5.10.. Gesto de burgomaestre

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Está otra vez en Lima, saboreando su metropolitanismo y gustando su monotonía, el doctor don Augusto Durand. Ha llegado en un tren de la sierra. En un tren que le habrá evocado acaso aquel épico tren en que partió un día para dejar a oscuras a la ciudad y al señor Pardo.
         Una vez más nos hemos persuadido de que el doctor Durand se transforma. Se extingue en él para siempre el caudillo. Se esfuma el caballero andante de los breñales y de las cumbres. Se borra el revolucionario de las osadas aventuras y de las sonoras empresas. Ya no vibran en el alma del señor Durand los ímpetus tumultuarios de otra edad. La madurez ha vencido a la juventud, la ponderación ha vencido a la nerviosidad, la mesura ha vencido a la inquietud.
         Viendo hoy al doctor Durand, oyéndolo y estudiándolo, se olvida uno a ratos de que es el jefe del partido liberal o se comprende que el partido liberal no es ya por ningún motivo el partido del grito de Chosica, el partido de la federación y el partido de la brava cabalgadura, del histórico poncho y de las denodadas botas.
         El doctor Durand quiere ser cada día más diplomático. Su continente de hoy no es el continente de ayer. Se empeña en ser el continente no solo de un ministro plenipotenciario sino también el de un embajador.
         Más que político el doctor Durand es en estos momentos diplomático. Transitoriamente deja de ser diplomático para ser periodista, porque está convencido de que el capítulo de sus días de periodista será el capítulo más interesante de su biografía. Pero estas escapadas del doctor Durand de la diplomacia al periodismo son fugaces y breves. No duran más de lo que es prudente que dure una atención banal en un hombre de majestuosa altura.
         Y después de haber sido diplomático el doctor Durand no retornará a la política violenta y acérrima. Se entregará al metropolitanismo. Se dará a la función más elegante y distinguida. Se hará alcalde de Lima. Paseará por nuestras avenidas pavimentadas dentro de un automóvil muelle, rutilante y charolado.
         Hasta antes de ayer no teníamos la certidumbre de que el doctor Durand aspirase a la alcaldía de Lima. Abrigábamos dudas. Sentíamos indecisiones. Nos imaginábamos que el doctor Durand no deseaba todavía transigir con el ambiente democrático y bullicioso de una jornada electoral. Suponíamos que le agradaba más conservarse dentro de la serenidad de la diplomacia.
         Y repentinamente hemos hallado en el mismo doctor Durand la confirmación de su candidatura a la alcaldía de Lima. No hemos hablado con el doctor Durand. Solo lo hemos visto. Pero lo hemos visto con escarpines.
         Pensábamos nosotros que los escarpines eran en la política nacional un atributo exclusivo del señor don José Carlos Bernales. No concebíamos que personaje alguno de nuestra política tuviera el mismo derecho que el señor Bernales para ponerse escarpines. Creíamos que en el señor Bernales eran los escarpines lo que en el señor Manzanilla la sonrisa. Una cosa personal y fisonómica.
         Indudablemente este convencimiento nuestro era también el convencimiento del país. El país veía en los escarpines del señor Bernales una expresión externa de su personalidad. Veía más en estos momentos en los escarpines del esclarecido presidente del Senado: veía su candidatura a la Presidencia de la República.
         Es posible que el doctor Durand se haya inquietado ante esta aparición tácita e implícita de la candidatura del señor José Carlos Bernales a la Presidencia de la República.
         Talvez se le ha ocurrido desautorizar el valor de los escarpines como indicio de candidatura presidencial, usándolos igual que el señor Bernales. Acaso se ha persuadido de la eficacia de los escarpines y de su trascendencia persuasiva y sagaz. Quién sabe ha pensado que es para él de necesidad categórica que el señor Bernales no le aventaje en nada, ni siquiera en el uso persistente de los escarpines. O probablemente ha supuesto que el señor Bernales es bienamado en el Perú por ponerse escarpines y no por ser el señor Bernales.
         No pretenderemos desentrañar la intención del doctor Durand al iniciarse en una usanza tan gentil y donairosa. No nos empeñaremos en escrutar un acontecimiento de tanto relieve en la biografía del ilustre jefe de los liberales.
         Y es que para nosotros los escarpines del doctor Durand tienen una significación única: la de que confirman y expresan su candidatura a la alcaldía de Lima.
         Un candidato a burgomaestre no puede ser un burgués vulgar sino un gentleman y, sobre todo, no puede dejar de usar escarpines.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de septiembre de 1917. ↩︎