6.11. Aires de primavera

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Los próvidos, sabios y acuciosos campos de su latifundio han rejuvenecido al señor don Ántero Aspíllaga. En ellos ha convalecido el señor Aspíllaga de los desabrimientos y malaventuras de la vida política. Y los nobles placeres rurales han borrado del corazón, del ánima, del ademán y del semblante del esclarecido azucarero la huella dolorosa de los agravios atrevidos de la multitud versátil e histérica.
        Nuevamente es el señor Ántero Aspíllaga un gentilhombre civilista de grácil talle, de atildado traje y de galante flor en la solapa. Ya ha recobrado sus aptitudes pretéritas de candidato a la Presidencia de la República tan maltratadas y oscurecidas por las osadías plebeyas de las jornadas billinghuristas. Ya ha tornado a ser lo que la prensa peruana denomina un distinguido hombre público. Ya ha reconstruido su vieja e hidalga calidad de Aspíllaga, de don Ántero y de leader.
        Cayaltí ha sido para el señor Aspíllaga no solo una hacienda solícita. Ha sido más o menos una fuente Juventa. En su paz solariega, en su hospitalidad campesina, en su ambiente geórgico el señor Aspíllaga ha sentido que renacía su antigua personalidad aristocrática tundida por las veleidades de esta democracia de mestizos.
        Y ha acaecido que habiéndose ido a Cayaltí marchito y viejo, ha regresado de Cayaltí lozano y trascendental.
        Viéndolo reincorporado a la actividad metropolitana el comentario callejero ha envuelto al señor Aspíllaga en sus previsiones y en sus vaticinios risueños.
        Han sonado porfiadas voces:
        –¡El señor Aspíllaga está otra vez en el camino de la Presidencia de la República!
        Y ha habido aseveraciones:
        –¡El señor Pardo lo alienta! ¡El señor Pardo lo estimula! ¡El señor Pardo lo mueve! ¡El vínculo civilista une al señor Pardo con el señor Aspíllaga!
        Pero el señor Aspíllaga se ha defendido amablemente de las insinuaciones ciudadanas. Ha sostenido en obstinadas protestas su alejamiento de la política doméstica. Ha negado su posibilidad presidencial como niegan las niñas bonitas, y también las niñas feas, sus amores.
        Y ha elegido una frase favorita:
        –¡Yo estoy muy tranquilo! ¡Muy sereno! ¡Muy ecuánime!
        El señor Aspíllaga ha querido cristalizar en estas palabras su oposición a que se resucite su pasada candidatura a la Presidencia de la República.
        Y se ha enamorado de la exactitud y elegancia de su importante afirmación:
        –¡Yo estoy muy tranquilo! ¡Muy sereno! ¡Muy ecuánime!
        El convencimiento del señor Aspíllaga se ha convertido también en el convencimiento de sus hermanos. El señor don Ramón y el señor don Baldomero han comprendido cuán discreta y cauta es la negativa del señor de Cayaltí. Y pasa ahora que toda la familia Aspíllaga se ha sistematizado alrededor de un mismo concepto sobre la posición de su ilustre mayorazgo.
        Asedian las gentes al señor don Ramón:
        –¡Don Ántero es un candidato incontrarrestable!
        Y el señor don Ramón burla tales baldíos esfuerzos para sonsacarle una confesión:
        –¡No es cierto! ¡Ántero ha venido de Cayaltí muy tranquilo! ¡Muy sereno! ¡Muy ecuánime!
        Tientan entonces al señor don Baldomero:
        –¡Don Ántero será el próximo presidente de la República!
        Y protesta el señor don Baldomero solidarizado con la intención de su insigne hermano.
        –¡Imposible! ¡Ántero está muy tranquilo! ¡Muy sereno! ¡Muy ecuánime!
        Acaso para mancomunarse más inquebrantablemente ambos hermanos celebran de vez en vez un coloquio así:
        –¡Qué tranquilo ha vuelto Ántero! ¡Qué sereno! ¡Qué ecuánime!
        –¡Qué tranquilo! ¡Qué sereno! ¡Qué ecuánime!
        Y tal vez al cambiar esta impresión ni siquiera se sonríen los prudentísimos señores de Cayaltí.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de octubre de 1917. ↩︎