6.19. Lunes parlamentario

  • José Carlos Mariátegui

 

        1En día lunes ha reanudado sus sesiones y sus esfuerzos el poder legislativo. El día lunes es el día aborrecido por toda la gente perezosa de la Tierra. El día lunes es el día que engendró la idea de la primera huelga. El día lunes es el día que recuerda a los asalariados la opresión del trabajo. Acaso los excelentes ciudadanos del Congreso han tenido ayer la misma impresión del bracero que recibe el amanecer del lunes, rencoroso, anarquista y malcontento.
        En el nombre de un decreto del señor Pardo, que pudo transustanciarse en una circular del señor Heráclides Pérez, abrieron una legislatura más el señor don Juan Pardo y el señor don José Carlos Bernales, pronunciando la frase ritual de la liturgia parlamentaria.
        Una legislatura extraordinaria da la sensación de una temporada chica. Tal como la legislatura ordinaria es la temporada oficial de la política, las legislaturas extraordinarias son las temporadas anexas, las temporadas menores, las temporadas que dependen en este momento histórico del gesto saturado de esplín del señor Pardo.
        Suele acaecer que estas temporadas menores sean más interesantes, agitadas y ruidosas que la temporada oficial. Cuando ellas empiezan, los diputados y los senadores han perdido ya parte de la solemnidad, de la ponderación y de la mesura que se enseñorean en sus ánimas el 28 de julio. Sienten intenciones traviesas y entusiasmos insólitos.
        Y es por esto que la república espera siempre con ansiedad las legislaturas extraordinarias. Sabe que van a ser más nacionales, más peruanas, más criollas y más sustanciosas. Sabe que el Parlamento, que durante las legislaturas ordinarias sobrepone a su iniciativa la iniciativa del gobierno, en las legislaturas extraordinarias piensa invariablemente que la iniciativa propia es mejor que la iniciativa ajena.
        Esta legislatura extraordinaria ha encendido múltiples expectativas. No porque sea una legislatura convocada para ocuparse de treinta y ocho problemas de la vida nacional dentro de sus treinta y ocho sesiones probables, sino porque es una legislatura destinada a restablecer en el Parlamento el debate acérrimo y la atmósfera guerrera.
        Para proveer a la comenzada legislatura de un atributo personal, típico y risueño, el señor don Manuel Bernardino Pérez ha renovado su indumentaria. Usa ahora un traje verde, un sombrero verde, una camisa rosada y una corbata grosella que sobran para hacer del señor Pérez el punto de convergencia de las admiraciones mestizas. Y es tan agresivo el verde de su traje y de su sombrero, tan apasionado el rosa de su camisa, tan aldeano el grosella de su corbata tiesa, rectangular y hierática y tan inusitada toda esta tricromía de ensalada criolla, que hay que suponer que el señor Pérez se ha vestido así en obediencia a una trascendental consigna política o a un repentino anhelo de evolución y de remozamiento.
        Y además esta legislatura ha servido para llenar de alborozo al señor don Carlos Borda, nuestro universitario amigo de la dorada bohemia, del monóculo con aro, de los guantes amarillos y de la orden de Doña Isabel la Católica.
        El señor Borda presentó el año pasado cuarenta proyectos escritos en papel románticamente celeste para batir el récord de la abundancia en la iniciativa. Tenía averiguado que jamás se había sometido al Parlamento tal copia y tal volumen de proyectos. Y vivía engreído de este récord.
        Momentáneamente lo alarmó la convocatoria del señor Pardo. Vio una enumeración interminable de proyectos. Y los contó de prisa y con angustia. Diez. Veinte. Treinta. Treinta y ocho. Al llegar a esta cifra el señor Borda lanzó un grito que repite hasta ahora en todas partes:
        –¡Treinta y ocho proyectos no más son los del gobierno! ¡Y no son suyos!
        ¡Los míos fueron cuarenta! ¡Y totalmente míos!
        Solo que a veces le responden:
        –Pero en papel celeste…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de octubre de 1917. ↩︎