5.15. Responsos
- José Carlos Mariátegui
1No sonora y apasionada sino piadosa y compasiva sonó ayer en la Corte Suprema la palabra del Sr. D. José María de la Jara y Ureta. Fue el señor de la Jara y Ureta a la Suprema para ponerle un epitafio a las credenciales de senador por Cajamarca del señor Villanueva. Y no quiso que el suyo fuese un epitafio inclemente y acerbo sino un epitafio mesurado y generoso.
Discreta fue la entonación del señor La Jara, ponderado su ademán, sonora su frase y breve su oración. El apóstrofe vibrante, el arresto elocuente y la imprecación gallarda no dieron esta vez al discurso del señor La Jara su matiz ni su musicalidad. El señor La Jara habló con una entonación funeraria de responso y con un gesto religioso de réquiem.
Explicaba así su presencia en la tribuna de la acusación:
—Yo ni siquiera habría venido aquí si no tuviera el deber de pedir sanciones y demandar penas. Tampoco solicitaría que se impusiese castigos si no fuese indispensable para evitar que en el próximo proceso senatorial de Cajamarca reaparezcan las impurezas y las lacerías que invalidan este que, tundido y deforme, llega a los pies del tribunal. ¡Pero la amenaza de la reincidencia, el anuncio de la conspiración y la porfía de la contumacia, me obligan a presentarme en esta tribuna para entregarle a la Suprema los documentos que denuncian los fraudes, las mentiras y los vejámenes!
Oían las gentes al señor La Jara y se preguntaban:
—¿Y el señor don Rafael Villanueva? ¿Por qué no ha venido también el señor Villanueva? ¿Dónde está el señor Villanueva?
Tenían las gentes la esperanza de que apareciese de pronto en la sala el señor Villanueva para contradecir al señor La Jara.
Pero estaban en un engaño.
Anticipadamente sabíamos nosotros que el señor Villanueva no iría a la Suprema para defender sus credenciales ni para impugnar las del señor León.
Tan solo no sabíamos, ni podía ocurrírsenos, que sería el abogado del señor Villanueva el señor Mariano Ibérico Rodríguez, comentador de Bergson, prosélito del señor Riva Agüero y exégeta de El Dolor Pensativo.
Estábamos ingenuamente persuadidos de que el personero del señor Villanueva sería el señor don Manuel Bernardino Pérez, diputado por Cajamarquilla. Era un convencimiento profundo en nosotros este de que el señor Pérez no podría ser sustituido acertadamente en la defensa del señor Villanueva. Únicamente en el pensamiento y en la frase del señor Pérez habrían hallado amparo y solidaridad sinceros y adecuados los papeles de senador por Cajamarca que le ha traído al señor Villanueva el correo del señor Pardo.
Grandes hubieron de ser, pues, nuestros asombros cuando el señor Ibérico Rodríguez, joven, universitario y futurista —y por lo tanto uno de los de votos de la “política nueva” que proclamara un día el señor Belaunde—, se puso ayer de pie para loar los ardides, las añagazas, las vivezas y las mentiras de la política vieja. De la más vieja de todas nuestras políticas.
Discreta fue la entonación del señor La Jara, ponderado su ademán, sonora su frase y breve su oración. El apóstrofe vibrante, el arresto elocuente y la imprecación gallarda no dieron esta vez al discurso del señor La Jara su matiz ni su musicalidad. El señor La Jara habló con una entonación funeraria de responso y con un gesto religioso de réquiem.
Explicaba así su presencia en la tribuna de la acusación:
—Yo ni siquiera habría venido aquí si no tuviera el deber de pedir sanciones y demandar penas. Tampoco solicitaría que se impusiese castigos si no fuese indispensable para evitar que en el próximo proceso senatorial de Cajamarca reaparezcan las impurezas y las lacerías que invalidan este que, tundido y deforme, llega a los pies del tribunal. ¡Pero la amenaza de la reincidencia, el anuncio de la conspiración y la porfía de la contumacia, me obligan a presentarme en esta tribuna para entregarle a la Suprema los documentos que denuncian los fraudes, las mentiras y los vejámenes!
Oían las gentes al señor La Jara y se preguntaban:
—¿Y el señor don Rafael Villanueva? ¿Por qué no ha venido también el señor Villanueva? ¿Dónde está el señor Villanueva?
Tenían las gentes la esperanza de que apareciese de pronto en la sala el señor Villanueva para contradecir al señor La Jara.
Pero estaban en un engaño.
Anticipadamente sabíamos nosotros que el señor Villanueva no iría a la Suprema para defender sus credenciales ni para impugnar las del señor León.
Tan solo no sabíamos, ni podía ocurrírsenos, que sería el abogado del señor Villanueva el señor Mariano Ibérico Rodríguez, comentador de Bergson, prosélito del señor Riva Agüero y exégeta de El Dolor Pensativo.
Estábamos ingenuamente persuadidos de que el personero del señor Villanueva sería el señor don Manuel Bernardino Pérez, diputado por Cajamarquilla. Era un convencimiento profundo en nosotros este de que el señor Pérez no podría ser sustituido acertadamente en la defensa del señor Villanueva. Únicamente en el pensamiento y en la frase del señor Pérez habrían hallado amparo y solidaridad sinceros y adecuados los papeles de senador por Cajamarca que le ha traído al señor Villanueva el correo del señor Pardo.
Grandes hubieron de ser, pues, nuestros asombros cuando el señor Ibérico Rodríguez, joven, universitario y futurista —y por lo tanto uno de los de votos de la “política nueva” que proclamara un día el señor Belaunde—, se puso ayer de pie para loar los ardides, las añagazas, las vivezas y las mentiras de la política vieja. De la más vieja de todas nuestras políticas.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de septiembre de 1917. ↩︎