maquinalmente:
         –Muy firme…
         Y preguntamos con desaliento:
         –¿Y el proceso de las diputaciones por Lima? Nos responden entonces:
         –Quién sabe…
         Así vivimos.
         Tenemos tentación de alzarnos airados para protestar de que el señor Pardo no haya prescindido del congreso extraordinario y no nos haya favorecido nuevamente con la generosa merced de una circular del señor don Heráclides Pérez. Ya que no podemos lamentar una malaventura queremos quejarnos de no poder lamentarla. Pero también para dar este grito nervioso nos sentimos débiles y desganados.
Y bostezamos no más.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 4 de noviembre de 1917. ↩︎