6.9. La santa alianza

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Monseñor Belisario Phillips, el ilustre favorito de la Iglesia y del Estado y nosotros, los cronistas de una hoja pecadora, tenemos en estos instantes el contento y el placer de haber salido vencedores en una noble empresa que juntos y mancomunados acometimos en el nombre de la humilde doctrina cristiana y por la gracia del divino rey poeta que, aburrido de sus faustos, de sus amores y de sus voluptuosidades, sintetizó la filosofía de su hastío y de su aburrimiento en la bíblica y melancólica frase “¡Vanidad de vanidades! ¡Todo es vanidad!”
        No habrá en estos instantes sobre la tierra ánima más dichosa que las nuestras, ni corazón más jubiloso que nuestros corazones, ni semblante más triunfal y complacido que nuestros semblantes. Monseñor Phillips y nosotros sentimos que los generosos bienes del cielo han descendido a nuestros pechos para honesta felicidad de quienes tan bien hemos sabido vencer las solicitaciones y las celadas arteras de una tentación. Y por eso vierten nuestros labios el santo zumo de un bienaventurado regocijo.
        Pública y sencilla alianza hicimos monseñor Phillips y nosotros para combatir los imprudentes empeños que habían hecho del favorito un candidato poderoso e insinuante al arzobispado de Lima, el muy famoso arzobispado de Santo Toribio de Mogrovejo.
        Habíamos clamado nosotros:
        –¡No queremos que monseñor Phillips sea arzobispo de Lima! ¡No queremos que sea sino nuestro Rasputín! ¡No queremos que nos desnaturalicen y mistifiquen a este sustancioso personaje de nuestra actualidad criolla!
        Y habíamos asumido una actitud guerrera:
        –¡Somos leales y resueltos adversarios de la candidatura de monseñor Phillips al arzobispado de Lima!
        Amorosa y unciosamente nos había hablado entonces monseñor Phillips:
        –¡Yo también soy adversario de mi candidatura! ¡Yo me uno a ustedes para luchar contra ella! ¡Unidos venceremos!
        Vinculadas por el lazo de una alianza solemne quedaron la muy hidalga casona del arzobispado donde mora monseñor Phillips y la muy plebeya casa de este diario donde moramos quienes escribimos para alborozo de algunos, desazón de otros y refocilamiento de los demás.
        Y la alianza, así concertada y pactada, venció definitivamente en la reciente reunión del congreso en que fue elegido Arzobispo de Lima monseñor Lissón, pastor virtuoso, varón pacientísimo y sacerdote esclarecido, que ha sido exaltado al gobierno espiritual de los peruanos no por divulgación ni acatamiento de las gentes a sus excelencias y a sus bondades –recatadamente exhibidas en las selvas y entre los salvajes–, sino por la voluntad del señor Pardo que no ha querido que se cumpliese la voluntad ciega de la Arquidiócesis sino la suya sapientísima y avizora.
        Pero he aquí que aún nos falta a monseñor Phillips y a nosotros un favor apetecido devota y piadosamente por el ánima pura y cristiana del ilustre favorito quien ha pronunciado memorables palabras de humildad y beatitud, ha expresado su anhelo de ser cura de aldea y ha dicho su aversión a las mercedes falaces de la gloria perecedera. ¡Todo es vanidad!
        Tal como vino en nuestra ayuda monseñor Phillips para evitar que los votos del Congreso lo eligiesen arzobispo, sentimos ahora nosotros el deber de ir en ayuda de monseñor Phillips para que se haga su buen deseo y para que sele desembarace de la pesada carga de las responsabilidades y de los honores del gobierno de la Arquidiócesis que con tanta repugnancia hubo de aceptar en servicio de la Iglesia.
        Reanudamos nuestra alianza con monseñor Phillips ya no para que se cumpla nuestra aspiración sino para que se cumpla la suya. Nos apresuramos a socorrerle y asistirle. Y le pedimos desde hoy al nuevo arzobispo de Lima que no se continúe contrariando la voluntad de monseñor Phillips y que se le mande de una vez al curato más pobre, a la feligresía más descuidada, a la tierra más penosa y hostil.
        Allí donde la grey sea desobediente y remisa, allí donde la miseria sea desoladora e incurable, allí donde la peste sea constante y dolorosa, allí donde las ovejas anden descarriadas y perdidas, allí donde María Magdalena la hetaira y Saulo el fariseo estén aún esperando la hora de la conversión, allí quiere ir monseñor Phillips.
        Y así sea.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de octubre de 1917. ↩︎