7.10.. Palco de besamanos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El ánima tediosa del Sr. Pardo, esa ánima que asoma de vez en vez a sus ojos displicentes y apagados, es un ánima que persigue intermitentemente los arrullos de la belleza artística. No es un ánima susceptible de la osada tentación de buscar una emoción estética en la noche quieta, silenciosa y beatísima de un camposanto, a trueque de suscitar el aspaviento de las muchedumbres aprensivas y nerviosas. Pero es siempre un ánima que, dentro de los linderos de una mesurada burguesía espiritual, gusta del goce puro y regalado que hay en las fiestas del ritmo, de la línea y del color, tan amadas por el señor don Óscar Víctor Salomón, nuestro excónsul en Cardiff.
         Esta ánima del señor Pardo, que acude cotidianamente a la ópera, donde se coluden el sonido noble, el frac ceremonioso, la mirada sospechosa y el anteojo espía, es la misma ánima que acudió otrora a los recitales de Dalmau y es la misma ánima que acude enamoradamente a Miramar y a Miraflores para confundir la sensación de la carrera vertiginosa con la sensación del paisaje cambiadizo.
         No en balde hubo un poeta de letrillas populares y de coplas afamadas en la genealogía del señor Pardo. El señor Pardo guarda recónditamente un viejo e hijodalgo rezago de lirismos en su ánima. Si el destino no lo hubiera llevado hacia la prosaica cúspide de la Presidencia de la República, envolviéndolo en el hálito de la zambocracia, rodeándolo del ruido de la jornada cívica, familiarizándolo con las múltiples fealdades de la política criolla, vinculándolo a la camisa rosada y a las medias blancas del señor don Manuel Bernardino Pérez, y habituándolo a los quintos de libra que atavían y adornan el alma provinciana del señor Revilla, acaso el señor Pardo habría educado su corazón y su pensamiento en las severas y gratas disciplinas del Arte. Solo que si, en vez de llegar a ser artista altísimo, el señor Pardo solo hubiera podido llegar a ser diletante de cualquier orfeón mestizo-italiano, confesamos nuestro agrado de que el destino haya conducido al señor Pardo a la Presidencia de la República y no a un diletantismo huachafo del soneto, del pastel o del valse–yaraví.
         Desde la Presidencia de la República peruana el señor Pardo no puede gozar de sensaciones artísticas esclarecidas, preciosas y pluscuamperfectas. Únicamente puede alcanzar un placer más o menos accesible y cotizable que sea para su espíritu una compensación equitativa por las desazones, molestias y fastidios, que le produzcan el trato y la vecindad diarias de hombres zafios, de hombres primitivos y de hombres sandios y vituperables. Y tiene que contentarse con ir por las noches a la ópera que, cuando es la ópera de la tonada melodramática, del tenor predestinado y de la soprano romántica, representa una transacción de la estética suma y excelsa con la estética del prendedor de huairuro, del folletín pasional y del queso de bola.
         Pero ni aun en su palco de la ópera la Presidencia de la República deja sosegado, tranquilo y solitario al señor Pardo. No lo visitan ni hostigan en ese palco los postulantes orgánicos a una prefectura o a una comisaría. Mas sí lo visitan los personajes del mundo cortesano, investidos de toda la galanía de su frac o de su smoking para entregar a la notoriedad y al comentario metropolitanos su cordialidad con el señor Pardo.
         El palco del señor Pardo se torna así en palco de besamanos. Y para las gentes del teatro se convierte en un proscenio accesorio y minúsculo decorado por el escudo nacional y construido para ser el asiento, la sede y el hogar imperecederos y próvidos del gobierno del señor Pardo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de noviembre de 1917. ↩︎