6.1. El consejero

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Luengos años hace que las suspicacias nacionales descubrieron que el ánima burguesa del señor Pardo necesitaba siempre del aliento, el estímulo y la sugestión de un ánima fuerte, consejera, aritmética y sapientísima. Desde el día en que el señor Pardo empezó a gobernarnos por segunda vez el país supo que el señor don Aurelio García y Lastres iba a ser el confidente, el coadjutor y el amigo de la nueva administración. Y el señor Pardo dio al señor García y Lastres el Ministerio de Hacienda para acentuar la persuasión nacional de que el señor García y Lastres era el hombre en quien ponía todas sus complacencias.
        Sin el taimado riesgo de los desvíos parlamentarios, sin la asechanza capciosa de las interpelaciones, sin las hiperestesias periódicas de la neurosis legislativa, el señor García y Lastres habría sido ministro de Hacienda del señor Pardo hasta el último día de su mandato.
        Nada hubiera importado que el señor García y Lastres no hubiera sido en el ministerio sino lo que la frase sutil y gráfica del esclarecido señor Maúrtua moteja una buena ama de llaves. Más que ministro de Hacienda era ama de llaves lo que asentaba al gobierno del señor Pardo. Ama de llaves con cicaterías sistemáticas y larguezas clandestinas. Pero ama de llaves que juntase en una alcancía los centavos que su redomada viveza le sisase a los cálculos del Parlamento.
        Jamás la indulgencia del señor Pardo le amnistiará al Congreso la grave responsabilidad de haber sido para el señor García y Lastres la amenaza permanente de un voto descortés. Por rendidos y devotos que sean los acatamientos que le haga hoy el Congreso a la voluntad del señor Pardo, siempre quedará en el espíritu del señor Pardo un recóndito sedimento de este enojo. El señor Pardo, que quiso probarle al país que de cualquier bufete comercial podía sacar a un nuevo señor Leguía, no alcanza aún a explicarse por qué las gentes del Parlamento no le han guardado al señor García y Lastres los mismos respetos que al extraordinario estadista de su primera administración.
        Sin embargo, para el señor Pardo es siempre un confesor y un consejero el señor García y Lastres. No es ya su ministro de Hacienda. Pero va continuamente a Palacio a absolver las consultas del señor Pardo, a compartir sus cuitas, a escuchar sus quejas, a resolver sus vacilaciones, a saber, sus ensueños y sus expectativas. Y está a salvo de hostilidades y de agravios del Parlamento. Nadie puede importunarle, fastidiarle ni contradecirle.
        Todos los días los cronistas palatinos consignan entre los nombres de los visitantes del señor Pardo el del señor García y Lastres. Invariable y habitualmente reciben el anuncio de una conferencia entre ambos varones eminentes y trascendentales. Esta conferencia representa para ellos una noticia cotidiana.
        De vez en vez, al dictárseles el apellido del señor García y Lastres, preguntan por travesura los cronistas palatinos:
        –¿Don Nicanor?
        Para que les respondan enérgicamente:
        –¡Don Aurelio!
        Y mientras tanto el país pone los ojos en la figura pequeña, enjuta y burocrática del señor García y Lastres para ver si en el gesto y en el talle del exministro se revelan su ufanía y su contento por el rol misteriosamente porfiado que le ha concedido el Sr. Pardo en este momento de la historia peruana.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de octubre de 1917. ↩︎