4.6. Fastidio cotidiano
- José Carlos Mariátegui
1Estas sesiones de la Cámara de Diputados están enfermas de tristeza. Son normales y serenas, muy normales y muy serenas, tan normales y tan serenas que no nos parecen sesiones de la Cámara peruana. Las sentimos anacrónicas. Las sentimos inverosímiles. Las sentimos extrañas.
Vamos todas las tardes a la Cámara de Diputados en pos de una sorpresa, de una emoción, de un vértigo, de un apóstrofe. Llevamos siempre una esperanza. Tenemos perennemente una expectativa. Nos aferramos a nuestra confianza en la jovialidad eterna de la Cámara de Diputados.
Y todas las tardes salimos defraudados del Palacio Legislativo.
Ayer sentimos la necesidad categórica de pronunciar una protesta. Estuvimos apunto de pedir la palabra en la estación del acta para dejar constancia de las encolerizadas apostillas que queríamos ponerle por cuenta del sentimiento nacional. Nos pusimos de pie resueltos a hablar.
Pero supimos reportarnos a tiempo.
Y la que hubiera querido ser una protesta sonora tuvo que ser solamente una queja flébil.
—¡Señor! ¡Señor! ¡Señor! ¡Estas sesiones son lamentables! ¡Estas sesiones son lánguidas! ¡Estas sesiones son desabridas!
Encontramos enemigo el pensamiento del señor Balbuena:
—¡Perdón! ¡Ustedes se engañan! ¡Estas sesiones son buenas!
Nosotros insistimos desolados:
—¡Estas sesiones son lamentables! ¡No tienen sonoridad! ¡No tienen ardimiento! ¡No tienen pasión!
E inclementemente sonrió el señor Balbuena:
—¡Bien! ¡Hay legislación! ¡Hay orden! ¡Hay serenidad! ¡Admirable! ¡Esto es lo que la patria requiere!
Nos callamos.
Aguardamos en vano un gesto, un ademán, un grito. Nos exasperamos viendo tan cordial y tan asequible en la presidencia al señor don Juan Pardo. Pensamos que los diputados se habían propuesto matarnos de aburrimiento.
Únicamente el señor Maúrtua quiso hacernos un furtivo regalo de su ironía. Habló el señor Maúrtua sobre el proyecto del billete. Y dijo así:
—¡Tenemos aquí una ley que debía parecer una ley europea y que es siempre una ley criolla! ¡Está llena de desconfianzas, de recelos y de temores! ¡Es una ley suspicaz! No confía en el éxito. Presiente el fracaso. Nuestros legisladores no la han concebido contemplando la normalidad financiera sino contemplando la patología financiera. Aclimatamos una reforma en nuestro suelo. Pero preferimos siempre a la reforma pura una reforma híbrida. Y le damos nuestros miedos, nuestros desalientos y nuestras malicias.
Mas fue muy breve el señor Maúrtua.
Prontamente abandonó el discurso y volvió a darse en alma y cuerpo a su escaño.
Acaso sintió los mismos desabrimientos y las mismas lasitudes que sentimos nosotros cuando tenemos que escribir sobre estas vulgaridades nacionales persistentes, monótonas e incorregibles.
Vamos todas las tardes a la Cámara de Diputados en pos de una sorpresa, de una emoción, de un vértigo, de un apóstrofe. Llevamos siempre una esperanza. Tenemos perennemente una expectativa. Nos aferramos a nuestra confianza en la jovialidad eterna de la Cámara de Diputados.
Y todas las tardes salimos defraudados del Palacio Legislativo.
Ayer sentimos la necesidad categórica de pronunciar una protesta. Estuvimos apunto de pedir la palabra en la estación del acta para dejar constancia de las encolerizadas apostillas que queríamos ponerle por cuenta del sentimiento nacional. Nos pusimos de pie resueltos a hablar.
Pero supimos reportarnos a tiempo.
Y la que hubiera querido ser una protesta sonora tuvo que ser solamente una queja flébil.
—¡Señor! ¡Señor! ¡Señor! ¡Estas sesiones son lamentables! ¡Estas sesiones son lánguidas! ¡Estas sesiones son desabridas!
Encontramos enemigo el pensamiento del señor Balbuena:
—¡Perdón! ¡Ustedes se engañan! ¡Estas sesiones son buenas!
Nosotros insistimos desolados:
—¡Estas sesiones son lamentables! ¡No tienen sonoridad! ¡No tienen ardimiento! ¡No tienen pasión!
E inclementemente sonrió el señor Balbuena:
—¡Bien! ¡Hay legislación! ¡Hay orden! ¡Hay serenidad! ¡Admirable! ¡Esto es lo que la patria requiere!
Nos callamos.
Aguardamos en vano un gesto, un ademán, un grito. Nos exasperamos viendo tan cordial y tan asequible en la presidencia al señor don Juan Pardo. Pensamos que los diputados se habían propuesto matarnos de aburrimiento.
Únicamente el señor Maúrtua quiso hacernos un furtivo regalo de su ironía. Habló el señor Maúrtua sobre el proyecto del billete. Y dijo así:
—¡Tenemos aquí una ley que debía parecer una ley europea y que es siempre una ley criolla! ¡Está llena de desconfianzas, de recelos y de temores! ¡Es una ley suspicaz! No confía en el éxito. Presiente el fracaso. Nuestros legisladores no la han concebido contemplando la normalidad financiera sino contemplando la patología financiera. Aclimatamos una reforma en nuestro suelo. Pero preferimos siempre a la reforma pura una reforma híbrida. Y le damos nuestros miedos, nuestros desalientos y nuestras malicias.
Mas fue muy breve el señor Maúrtua.
Prontamente abandonó el discurso y volvió a darse en alma y cuerpo a su escaño.
Acaso sintió los mismos desabrimientos y las mismas lasitudes que sentimos nosotros cuando tenemos que escribir sobre estas vulgaridades nacionales persistentes, monótonas e incorregibles.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de agosto de 1917. ↩︎