6.8. Día feriado
- José Carlos Mariátegui
1Nuestra buena ciudad de voluptuoso, abigarrado y complejo mestizaje tuvo ayer ánimo festivo y fisonomía solemne. Se juntaron en una sola fecha, en un solo día y en una sola efeméride los faustos de la raza, de la juventud y de la primavera para alegría de los universitarios, fiebre de las muchedumbres, adorno de los balcones, contentamiento de los niños, conflagración de los carruajes, felicidad de la patria y apostolado del doctor don Javier Prado y Ugarteche. Y unas por la juventud, otras por la primavera y todas por la raza latinoamericana, se alborozaron las gentes de esta ciudad de Santa Rosa, de los turrones, de los temblores y del señor don José Pardo.
Bajo el auspicio y la presidencia de un Sol falaz, hubo en las calles cristianas de Lima, dichosa feria de huachaferías, inefable concierto de criollismos, suntuosa procesión de alegorías y de símbolos, marcial enjambre de estudiantes párvulos y de estudiantes adultos, heroica evocación de las carabelas, feliz holganza de los ideales y sudoroso florecimiento de los sentimentalismos.
Quisieron nuestras ánimas de fieles mestizos glorificar muy apasionadamente el recuerdo del bienaventurado almirante de las carabelas que descubrió para el señorío de los reyes católicos de España estas tierras más o menos tropicales, más o menos nerviosas y más o menos melancólicas. Y quisieron también festejar la primavera que ha llegado para darnos el regalo de sus luces, la llama de sus deseos, el amor de sus flores y la sazonada fruta de un discurso del novísimo maestro de la juventud que era entre nosotros desde hacía mucho tiempo un sabio profesor de energía.
En la cúspide de las alegorías hallaron dosel y acomodo las damas más aptas para decorarse con los atributos de la libertad, complementados por un gorro frigio y un continente muy majestuoso y muy grave. Tras los pabellones de raso agrupáronse y organizáronse los niños y las niñas, los boys y las girls. En las aceras y en las bocacalles tuvieron jadeantes y traviesos deliquios las apreturas y las colisiones.
Mirando el desfile oímos nosotros de repente un grito:
–¡Allí viene don Quijote!
Preguntamos ansiosamente:
–¿Dónde está don Quijote?
Nos enseñaron al gentil hidalgo, caballero en un rocinante de palo, que avanzaba muy desvaído, muy ramplón, muy venido a menos y muy confuse sobre una plataforma de automóvil.
Y exclamamos nosotros muy desolados:
–¿Y Sancho Panza? ¿Por qué no está también Sancho Panza? ¿Por qué han sacado a don Quijote sin escudero?
Malignamente nos respondió el vulgo insólito:
–¡El doctor don Manuel Bernardino Pérez está parado en el umbral de Broggi!
Pero entonces nosotros nos sentimos fuera de quicio, nos indignamos de que la multitud incomprensiva y zafia no supiera entendernos, nos dirigimos al cielo para buscar quién nos oyera, nos soliviantamos con toda la sinceridad, toda la pasión y todo el fuego posible, y nos callamos saboreando el desabrimiento, la malaventura y el fracaso de que en esta tierra llevasen en procesión a Don Quijote y se olvidasen de Sancho Panza y de su asnillo.
Y elevamos nuestro espíritu perecedero y humilde al espíritu inmortal y famoso del gobernador de la Ínsula Barataria para suplicarle:
–Padre nuestro, perdónalos…
Bajo el auspicio y la presidencia de un Sol falaz, hubo en las calles cristianas de Lima, dichosa feria de huachaferías, inefable concierto de criollismos, suntuosa procesión de alegorías y de símbolos, marcial enjambre de estudiantes párvulos y de estudiantes adultos, heroica evocación de las carabelas, feliz holganza de los ideales y sudoroso florecimiento de los sentimentalismos.
Quisieron nuestras ánimas de fieles mestizos glorificar muy apasionadamente el recuerdo del bienaventurado almirante de las carabelas que descubrió para el señorío de los reyes católicos de España estas tierras más o menos tropicales, más o menos nerviosas y más o menos melancólicas. Y quisieron también festejar la primavera que ha llegado para darnos el regalo de sus luces, la llama de sus deseos, el amor de sus flores y la sazonada fruta de un discurso del novísimo maestro de la juventud que era entre nosotros desde hacía mucho tiempo un sabio profesor de energía.
En la cúspide de las alegorías hallaron dosel y acomodo las damas más aptas para decorarse con los atributos de la libertad, complementados por un gorro frigio y un continente muy majestuoso y muy grave. Tras los pabellones de raso agrupáronse y organizáronse los niños y las niñas, los boys y las girls. En las aceras y en las bocacalles tuvieron jadeantes y traviesos deliquios las apreturas y las colisiones.
Mirando el desfile oímos nosotros de repente un grito:
–¡Allí viene don Quijote!
Preguntamos ansiosamente:
–¿Dónde está don Quijote?
Nos enseñaron al gentil hidalgo, caballero en un rocinante de palo, que avanzaba muy desvaído, muy ramplón, muy venido a menos y muy confuse sobre una plataforma de automóvil.
Y exclamamos nosotros muy desolados:
–¿Y Sancho Panza? ¿Por qué no está también Sancho Panza? ¿Por qué han sacado a don Quijote sin escudero?
Malignamente nos respondió el vulgo insólito:
–¡El doctor don Manuel Bernardino Pérez está parado en el umbral de Broggi!
Pero entonces nosotros nos sentimos fuera de quicio, nos indignamos de que la multitud incomprensiva y zafia no supiera entendernos, nos dirigimos al cielo para buscar quién nos oyera, nos soliviantamos con toda la sinceridad, toda la pasión y todo el fuego posible, y nos callamos saboreando el desabrimiento, la malaventura y el fracaso de que en esta tierra llevasen en procesión a Don Quijote y se olvidasen de Sancho Panza y de su asnillo.
Y elevamos nuestro espíritu perecedero y humilde al espíritu inmortal y famoso del gobernador de la Ínsula Barataria para suplicarle:
–Padre nuestro, perdónalos…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de octubre de 1917. ↩︎